Estos son los cinco problemas, más temibles para la humanidad en éstos comienzos del milenio:
1.- Destrucción del medio ambiente.
Aunque esto es sólo una causa de otros numerosos problemas, tenemos que considerar que el planeta es nuestro único hogar, por lo menos hasta que encontremos la manera de poder viajar a otros astros, y en caso de que lo llegáramos a hacer antes de autodestruirnos, sería inmoral de nuestra parte abandonar la cuna en donde nacimos y el colmo llevarlo a la imposible recuperación. Para ser capaces de remediar esta tragedia, es imperativo la rectificación del equilibrio ecológico como nuestro principal foco de atención. Lo que el hombre moderno no entiende es que al destruir su casa se destruye a sí mismo.
Creo que la raíz del problema se centra en dos conceptos que el hombre tiene: el hombre como centro del cosmos y el hombre como «raza privilegiada», esto le da cierto derecho divino que le permite explotar los recursos materiales a su completo antojo. Estos dos conceptos serán la punta de lanza a partir de la cual se sustentara la modernidad, que gracias a la Revolución Industrial y a la «victoria» del capitalismo, tornan el concepto de «progreso» en la «transformación de los recursos materiales en riquezas acumulables, destinadas a satisfacer los deseos ilimitados de un hombre posesivo, ambicioso y consumista».
Sin embargo, ahora es inútil pensar en el crecimiento industrial como «progreso». La destrucción de la capa de ozono, el calentamiento de la tierra y el agotamiento de los recursos son ejemplos latentes de ello. Los valores de la supuesta modernidad se han resquebrajado. La «vida humana» no se puede comprender como algo aislado de la naturaleza, es claro que sin ella no viviriamos.
2.- El enajenante sistema económico.
Con la caída del socialismo-comunismo, los problemas que supuestamente este sistema resolvería, como el descarado uso de la ventaja social y el inmoderado poder del dinero en pocas personas, aún persisten como situaciones mucho más complejas, que siguen enajenando a miles de personas a escala planetaria.
Si entendemos el verbo «enajenar» como el acto de privar a alguien del uso de la razón, entonces nos encontramos, a fin de siglo, con una comunidad mundial que ha sido cegada con el propósito de que la mayoría de sus integrantes (países), sean despojados no sólo de sus bienes materiales, sino también de su integridad personal, a favor de una minoría privilegiada, dueña de la mayoría de los recursos existentes y que mandan a escala mundial y someten a países a merced de sus necesidades, consumiendo todos estos países por pequeñas regalías que ni alcanzan para pagar el daño ambiental.
Pero este proceso de despojamiento implica necesariamente la aprobación y la participación de las «masas», a las cuales se les vendió la idea de que el «progreso» basado en el desarrollo económico y explotación natural nos abriría de nuevo las puertas del paraíso perdido.
De esta manera, todos hemos entrado en una carrera por acumular posesiones, bajo la promesa de que al tener más, mejores personas seremos. Durante las últimas décadas, y con la ayuda de un continuo bombardeo por parte de los medios de comunicación, ha prosperado la cultura del consumo. Adquirimos la mayor cantidad de artículos posibles que son etiquetados como «necesidades», pero que no representan nuestras verdaderas urgencias, sino que están destinados a satisfacer nuestros deseos más artificiales y superfluos; anhelos que nos han sido impuestos, por supuesto. Lo que no tomamos en cuenta es que a través de este proceso únicamente nos enajenamos más.
Las grandes potencias o naciones «desarrolladas» (G7) buscan rebasar sus fronteras y extender su influencia, creando un gran mercado económico global e implementando un sistema financiero que lo apoye. Los únicos beneficiados terminan siendo siempre ellos, y resulta catastrófico para el resto del mundo «no desarrollado». Tal parece que en los últimos años, el mundo se ha convertido en un casino gigante, comandado por un grupo de apostadores, que a través de la especulación y la voracidad, hacen todo lo posible por obtener una ganancia a corto plazo, a expensas del sufrimiento de cientos de naciones. No les parece curioso que durante las graves crisis financieras que dominaron al mundo durante 1998, los Estados Unidos de Norteamérica hayan concluido el año con un excedente económico a su favor?
