Y no cesó la horrible noche

Ojalá algún día valoremos de igual manera la propiedad privada y la vida.


Cualquier cosa que escriba puede ser utilizada en su contra. Escribir es casi un acto masoquista en un país plagado de censores y “analistas” de todos los pelambres. Los hechos, esos en los que pocos creen, quedaron en un segundo plano. Por increíble que parezca, la pandemia es considerada por muchos como un plan para dominarnos. Así estamos. No creemos en los hechos.

Colombia lo sigo sosteniendo, es una montaña rusa de emociones, manipulación y tragedia. En estos momentos, la muerte se pasea de nuevo por un país que antes de la pandemia, venía de un paro nacional. La crisis no es nueva. Los números son claros, en Colombia la informalidad es alarmante. La tasa de desempleo no cede. Las masacres se mantienen, mientras, Mancuso quiere hablar y Rodrigo Londoño (Timochenko) escurre el bulto en la JEP. Un país con tantos frentes noticiosos y con tantos problemas ligados a lo social, es una bomba de tiempo.

A esto hay que sumarle el poco control político de un Congreso que desde casa legisla y al mismo tiempo, recibe viáticos. Así estamos. En medio de una incertidumbre generada por una pandemia de la cual no se tenía registro hace unos 100 años. Para colmo, la vacuna de Oxford y AstraZeneca ha sido suspendida por una extraña reacción adversa. Parece que se cumple el dicho popular: por dónde sacamos la cabeza nos dan.

Concomitante al dolor se realizan todo tipo de cálculos políticos por aquellos que anhelan con todas sus fuerzas que las elecciones fueran mañana. En medio de toda esta situación hay quienes presos de la nuda política, “analizan” el desarrollo de la mecánica electoral. A estos habrá que recordarles que falta bastante y que, en política lo único cierto es lo que ya pasó. Nada está escrito. En consecuencia, se responsabilizan unos con otros, apelando incluso a juicios históricos y demás. Parece que lo único que desean es ganar y, para ello, necesitan que la emotividad no cese.

Es importante comprender que nuestras exigencias por la justicia en principio, no deben generar más injusticia. Las emociones deben estar acompañadas de la razón, deben ser evaluadas por aquella. Los que simplemente explotan nuestra emoción buscan tan solo manipularnos, por tanto, el razonamiento crítico no es funcional en tan peligrosa empresa. Con esto, no estamos diciendo que la razón sea todo cuanto hay, habrá que tomar en cuenta que muchos prejuicios suelen descansar en razonamientos débiles, incluso, arbitrarios.

Convendría en lugar de jugar a manipular las emociones en busca de votos, apelar a estás para re–pensarnos como sociedad. Los intangibles severamente afectados como la empatía y la compasión, podrían ayudar a una sociedad que justifica la muerte dependiendo quién muera. Podríamos iniciar por reconocer que tenemos un grave problema como país, que algo anda muy mal. El divorcio entre las instituciones y los ciudadanos es latente, es imposible de ocultar la percepción que existe del Congreso, de la fuerza pública, entre otras. El cambio es no fácil ni es inmediato. Se requiere preguntarse ¿Cómo viven las personas? ¿Qué pueden hacer realmente?

Ojalá algún día valoremos de igual manera la propiedad privada y la vida. Si rayar una pared es grave para muchos, ¿cómo calificar lo ocurrido con Javier Ordóñez, quien les pedía detenerse a los agentes de la policía y estos continuaron, ante la mirada atónita de los vecinos del sector? Según se dio a conocer, el reporte de la necropsia advierte múltiples golpes con arma contundente a la altura de la cabeza y los hombros.

El uso de la violencia es tal vez, uno de los temas más complejos de abordar, en principio, es el camino para reciclar más desazón. Es lamentable que sectores golpeados por la pandemia como lo es el gastronómico, me refiero a Cali, se vean afectados. Como sociedad civil debemos reclamar justicia y profundos cambios al interior de una institución como la policía que, debería entender que los ciudadanos nos somos sus enemigos.

Para finalizar, deseo compartir un trino de Alejandro Gaviria: El cambio podría empezar con compasión, con un acompañamiento a familiares de víctimas y con el reconocimiento el problema.

Juan Carlos Lozano Cuervo

Abogado/Magister en filosofía. Profesor universitario

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