A raíz de una referencia que hizo el doctor Júpiter Tronante en su despacho de la Notaría Cuarta, traigo entre pecho y espalda de meses atrás el tema de la presente columna y ardo en deseos de parirlo.
Hace años existió, en la vecindad de Medellín, una dama no sabiéndose si de recamados visos, o no, poseedora de unas piernas bastante inquietas, no porque le temblaran sino porque las habría a discreción de su distinguida clientela, quién, ¡pobre dama!, en una de esas de faenas amatorias salió preñada sin saber a cuál de tantos pertenecería el vástago.
Por mucho que le metía cabeza al asunto no daba, ni por asomo, en cuál de todos descargar el fruto de su vientre, dándose entonces a escoger de entre ellos al más pendejo de todos, para adjudicarle la preñez. Lo cierto fue que, habiendo dado antojadizamente con uno, se puso en la tarea de conseguir abogado para promover la causa tendiente a darle un padre al hijo, pretendiendo que el niño no fuera otro hijo de nadie.
Presentada y admitida la demanda, siguiendo los ritos procesales el convocado descorrió los cargos por medio de apoderado, negándolos y solicitando que se probaran las circunstancias de lugar, tiempo y modo en que se aseguraba había ocurrido la procreación, descargando la pesada carga de la prueba en los hombros de la perversa litigante.
Surtidos la práctica de las pruebas, de parte y parte, y las alegaciones, llegó el momento de la sentencia que profirió el Juez Durango Arango, hombre de lecturas y bastante astuto, quien resolvió el caso de manera parecida a la siguiente: se absuelve de todos los cargos al demandado, por cuanto la demandante no pudo demostrar que, para la época de la concepción, el demandado hubiese estado ramoneando en sus predios sexuales.
Así, el muchachito se quedó sin padre conocido y sin apellido paterno y la señora, se dice, siguió aflojando las piernas inquietas, pero sin deseos de volver a litigar. Y, yo, podré seguir publicando mis columnas que prometí no volver a escribir hasta que no desembuchara el anterior pícaro asunto.
Tiro al aire: vean ustedes que es cierto que, a quien no prueba los hechos, no se le reconoce el derecho supuesto.
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