El pensar que el actual sistema capitalista neoliberal es la meta en el desarrollo de la humanidad, es considerar a la sociedad como algo «inamovible y sin proceso de cambios, sin equidad social ni cambio contundentes». Tal parece ser el caso de aquellos que aplauden la ruina del comunismo. Sin embargo, éstos no toman en cuenta que el motor evolutivo de las sociedades ha sido siempre «la lucha interna de los contrarios que la conforman». Pero el debilitamiento de la doctrina comunista, y la ausencia de alguna otra alternativa, han creado un vacío en el porvenir de la evolución de las sociedades humanas.
3.- La perdida de valores morales, la carencia de educación y la falta de espiritualidad.
Si he reunido estos tres puntos aquí es porque considero que su raíz se encuentra en la desintegración de las principales instituciones sociales destinadas a la transmisión y continuación de los valores. Hablo de la familia, la escuela y la iglesia, las cuales han sido sustituidas por los medios de comunicación masivos, en especial la televisión y, ahora, la Internet. Estos han servido de instrumento para la diseminación de valores corruptos, que a lo largo de toda la historia han sido considerados como destructivos por todas las civilizaciones, y que son la avaricia, la violencia, el libertinaje, el hedonismo, la ambición desmedida, el conformismo, etc.
La disolución de la familia como unidad y célula básica de toda sociedad, causada principalmente por el aumento de los divorcios, por la violencia, el abuso, la promiscuidad o la reubicación por motivos laborales, han creado individuos desarraigados y desmoralizados que tienden a caer cada vez con mayor frecuencia en excesos como el alcoholismo y la drogadicción.
El problema se agudiza si añadimos la carencia de educación, que afecta a una porción considerable de los habitantes del planeta. Sin herramientas útiles con las cuales ejercer un juicio de valor serio, nos vemos atrapados en las garras de los medios de comunicación y de la cultura consumista.
Los productos tecnológicos y la infinita adquisición de posesiones no nos ofrecen ninguna satisfacción para el alma.
«Poseemos un hueco en donde alguna vez tuvimos el corazón», y ante la falta de respuestas que aquieten nuestras más profundas inquietudes, algunos hallan un temporal alivio recurriendo al fanatismo o al sectarismo. Sin embargo, dichas practicas no implican por sí mismas un crecimiento espiritual para la persona, sino que en muchas ocasiones sólo atentan contra la individualidad y la dignidad humanas.
No sobra, igualmente, señalar en este mismo espacio un tema no menos delicado como lo es el Sida, cuya propagación entre los habitantes de los países pobres, en especial los africanos, aumenta alarmantemente.
Concluiré este punto citando las palabras de Arthur C. Clarke, quien explicó alguna vez que «cuando el desarrollo tecnológico de una civilización dada, rebasa su propia capacidad de desarrollo moral, entonces esa civilización está condenada a su autodestrucción».
4.- La globalización económica, un proceso acelerado y sin control.
No considero que la globalización sea en sí un problema. Era inevitable que la unión económica del mundo se diera de un momento a otro. no se han medido los alcances y las consecuencias de un proceso que se acelera cada vez más, y que parece escapar de las voluntades de quienes presumen controlarlo. La falta de una administración global, una planeación responsable, y una voluntad por adaptarse respetuosa y tolerantemente al multiculturalismo, ha desembocado en una crisis que se hace patente en la incapacidad de las instituciones para manejar los problemas políticos, económicos, ambientales, etc. Se vive por el dinero a corto plazo, dinero que con el tiempo se esfuma y que por falta de planeación se consume más de lo que se adquirió, los gobiernas piensan de hoy en 5 años un proyecto vial, no piensan de hoy a 50 años un mega proyecto vial que realmente sea una inversión que dure y sea realmente productiva.
