Capitalismo: el mejor aliado de las mujeres

Votamos y podemos ser Presidentes. Trabajamos en empresas y fundamos empresas. Tenemos cuentas bancarias y propiedades. Tenemos agua caliente abriendo un grifo. Lavamos la ropa apretando un botón. Podemos optar por la dieta que más nos sirva y calentarla en el horno microondas en 60 segundos. Conducimos autos, y sino no tenemos uno propio, tomamos un taxi, un Uber o un bus, y tenemos distintos transportes al alcance de la mano.

Decidimos si queremos casarnos y con quién, o si no casarnos; si tener hijos, cuántos, o no tenerlos. Los métodos anticonceptivos han sido nuestros mejores aliados al momento de tomar nuestras decisiones sexuales. Somos independientes económicamente, así que no nos casamos por necesidad, sino porque elegimos hacerlo, y cuando cambiamos de opinión o el amor se acaba, podemos divorciamos.

Tenemos tiempo para leer, para estudiar, para hacer gimnasia, para ir al cine, para jugar con nuestros hijos. Parimos sin dolor y sin el pánico de morir en el intento. Nuestros hijos sobreviven al parto y los vemos crecer. Los avances en la medicina y la buena alimentación nos han llevado a vivir muchos más años y con mejor calidad. Tenemos carreras secundarias, terciarias, universitarias, maestrías y doctorados. Y la lista continúa.

Lo que acabo de describir no es la historia de la mujer. Es la descripción de la situación de la mayor parte de las mujeres que viven en sistemas a los que llamamos liberales o capitalistas. Algo completamente nuevo en la historia. Una situación que nuestras antepasados no hubieran anhelado ni en sus más dulces sueños.

El capitalismo ha sido no solamente el único sistema social ético, sino la mayor fuerza liberadora de la historia de la humanidad, especialmente para las mujeres.

Pero ante todo, es fundamental definir términos y dejar en claro qué es capitalismo.

El capitalismo no solo es el sistema económico de libre mercado, sino también un sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales: a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad.

Creo en la libertad en todas sus expresiones: en la libertad en el mercado, la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad sexual, la libertad artística y la libertad política de cada uno de los individuos que componen una sociedad, donde el Estado tiene un único rol: la protección de los derechos individuales antes mencionados. En una sociedad capitalista ningún hombre, grupo o Gobierno puede iniciar el uso de la fuerza física contra otros, y todas las relaciones humanas son voluntarias. El Gobierno no da privilegios de ningún tipo a ningún grupo y a ninguna empresa. Estado y economía están separados, del mismo modo que Estado e Iglesia.

Dirán que un sistema así no se ha dado jamás en la historia. Es verdad. En su forma más pura este sistema no ha ocurrido nunca. Sin embargo, de manera mixta se practica en varios países, y en aquellos que se practica en mayor medida, es donde todos, principalmente las mujeres, han mejorado su vida notablemente.

Cuando evaluamos la situación actual de la mujeres en el capitalismo, no deberíamos hacerlo comparándola con nuestra imagen mental de cuál debería ser esa situación; sobre todo, porque cada mujer es diferente y puede que no todas compartan la misma idea. Debemos hacerlo comparando la situación de la mujer a lo largo de la historia.

Hace 400 años, las mujeres que pensaban diferente eran consideradas brujas y quemadas en la hoguera. No podían estudiar, trabajaban de sol a sol en trabajos mal o no remunerados, con herramientas precarias para alimentar a una prole que no decidían si querían tener o no. No tenían participación política, no tenían propiedades, no podían acceder a un crédito, no siempre decidían si querían casarse o no ni con quién, no tenían control sobre su vida sexual ni reproductiva y, créanme, que no tenían tiempo para pensar en sus proyectos ni en la “paridad de géneros”. Su meta no era gozar de la vida y alcanzar sus sueños: su meta era sobrevivir. Consumían dietas deficitarias, se morían al parir, vivían hasta los 30 o 40 años, se les caían los dientes por falta de higiene, agarraban infecciones de todo tipo, se les morían los hijos al nacer y la violencia también existía (no se le llamaba “violencia de género” ni “feminicidio”, pero las consecuencias eran las mismas). Todo esto sucedió durante casi toda la historia de la humanidad, y muchas de estas cosas continúan sucediendo en países no capitalistas, donde los derechos individuales de las mujeres no son reconocidos ni respetados.

Así que antes de afirmar que el capitalismo oprime a la mujer, recordemos que la mujer no vivía en el paraíso de la liberación y un día llegó el capitalismo a subyugarla. El capitalismo llegó y ofreció a la mujer una puerta de salida para la mayor parte de las miserias del pasado. No de un día para el otro, paso a paso.

¿Podemos seguir mejorado? Claro que sí. ¿Queremos ganar más, vivir mejor, tener más control sobre nuestras propias vidas, tener mayor acceso a la educación y más tiempo libre? ¿Queremos más mujeres viviendo una vida plena? Entonces pidamos más capitalismo, porque hasta ahora ha sido el único sistema bajo el cual nuestras necesidades han sido escuchadas… y el único que lo continuará haciendo.

María Marty

Escritora, ensayista y guionista argentina, Licenciada en Comunicación Social de la Universidad del Salvador y egresada del Academic Center del Ayn Rand Institute. Columnista en diferentes medios y programas de radio.

Fundadora y CEO del Ayn Rand Center Latin America: organización independiente que tiene como misión fomentar una mayor conciencia, comprensión y aceptación de la filosofía objetivista en América Latina.

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