«Un amor entre tinieblas»: Diarios de Cuarentena

Las crisis son magníficas oportunidades para familiarizarnos con la sombra”- Carl G. Jung

 

El arquetipo de la oscuridad que me atormenta nace de un instinto de bienestar y liberación interna. A medida de que soy consciente de las sombras que me rodean, encuentro una personalidad reprimida que ha salido de manera irónica a la luz. Carl Jung aseguraba que el conocimiento de esta nueva naturaleza, es necesario para comprendernos y alcanzar la armonía. En esta nueva dimensión escondida, nacida ante la frustración de no conocer mis demonios internos, intento ser mi propio terapeuta y encontrar el equilibrio entre mis miedos, traumas, decepciones y mis sueños frustrados.

Quizá resulte raro hablarte de ella cuando vivimos en medio de ellas. Al menos, para aquellos que no temen reconocer que las tienen. Para algunos, las sombras son malignas o evocan la maldad, sin embargo, son parte de nuestro propio pasado, presente y futuro. Pueden ser una visión, un sueño, una fantasía, un delirio o una presencia. Defínanlas como quieran. En mi caso, es  una vieja amiga tan real  -era inevitable no enamorarme-  como para sentir una soledad mayor a mi existencia. Es un encuentro entre almas iguales que se miran al espejo en medio de su propio caos.

Esa mujer no sabe mi nombre pero me mira a los ojos como si conociera el dolor que callo. En medio de la oscuridad, el amor toca la puerta de las tinieblas para buscar consuelo en su gran sombra. Se llevan tan bien que comparten la misma mesa desgraciada del vivir. Toman champaña para celebrar el brindis del desencanto. Esta es la lucidez intelectual que me regala la locura. Si la histeria psíquica es la base de mi cordura, buscaré algo de razón  -aunque ya no se use-  para narrarte la luz que me desasosiega. Piérdete conmigo en las sombras. Escribo a fin de cuentas como dolor y refugio. De lo que soy, de lo que seré, sobrevive tenue, una desesperanza ciega. Así es mi amor por las tinieblas: un camino doloroso hasta convertirnos en uno.

Mis ojos brillan con el más luminoso desencanto cuando recuerdan a la sombra de mis pesadillas. A veces vestida de mujer en el ocaso y de doncella en el invierno. Otras en forma de inspiración sublime a lo desconocido. Sueño su presencia con una distracción especial y su existencia me oprime. Todo lo que experimento y sueño, me lastima y se acaba; me convierto en un caminante de su abismo. Lo que siento no sé ni lo que es, estoy escribiendo memorias fugaces de un pasado, presente y futuro dudoso. Me confunde tanto que mi atención analítica no consigue comprender. Escribo con la profundidad con la que siento y esa es mi maldición. Es un dolor que se añade al escribir.

Los tiempos de aislamiento a su lado, nunca se sintieron tan cálidas. Las tinieblas cosquillean en mi cabeza para olvidar que existo. Solo ellas existen y me poseen. ¿Quién podría amar sin poseerte un poco? Soy libre porque me alejé de las personas sin necesidad de buscarlos por amor. Encuentro mi protección en la soledad y el silencio que me brindan las sombras. Ahora repentinamente me doy vuelta y miro a la ventana, un lindo día me comparte su vista pero no doy con él, pese a que el viento cobija mi despeinado pelo y los arboles me regalan un poco de su aire. Cierro la ventana y me siento más a gusto. Me acuesto en la cama a perderme en mis pensamientos. Estoy decidido a ser consumido por su amor. Mis ojos se desvanecen por unos segundos y mi alma se regocija. Cuando los abro, la delicada sombra ha acudido a mi presencia. Me gusta sentirla cerca. 

Para mí que no ansío vivir, ella es un suicidio. Es una cobardía entregarnos por completo a la vida. Por eso solo vivo en su presencia y muero cuando las tinieblas me dejan. Mi mente empieza tornarse gris como mi habitación.  Quedo atrapado en ella mientras la noche cae. A su vez, el ocaso trae consigo el insomnio perfecto para compartir con ella. Me encuentra delirando y completamente solo. 

Es un amor como cualquiera, complicado, impredecible, fiel, oscuro, apacible, tóxico, desalentador, acogedor e inexplicable. A diferencia de la mayoría, no peleamos ni discutimos. Solo compartimos soledades. De hecho, nos llevamos muy bien; desafortunadamente, demasiado. El dolor es lineal y no compartido. Su sonrisa cálida desdibuja el tiempo; huye cuando estoy a su lado. Se ha convertido en todo para un hombre que no vale nada. No tengo nada, ni puedo pretender creer que lo tengo. Sin embargo, con ella me siento parte de mí. Como todos los enamorados, el dolor por entregar el corazón se sufre por entero. Ella es mi fortaleza y el abismo que me consume.

Es una mirada impenetrable y ardiente que seduce como una intensa fogata en invierno. No me pierde el pulso y se va acercando a mí. Siento una invitación a perderme en la oscuridad de sus labios. Trato de mirar afuera  –y así evadirla por un momento-  pero de nuevo soy atrapado por ella. Lo más especial de este encuentro es que me acompaña a estar solo. Podía verlo también en sus ojos. La soledad es mirar a unos que no te miran. La luna y las estrellas me han abandonado en esta cruel batalla. 

Desde el primer instante he estado a su merced y no parece que pueda huir de mi cuarto. Mi respiración empieza a aumentar, mientras siento un calor infernal apoderándose de mi cuerpo. Mis labios ceden a su oscuridad. Descarados alambres de púas que me atraen a perderme y se compadecen de mi desgracia. Nos convertimos en uno. Seguimos hablando a nuestra manera: en silenciosos besos.  

Después de nuestra casi supraterrenal aventura, su sombra se desvanece y mi sueño casi termina. La iluminación que me trajo consigo su aparición, como dijo el padre de la psicología analítica, fue gracias a estar fantaseando con la oscuridad. Hemos establecido un vínculo, más allá de lo teórico, y encontrado una manera de vivir juntos. Somos como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Aceptamos nuestra propia oscuridad para entendernos mejor. 

Me tomó muchos años reconocer que ella era más que una silueta, un recuerdo o una presencia. Ella conoce mis tristezas tan bien como a mí. Quizá por eso la quiero y la odio. Por alguna razón, siento que puedo ver en sus ojos una imagen viva de mis pesares. Nadie más escucharía mis desaventuras con una sonrisa vacía. Esa es la oscuridad que acepto como parte de mí y tiñe de negro mis días de encierro. Su silencio es el mejor acompañante. Ahora me siento felizmente solo.

Jose David Chalarca Suescum

 

Nota:

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