Pisando duro

Cortesía: DeLaUrbe. Foto: Mariana White.

Hay gentes que llegan pisando duro

 

Hay gentes que llegan pisando duro

que gritan y ordenan

que se  sienten en este mundo como en su casa

 

Gentes que todo lo consideran suyo

que quiebran y arrancan

que ni siquiera agradecen al aire

 

Y no les duele un hueso no dudan

ni sienten un temor van erguidos

y hasta se tutean con la muerte

 

Yo no sé francamente cómo hacen

cómo no entienden.

 

José Manuel Arango

 

 

Un par de años atrás y mientras tenía a mi cargo la gestión y manejo de las Bibliotecas Públicas de esa Medellín compleja, profunda, dolorosa, honda, contradictoria, decepcionante, hermosa, innombrable, orgullosa, habitada por tantas personas “que pisan duro”, odiada, querida, idolatrada… Medellín; me preguntó un periodista qué era eso de la cultura para mi. Como un repentino golpe de inspiración -entendiendo a la inspiración como producto de reflexiones, de leer, de conversar, de vivir siempre llena de preguntas-  dije: Cultura es todo aquello que nos recuerde que no somos el centro del mundo…. Esas manifestaciones, prácticas, lugares, personas, que nos dan horizonte, perspectiva y que invitan a ver más allá de lo evidente, a nombrar de forma diferente lo cotidiano, a sorprendernos. Si: eso que nos permite conectarnos en la humanidad con muchos otros y sin la previa condición de tener que compartir con ellos creencias, idiomas, geografías…

En muchos lugares de Colombia ya sucede el país que quiero, el deseado, en los que los horizontes se abren y se da la cultura en su sentido más profundo… y son las Bibliotecas públicas de Medellín unos de esos: espacios en los que lo diferente confluye y convive, en los que la vida transcurre con el agite de lo cotidiano entre conversaciones, talleres, encuentros con la tecnología, el cuidado de huertas, la vida, la palabra y, claro,  los libros. Lugares siempre abiertos para descubrimientos pequeños que forjan memoria, que guardan –y develan- secretos y en los que confiar en los otros es posible.

La vida de cualquier persona es una sumatoria de días, de horas, de segundos: “Los días que uno tras otro son la vida”, decía Aurelio Arturo. Desde muy temprano en la mañana (o bueno, al menos así sucedió sin pausa cada día por más de doce años) las puertas de las Bibliotecas de Medellín fueron abiertas por personas poseedores de una profunda convicción de que la vida, cada biblioteca, el barrio y la ciudad toda, valen la pena: que se justifican los inmensos esfuerzos sólo por unos instantes de alegría, de refugio, de creación de las personas que llegan a lo largo del día, cada día, por 365 días, a las más de treinta unidades de información que conforman el Sistema de bibliotecas Públicas de Medellín… esfuerzos que incluyen, claro, los de  la lucha diaria contra una apabullante burocracia y “la carrera contra el reloj” de la contratación propia del sector público.

No he sido una mujer novedades, crecí en familia de anticuarios, bibliotecas de libros viejos, en casas llenas de objetos –viejos también- y de historias contadas una y mil veces. Me gustan las historias que se cuecen y se dan más allá de imponentes edificios –novedosos por unos años, tal vez-,  de vanidades reflejadas en papiros, libros o redes sociales. Me gusta la vida que se vive sin comprar antes excusas por si “algún error nos agarra en el camino”, y sin buscar inútilmente culpables. Me gusta tratar de entender los entendimientos logrados por otros y, sin duda, mi propia vanidad me permite ver que existen límites: que todo no lo sé, que tal vez para todo no sirvo y que me falta mucho camino por andar.