El mundo se hace cada vez más chico, las distancias se acortan y la interdependencia e influencia entre las naciones aumenta. Los avances tecnológicos en materia de comunicaciones enfrentan a las distintas culturas y las ponen cara a cara. Aunque esto supondría un enriquecimiento cultural, casi siempre sólo produce racismo, discriminación y xenofobia, como lo indica el fortalecimiento del neonacionalismo alemán y el japonés. Ante este enfrentamiento cultural y filosófico entre civilizaciones, las personas se han agregado a un tribalismo cada vez más difundido. Aumentan los grupos étnicos y religiosos; el mundo se divide en primer y tercer mundo, desarrollado y subdesarrollado, occidente y oriente, norte y sur, etc.
Nadie parece tener una respuesta adecuada de cómo las naciones y los hombres que las conforman pueden coexistir en esta experiencia globalizadora. Por más que admiremos el pluralismo, la diversidad y la unión, seguimos temiendo la amenaza que arroja la intolerancia, la discriminación y la falta de respeto que han caracterizado históricamente a las comunidades humanas.
5.- Falta de voluntad política.
Ante todos los problemas que afectan a la humanidad moderna en estos tiempos de frenéticos cambios, no parece existir un apoyo político por intentar solucionarlos. Y es que para muchos políticos les resulta inconcebible mezclar la moralidad con las acciones del gobierno y el Estado. Esto naturalmente alberga cierta verdad, e inclusive hubo quien probó su efectividad en el pasado, pero en estos tiempos dicha separación únicamente ha provocado consecuencias que han crecido fuera de toda proporción.
El ideal de la verdadera y pura Democracia, como un gobierno en el que «el pueblo ejerce la soberanía», dista mucho de lo que en realidad se practica en cualquier nación; y su esencia es tan utópica como la que planteaba el comunismo. Los sistemas democráticos neoliberales, que no son sino una nueva versión del viejo liberalismo, en los cuales existe «una intervención limitada del Estado en los terrenos jurídico y económico», resultan en realidad «autoritarismos blandos». Y la liberación del individuo occidental puede ponerse en tela de juicio, al analizar los alcances y limites de dicha «libertad», la cual ha sido mal encaminada y orientada sin responsabilidad. En otras palabras, se ha convertido en una «libertad negativa» que defiende todos los valores, sean estos malos o buenos.
Mientras tanto, el resto del mundo se encuentra salpicado por gobiernos totalitaristas, que exigen la completa sumisión del individuo, el cual debe mostrar obediencia absoluta y lealtad a la autoridad.
No obstante, en ambos casos, los dirigentes políticos muy escasamente muestran una conducta acorde a las necesidades del Estado, y en contadas ocasiones gobiernan para el beneficio de la mayoría. Inclusive, en aquellos países cuyos gobiernos se han salvado de practicas corruptas tendientes a beneficiar a solo una pequeña elite, las medidas políticas que asumen parecen estar destinadas no a distribuir el mayor bien, sino a manejar el menor dolor entre sus habitantes.
La carencia de líderes mundiales, y la pérdida de rumbo que experimenta la humanidad, nos hacen reflexionar sobre el futuro que nos espera. Cuando la mayoría de las naciones se han embarcado en una ilusa carrera por pertenecer algún día al «privilegiado club» del primer mundo, nos deberíamos de preguntar si es acaso eso lo que deseamos. De no ser así, entonces deberemos volver a plantearnos el sentido de nuestras vidas. ¿Qué tipo de civilización queremos llegar a ser? ¿Cuál es nuestra meta como especie? Pero debemos tomar en cuenta que si no basamos la totalidad de nuestros actos en la moralidad y en el crecimiento espiritual, entonces la humanidad no tiene un porvenir digno de mencionarse.
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