Causas y efectos del buen o del mal gobierno

“Nos han hecho apologetas o detractores irreflexivos y han desdibujado al buen ciudadano. Esta también es una herencia, el efecto sobre nosotros, de aquellos que nos han gobernado antes”.


Desde que los seres humanos empezamos a organizarnos en comunidades o en sociedad, nos ha acompañado la preocupación por la manera en que se gobierna dicha colectividad. Y esa es una genuina y necesaria inquietud si consideramos, por ejemplo, que un buen o mal gobierno afecta la vida de las personas. Así las cosas, el gobierno puede ser la causa de la prosperidad o la pobreza, del orden o del caos, de la paz o de la violencia, de la vida o de la muerte. Por eso, dicho sea de paso, es importante que el ser humano se interese, se preocupe y ocupe de la política.

Que el gobierno sea causa de lo bueno o de lo malo es algo sobre lo que, como ya se ha mencionado, hemos reflexionado tanto en el pasado como en el presente. La sociedad colombiana, en ese sentido, no ha sido la excepción. En las conversaciones de la vida cotidiana, en los medios de comunicación y en los espacios académicos surgen de vez en cuando preguntas que intentan determinar si este gobierno ha sido bueno o malo. Pero el hecho de que nos planteemos las preguntas no quiere decir que tengamos los elementos suficientes para responderlas de la mejor manera. La rapidez con la que formulamos las preguntas se acompaña de la ligereza con la que nos aventuramos a responder. Basta con que observemos lo siguiente:

Algunos ciudadanos consideran que el actual gobierno es bueno per se. Parece que el hecho de ser el primer gobierno progresista en la historia de Colombia le otorgara, por un lado, un halo de bondad y pulcritud que rayan con lo sacro y, por el otro, un salvoconducto para cometer cualquier error imaginable (o no) en términos de comunicación y ejecución. Ante este comité de aplausos se enarbola —por dar un ejemplo— la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente y ni asomo de ponderar sus implicaciones, entre las cuales están la convulsión política y la incertidumbre jurídica que generaría.

Otro grupo de ciudadanos, en cambio, considera que ha sido un gobierno no solo malo… ¡Nefasto! ¡Malvado! Entonces en el imaginario de una sociedad camandulera, el halo se convierte en cachos, cola y tridente: el gobierno es la expresión del mal radical. De ahí que, ante la aparición de un problema —del mal radical—, se planteen soluciones radicales: ideas golpistas que promueven marchas porque sí y porque no, ideas golpistas que sugieren interrumpir los cuatros años del periodo gubernamental constitucionalmente establecido, ideas golpistas que proponen, en boca de los más extremistas, llevar al presidente a un juicio político, o sermones golpistas que, desde el púlpito, azuzan una guerra civil. En el primer grupo encontramos una falta de autocrítica, un exceso de complacencia; mientras que en el segundo grupo observamos un cinismo y una mezquindad desproporcionadas. En unos y en otros predominan la emoción y el ímpetu de la ovación o del reproche.

Ahora bien, con toda seguridad la ligereza para responder sobre la bondad o la maldad del gobierno ha sido la peor enemiga de un juicio sensato y equilibrado, producto de un análisis delicado y una reflexión profunda. Por eso probablemente ni siquiera nos hayamos detenido a pensar ¿Qué es el gobierno? ¿Qué es lo bueno o lo malo como adjetivos de un gobierno?

¿Sería importante ocuparnos de esto? ¡Pues miremos! Intentémoslo con una posible respuesta al primer interrogante: ¿Qué es el gobierno?  Lo que llamamos gobierno puede ser definido a la vez que comprendido de dos maneras: 1) Gobierno es el grupo de personas que están en el poder en una sociedad en cierto momento (presidente, congresistas, jueces). Pero también podemos entender el gobierno como 2) Un sistema de normas, prácticas o instituciones que nos orientan y regulan nuestra convivencia.

