Contra el esnobismo de la ortografía

Parece que tener una excelente ortografía nos convierte en personas sabias, sofisticadas y sexies. Por lo menos así lo creen muchos opinadores de turno, quienes en las redes sociales comparten hasta el cansancio memes alusivos a esta intachable virtud. Hay memes instructivos, como los  que indican dónde se debe poner la coma o explican los usos del ay, hay y ahí. Pero también los hay inquisitivos, desde los que condenan el omitir algunas tildes, hasta los que cuestionan el coeficiente intelectual de quienes atentan con la pulcritud del idioma.

Todos, estudiantes y profesionales, lectores o no lectores, comparten esos memes con un orgullo que raya en el esnobismo. Quien los lee atento y les da un entusiasta “Me gusta”, espera que tales gramáticos virtuales sean virtuosos a la hora de escribir sus ideas. Pero la decepción es nefasta, porque su redacción no supera siquiera a la de un escueto email.

La ortografía es necesaria y salvadora, de eso no hay duda ¿Alguien se imagina una sentencia judicial sin una coma o un párrafo en el que los puntos brillen por su ausencia? Sería tan desastroso como si a una página de la Biblia le cambiáramos todos los signos de puntuación. Además, si no utilizáramos las exclamaciones e interrogaciones precisas nuestra vida no tendría el sabor que la hace más llevadera.

Pero ese afán por condenar los errores ortográficos, cual tribunal de la Santa Inquisición, es tan cuestionable como la superioridad moral de los antitaurinos. Ninguno de nosotros nació con las normas ortográficas grabadas en la cabeza, ya que estas las aprendemos día a día. No estamos exentos de cometer errores y por fortuna tenemos la capacidad de enmendarlos, aunque si esa arrogancia gramatical continúa muchos seguirán omitiendo las comas, los puntos y las tildes o escribiendo error con h.

Por más que los gramáticos virtuales se rasguen las vestiduras ante la ignorancia ortográfica, un texto trasciende cualquier frontera si su redacción es impecable. Es mejor encontrarse con unas líneas que nos seduzcan, a un montón de palabras intachables que lo único que provocan son bostezos. José Saramago en su novela El ensayo sobre la ceguera rompe con los cánones ortográficos al eliminar cualquier puntuación en la mayoría de los párrafos, y a cambio desnuda la condición humana al contarnos la historia de una ciudad imaginaria cuyos habitantes se quedan completamente ciegos. Gabriel García Márquez también subvierte la ortografía en El otoño del patriarca para que el lector sienta el caos y la decadencia que dominan al dictador que protagoniza esta fábula del poder.

Ante estos ejemplos el defensor a ultranza de la ortografía intachable pensará que semejantes escritores, que además ganaron el Premio Nobel de Literatura, se permitieron tales licencias debido a su maestría. Pero antes de emitir cualquier juicio de valor, tendrá que tener en cuenta que ellos hicieron muchos ensayos y cometieron errores de todo tipo para que sus novelas vieran la luz. Así que en vez de juzgar a otros por sus faltas ortográficas, lo mejor que puede hacer es escribir un texto que no sólo brille por su impecable ortografía, sino también por las ideas que comunica con claridad.

Para no darle más vueltas a esta discusión bizantina, quien escribe este texto quiere compartir una máxima que el periodista Juan Esteban Agudelo publicó ayer en su cuenta de Facebook y que es digna de antología: “La gente se jacta de su excelente ortografía para luego escribir un montón de güevonadas bien tildadas”.

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.

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