Abominable, un monstruo 

En aquella primavera las flores marchitan, la maleza se propaga, no se hallan lotos en el fango, solo la absoluta repugnancia que esparce el olor a mortecina que surge de la ética cuando la aplastan $3 pesos.

Indignante, dos niñas más padecen ante sus garras y nuestros ojos, ¿Ojos ciego, ojos tristes, ojos cómplices? Desalentadora la soterrada prudencia, tacto que la gravedad oculta y a las víctimas mengua, me arde esta impotencia, me quema las entrañas al ver la indolencia con la que se ignora el auxilio que claman menores cuyo rostro es el toda Medellín, podrida escena de condescendencia con depravados que devoran la dignidad de quienes habitamos esta ciudad, rota al mejor postor.

Quiero gritar, pero sacarán entonces un cartel de “se busca” para descalificar mi rabia mientras protegen la identidad y las aversiones de depredadores sexuales que pagan por sus crímenes con dinero de bolsillo multiplicado al cambio. Siento ira y asco. Otra generación perdida entre la ambición de delincuentes que comercializan la inocencia y la vulnerabilidad de niñas, niños y adolescentes desamparados. Autoridades con sanciones ridículamente laxas confirman un abandono judicial y administrativo, sospechosamente incompetente, una sociedad en decadencia invierte sus valores para incrementar las cifras de inversionistas neocoloniales al tiempo que producen miseria y humillación local. Gentrificación que pisotea derechos humanos.

Condenar la explotación sexual de niñas, niños y adolescentes, al igual que todos los vejámenes asociados a este segmento poblacional que significa el pilar fundante de nuestro devenir, no solo es una postura política sumamente relevante, que devela el desprecio por la vida de actores públicos quienes ante estas situaciones aguardan la tolerancia para con violadores en su silencio; es también una categorización axiológica que debe cuestionar la clase de comportamientos que estamos normalizando al interior de nuestras sociedades, a las que ante estos hechos se privan de futuro. La inmoralidad que arruina culturas está privilegiando el dinero de pocos, casi sociópatas, a cambio de la integridad humana sobre la que se edifican civilizaciones enteras.

El cuidado no admite tibiezas y en conjunto debemos tomar acciones para proteger la población, sin negociar los principios ni ceder a la derrama económica producto del sufrimiento y el sometimiento de personas en una pobre situación. Cito el sabio proverbio africano que reza, “el niño que no fue abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemara su aldea para poder sentir su calor”. Condenar, expulsar y escarchar pedófilos extranjeros no es xenofobia, es sacar los monstruos de nuestra propia habitación.


Todas las columnas de la autora en este enlace: María Mercedes Frank

María Mercedes Frank

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