Con las definiciones en la cabeza, dirijamos nuestra atención a la segunda pregunta, es decir, a aquella que nos lleva a deliberar a propósito de qué es lo bueno o lo malo como adjetivos de un gobierno. Si calificamos las cualidades y el carácter de quien nos gobierna, entonces lo bueno son las virtudes de esa persona y lo malo son sus vicios: la prudencia, la valentía, la generosidad, su manera justa de actuar, o su avaricia, su crueldad, su orgullo, etc.  Si, por el contrario, calificamos las instituciones, normas y prácticas, entonces lo bueno o lo malo están relacionados con la eficiencia que han tenido este conjunto de cosas para procurarnos una mejor calidad de vida, con todo lo que eso implica: salvaguardar nuestra libertad, garantizar nuestros derechos, ofrecer condiciones materiales que nos permitan llevar una existencia más saludable y feliz. He ahí el quid del juicio sobre un gobierno bueno o malo en cada caso.

Como hemos visto hasta aquí, los juicios sobre la bondad o la maldad de un gobierno deben estar sustentados en una previa definición y caracterización de aquello que vayamos a juzgar. Bueno o malo puede ser una persona o varias que estén a cargo de los poderes públicos —según sus virtudes o sus vicios—; bueno o malo puede ser el impacto que tengan las instituciones de nuestra sociedad sobre la vida de los hombres.

Dicho esto, cuestionemos nuevamente: ¿Qué es, entonces, lo que aplaudimos o abominamos con tanta vehemencia? ¿Qué es lo que calificamos como bueno o como malo? Cuando hablamos de un gobierno bueno o malo, ¿Estamos calificando las cualidades y el carácter de quien nos gobierna? O ¿Tildamos de bueno o de malo un conjunto de instituciones, normas y prácticas? Pensar el asunto en esta clave sería útil para saber qué es lo que debemos cambiar como sociedad: personas o instituciones; personas e instituciones.

Ocupémonos de un último asunto para concluir el trazo del camino que hemos recorrido. La bondad o la maldad de un gobierno no solo se determina a través de la ponderación de las cualidades y el carácter de quien nos gobierna; o de la eficiencia que tengan las instituciones y las leyes para favorecer nuestra calidad de vida. También se puede determinar la bondad o la maldad de un gobierno juzgando los efectos que estos traen para la vida de la gente común, especialmente cómo afectan la forma de pensar y sentir de los ciudadanos. Está claro que si nos hubieran gobernado bien, este sería un país cohesionado socialmente, ordenado, seguro y próspero para todos; un país en el que los campesinos labrarían la tierra y recogerían la cosecha, en el que los comerciantes se dedicarían a sus negocios y el resto de los hombres cumpliría con sus tareas sin mayores afugias. Bajo la dirección de gobiernos justos, la gente podría trabajar, comerciar y divertirse, podría hacer todas las cosas que enriquecen la vida humana. Pero eso no es así. Quienes nos han gobernado han dejado tierras baldías, pueblos desolados por la violencia, ciudades inseguras, pero más grave aún, ciudadanos amilanados por el miedo y el sufrimiento, rebosantes de odio y con sed de venganza, en suma, hombres y mujeres reducidos a la pobreza, al egoísmo y a la ruindad, con un criterio sobre la política y lo político cada vez más escaso. Nos han hecho apologetas o detractores irreflexivos y han desdibujado al buen ciudadano. Esta también es una herencia, el efecto sobre nosotros, de aquellos que nos han gobernado antes. Por eso valdría la pena pensar y comprender que los juicios acerca de lo bueno o de lo malo deberían hacerse extensivos a nuestra condición de ciudadanos, a nuestro ejercicio de la ciudadanía, pues de esto depende que, en efecto, la sociedad colombiana vaya hacia un estadio mejor.


Todas las columnas del autor en este enlace: Roger Zapata Ciro

Roger Zapata Ciro

Licenciado en Filosofía (Universidad de Antioquia), estudios de Maestría en Educación, profesor de Historia de las Religiones, literatura y Filosofía.

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