Año Viejo

Sin temor a equivocarme, creo que el 2020 será un año que ninguno de nosotros podrá olvidar fácilmente. En pleno Siglo XXI, con toda la tecnología a nuestra disposición y los impresionantes avances que se han logrado en materia de ciencia y medicina durante las últimas décadas, un virus desconocido se expandió con rapidez por todo el planeta, obligando a casi la totalidad de la población mundial a suspender sus actividades sociales y económicas, encerrarse en casa a esperar una solución pronta y segura que aún no llega.

Para todos han sido meses difíciles, de un día para otro nuestra cotidianidad cambió radicalmente, el tapabocas se convirtió en una prenda indispensable, el lavado de manos  y la aplicación de gel antibacterial anteceden cualquiera de nuestras actividades, el temor al contagio hizo que nuestras formas de relacionarnos encontraran nuevos caminos, a un metro y medio de distancia, los besos, abrazos y estrechones de mano fueron reemplazados por golpes con los codos y quienes son más osados lo hacen con los puños, ahora la única forma biosegura de encontrarnos con nuestra familia y amigos es a través de las videollamadas, de esta forma la virtualidad se impuso  y  hacia ella se volcaron también el sistema educativo y laboral. El único sitio de fiar fue aquel del que huíamos por el afán de la rutina, nuestras casas se convirtieron en refugio, dormitorio, comedor, hospital, escuela, universidad, oficina, teatro.

No obstante, esta pandemia se encargó de poner en evidencia las profundas grietas que existen en nuestras sociedades y que ya no pueden ocultarse bajo los brochazos de pintura aguada, que son las soluciones inmediatistas y parciales de los gobiernos, sino que exigen cambios profundos. A parte de las muy dramáticas cifras de contagiados a nivel mundial, que es cercana a los 77 millones de personas, de las cuales un millón setecientas mil han perdido la vida, se suman otras estadísticas igual de preocupantes: millones de desempleados, cientos de miles de niños y jóvenes que han tenido que abandonar sus estudios, familias enteras pasando hambre y otras muchas sin un lugar donde vivir ya que fueron desalojadas de sus residencias, tuvieron que escoger entre comer o pagar a sus arrendatarios. A lo anterior se suma la violencia que han sufrido tantas mujeres y niños durante los periodos de aislamiento dentro de sus hogares, la mayoría de las veces sin atreverse a denunciar por temor a quedar aún más desamparados. Esto ha de repercutir negativamente no solo en los boletines económicos, sino también en la salud mental de una población con un tejido social ya de por sí complejo.

Es cierto que durante este tiempo muchos han promovido campañas y se han sumado a iniciativas para subsanar en parte las necesidades básicas de los más vulnerables, algo de admirar y que se convirtió en un rayo de esperanza en medio de la oscuridad, propiciada por la incertidumbre. Pero, también es cierto que entre nosotros comenzó a reinar cierta indiferencia por la vida de los demás, prueba de lo anterior es la indisciplina social que hemos visto en días recientes, con ocasión de las festividades decembrinas, y que ha llevado a las autoridades a decretar para lo que resta del año medidas restrictivas como lo son el toque de queda y el pico y cédula. Si algo nos a enseñado esta pandemia es que nadie puede salvarse solo, ese mito del “ser humano autosuficiente” se vino al piso durante estos meses, resulta imperativo que reconozcamos la dignidad de cada ser humano y la responsabilidad que tenemos de proteger su vida y su bienestar, pues nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, afectan al conjunto de la sociedad.

Las circunstancias presentes nos invitan a volver a lo esencial en esta navidad, ojalá pudiésemos sacar provecho de este tiempo, que a todos nos llena de tanta ilusión, para dejar de lado nuestras diferencias y reflexionar juntos sobre los enormes retos que tenemos como sociedad, considerando también nuestras incontables posibilidades, que residen en el deseo de cada uno de nosotros de tener un país mejor, ese debería ser nuestro principal propósito de año nuevo. El 2021 es la ocasión propicia para que salgamos adelante y construyamos una nueva normalidad con oportunidades reales para todos, donde cada vida sea digna de ser vivida y en donde cada uno ocupe un lugar dentro del colectivo, desde el cual pueda alcanzar la plenitud de su existencia y servir a los demás.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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