Activismos caritativos

Vivimos una época extraña, los valores de judeocristianismo se han entre mezclado tan bien con los de la postmodernidad que somos testigos de una estela tan abundante de activismos caritativos, que no sabe uno si la sociedad se está transformando o está adquiriendo nuevas formas de mantenerse igual, cambiando todo para que nada se transforme.

Vivimos una época extraña, los valores de judeocristianismo se han entre mezclado tan bien con los de la postmodernidad que somos testigos de una estela tan abundante de activismos caritativos, que no sabe uno si la sociedad se está transformando o está adquiriendo nuevas formas de mantenerse igual, cambiando todo para que nada se transforme.

La caridad y la solidaridad son dos cosas tangencialmente distintas, como valores, la primera deviene de un sentimiento de superioridad moral sobre ese ente al que ayudas y lo ayudas para sentirte mejor, para ser un buen cristiano o un buen ciudadano, el sufrimiento del otro no es otra cosa que una motivación estética para activar tu rol de súper héroe, eso sí, no hay caridad sin publicidad, para estar a actualizados: “no vale la pena ayudar a alguien sin una selfie”.

Por el contrario la solidaridad es un acto de reconocimiento del Otro, es entender que compartimos el mundo con otros y que eventualmente esos otros y, por tanto nosotros, podemos necesitar un empujón o varios, para sobrevivirle a una realidad que como especie nos desborda como individuos; la solidaridad es reflejo apenas natural de la condición gregaria de la especie humana. Es entender que no hay nada extraordinario en ayudar al otro, porque ese otro es como yo y todos sabemos que necesitamos ayuda.

Pero las redes sociales y esa posibilidad–necesidad que nos aportan de publicitar todas las cosas que hacemos es un escenario permanente para todo tipo de teletones: hay gente que recoge cuido, juguetes, ropa, medicamentos, comida y cuanta cosa pueda ser útil; y no digo que este mal, no puedo dudar de sus genuinas buenas intenciones, pero tampoco puedo negar que es evidente que muchos posan. Las lagrimas por los más necesitados, para mí, son la confirmación de una superioridad moral, la prueba de que el sufrimiento de los otros nos alimenta a sentirnos mejores personas.

La caridad es una reafirmación de la personalidad, nada tiene que ver el sufrimiento de los otros en esa foto, sirve para que los demás – categoría que determina nuestro comportamiento – entiendan que somos buenos. Está tan lejos la bondad de nuestro comportamiento que cualquier acto que consideramos inexpugnable es materia de publicidad, vamos a terminar tomándonos selfies dando el puesto en el metro o pasando la calle por la cebra.

Lo más doloroso de que la conmiseración se ponga  de moda es que nada transforma, con nuestra caridad los pobres van a seguir siendo pobres y los hambrientos hambrientos; de nada sirve un granito de arena cuando no está destinado a convertirse en algo más, cuando la intención de ese grano de arena es mantenerse así, en arena y no en hormigón para construir otra cosa.

Ese es el problema de la caridad y su diferencia con la solidaridad, es que nada aporta, es un ejercicio de comodidad, de vanidad si se quiere,  que tiende a mantener o a reproducir  las condiciones que causan los problemas sobre los que actúa porque desconoce sus orígenes o le dan igual. Limpiar llagas no acaba con la lepra pero si nos hace buenos cristianos-ciudadanos, felices con nosotros mismos por ser capaces de tocar leprosos, siempre que a éstos no se les dé por considerarse personas.

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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