Algo comprendo ahora: la tarea simple, noble, digna y necesaria de un burócrata directivo (que en los más de 10 años de transitar por el sector público he sido en varias oportunidades) es la de garantizar una cotidiana y buena experiencia para los ciudadanos en cada uno de los programas y proyectos a su cargo. Llenar de contenidos y aprendizajes memorables ese día a día de cada una de las Bibliotecas y garantizar que los contratos para que esto suceda surtan los más de treinta procesos internos previos exigidos por la norma, es justo la tarea que “quienes mandan en una ciudad” tienen que surtir…. Y sino es para eso: ¿para qué el poder?, ¿para qué las facultades de dar ruta al uso del dinero público, que no es otra cosa que el dinero de todos?

Mi padre,  además de padre mío,  era un gran escritor y conversador, Manuel Mejía Vallejo. Oí de niña de andanzas suyas, por allá a mediados del sigo pasado, cuando con algunos de sus amigos  (Carlos Castro Saavedra, Fernando González y otros tantos) “fundaban” bibliotecas y casas de cultura por los barrios de Medellín, y eran vetados por la Iglesia o por políticos por querer llevar palabras a quienes por pobres, por jodidos, por olvidados, parecían no merecerlas. Oí también que luego a varios los mandaron al exilio (económico o político) y que muchas bibliotecas cerraron con el tiempo.

No ha sido fácil desandar el camino (tantas veces doloroso, tantas veces  equívoco) y escribir “una nueva historia” para Medellín –ciudad en la que se vuelve al olvido casi por inercia- y consolidar para todos un proyecto de lectura, de cultura y de Bibliotecas potente. Sumas de algunos errores y de aciertos (casi todos) de diversas administraciones pusieron a las bibliotecas de Medellín en un punto interesante y que de cerca conocí: aquel dado cuando se supera la novedad de edificios y parques y cuando la atención y gestión se centran en la apropiación real de conocimiento y en la conexión de personas y territorios. En eso trabajamos muchos y por varias administraciones consecutivas en Medellín… cada uno dando lo que tenía para dar, que nunca fue poco.

Cuando la vanidad nos guía solemos equivocarnos en las preguntas que formulamos y caemos en la inútil y también “deliciosa” tentación de buscar culpables en lugar de soluciones. La pregunta no debe ser si lo que motivó el cierre de las Bibliotecas de Medellín fue un decreto del anterior alcalde (que, por demás, el actual puede derogarlo cuando lo encuentre pertinente) o si fue la falta de planeación de una administración municipal como la actual que, aunque sin duda bienintencionada, recuerda con cada Tweet  la historia aquella de un Narciso que enamorado de su imagen, cae al agua (el final no hace falta recordarlo).

De algo estoy segura: lo más grave de todo, no es que por unos días no abran las Bibliotecas sino el precedente que se crea: las bibliotecas pueden cerrar… hoy por asuntos administrativos, mañana por temas programáticos y, luego: de vuelta a una Medellín que se encierra-cierra y deja de velar por esos espacios sagrados (sí: lo sagrado no le pertenece a lo religioso en exclusivo), oasis que nos hacen creer que todo puede ser, siempre, mejor.

Nos encontramos en este enero, de vuelta, con heridas que se creían sanadas y temores que creíamos lejanos, vuelven al presente. El proyecto bibliotecario de Medellín, quizá uno de los más sólidos y profundos proyectos culturales de Colombia, es vulnerable, es frágil…

Leo a Gonzalo Arango y me identifico hoy más que nunca en su Medellín, a esa que le dijo en su poema de Medellín a Solas Contigo: “…Te enloquece el poder sin la gloria. A veces le coqueteas al Espíritu, pero pesas demasiado con tu materialismo para permitirte una grandeza que no es elevada, que no es del alma…”. Medellín: cerrar puertas, frecuentemente, es también lo tuyo.P

Tal vez deberíamos a pisar más pasito, querernos más, construir con otros. Es mas bello abrir puertas y mantenerlas abiertas que ir, por ahí, “echando candados”… yo me pregunto, como José Manuel Arango, cuyas palabras usé para abrir este escrito: ¿cómo hacen?