Virtudes y vicios

En esta oportunidad he querido filosofar un poco, y salirme un tanto de la mi cotidianidad, en ese escenario no podemos mentirnos para hablar de nuestros defectos y virtudes, tampoco se permite fingir en ser alguien que en realidad no somos, por eso pienso que la tarea se debe apuntar a que reflexionemos y busquemos enriquecernos con valores y espiritualmente. Para que todo esto tenga sentido, hay que comenzar por hacer retrospectiva de nuestras vidas para que el ejercicio se convierta más interesante y poder contextualizarlo e ir a lo profundo de nuestro ser y hablar con toda la sinceridad que se requiere para realizar este ejercicio, que considero de emancipación, y quiero comenzar de esta forma, para poder poner en la mente consciente y hablar sobre cuáles y qué son mis virtudes, quiero dar un paso al lado y no venir a hablar de ellas o que significado tienen esos dos conceptos para mí, virtud y defecto, mejor hablaré de mis defectos y le dejo esa tarea a dos grandes pensadores de la humanidad, Aristóteles y Sócrates, y que sean ellos quienes nos definan que entiende ellos por ese par de categorías, y sobre todo, qué conexión de causalidad y de autolimitación puede existir entre ellos.

Invitamos en primer lugar a Aristóteles, y vemos que para él virtud es un hábito selectivo y que siempre consiste en un término medio relativo a nosotros o sea que está entre un defecto y un exceso teniendo que uno o ambos de los extremos vendría a ser el opuesto a esa virtud, un defecto o un exceso. Aristóteles muestra en “Ética a Nicómaco”, que la virtud humana no puede ser ni una facultad ni una pasión sino un hábito. Que sea un hábito implica que aparece no por naturaleza sino como consecuencia del aprendizaje, y más exactamente de la práctica o repetición, de aquí que tenga tanto significado el adagio popular que dice que “la práctica hace al maestro”. Como la práctica que se obtiene de la repetición de una acción genera en las personas una disposición permanente o hábito, la tradición aristotélica habla de una segunda naturaleza para referirse a los hábitos, pues esto nos permite de forma casi natural la realización de una tarea. Los hábitos pueden ser buenos o malos; son hábitos malos aquellos que nos alejan del cumplimiento de nuestra naturaleza y reciben el nombre de vicios, y son hábitos buenos aquellos por los que un sujeto cumple bien su función propia y reciben el nombre de virtudes. La palabra virtud proviene en latín de “virtus” y en griego de “areté”. Además, para Aristóteles, la virtud “es una excelencia añadida a algo como perfección»[1].

Cuando una entidad o persona realiza su función propia, de un modo perfecto, entonces de ellas decimos que son virtuosas o buenas. Un violinista cuando realiza una ejecución magistral de ese instrumento musical, decimos de él que es un virtuoso del violín. Es importante observar que según este punto de vista cabe hablar de virtud en un sentido muy amplio y no restringir la virtud al ámbito de las costumbres y la práctica moral[2].

Por su parte Sócrates, es quien comienza a aplicar el término “areté[3]» a las personas, la palabra en castellano que mejor recoge el significado de “areté” es «excelencia», pues “areté” es, en efecto, aquello en lo que reside la excelencia de una persona o cosa, aquello que la hace excelente, sin embargo, diversas circunstancias históricas han llevado a que “areté” sea frecuentemente traducido por «virtud», y se refiere a la “areté” del ser humano, aquello que hace a éste mejor, mejor ser humano en general, pero, además y sobre todo, mejor en un sentido moral. Areté es, para Sócrates, aquello en lo que el ser humano encuentra su perfección o su «excelencia» en el sentido moral de ambos términos[4].

Ahora bien, después de que Aristóteles no enseñara, de que en uno de los extremos o en ambos −defecto o exceso− se encuentra lo opuesto a lo virtuoso, o sea que estamos ante un “vicio” −lo de manera generalizada se conoce como defecto de una persona− quiero hablar un poco sólo de mis extremos, ya que con frecuencia lo hago de mis virtudes, y en esta etapa del ejercicio, como una aplicación práctica, sólo quiero hablar de mis defectos y excesos, ya que ellos me guiaran a establecer fronteras para alcanzar la media donde está la virtud y la excelencia, como lo dicen Aristóteles y Sócrates. Soy un poco soberbio por exceso, para no tener que decir que mucho, menosprecio el conocimiento de algunas otras personas que se encuentras a mi alrededor, y no aparece por ningún lado la frontera por defecto o sea la modestia entre las que deben florecer la virtud del equilibrio personal y la ecuanimidad. Creer eso es uno de mis peores vicios, por exceso. Otro de mis defectos es que creo que no los tengo y casi nunca reconozco cuando estoy equivocado, reconocer esto, es ya un gran avance, puesto, que estoy plenamente convencido de que “la batalla más grande del ser humano es consigo mismo”, he aquí el trabajo de emancipación que pretendo con este escrito, ir moldeando mi espíritu y mis hábitos, como una escultura para poder dar mi mejor versión de mí mismo[5].

Para finalizar, insisto en que no quiero hablar de nuestras virtudes, y más bien expongo la gran lección aprendida: no me tengo que ir a los extremos, todo lo contrario, entre ellos quiero dar la batalla hacia las virtudes que están en el centro y que sean los que me rodean quienes hablen de nuestras cualidades y que mis actos sean las que las definan. Sí, no hablaré de mis virtudes ya que uno de mis defectos −o más bien de mis excesos− es hablar de mí, y no es que no quiera hablar de mí, sino que quiero reconocer esos defectos, y decirles a ustedes, que ellas, nuestras virtudes y cualidades, paulatinamente, hablarán por sí sola, y se irán fortaleciendo y floreciendo, siempre y cuando no nos vayamos a los extremos.

 

[1] Algunas de las citas de Aristóteles y Sócrates están parafraseadas.

[2] En la noción aristotélica de virtud son importantes los conceptos de naturaleza y de finalidad: la virtud de un objeto tiene que ver con su naturaleza y aparece cuando la finalidad que está determinada por dicha naturaleza se cumple en el objeto en cuestión.

En general llamamos virtud a toda perfección de algo por lo que podemos distinguir virtudes del cuerpo y virtudes del alma; pero en la ética aristotélica las virtudes estudiadas y que le interesan a este filósofo son las virtudes del alma, y en ellas distingue: las virtudes que perfeccionan el intelecto o virtudes intelectuales o dianoéticas; las virtudes que perfeccionan la voluntad o virtudes éticas o morales[2].

[3] Hemos estudiado, pues, la naturaleza de la virtud, y hemos visto que es una especie de medio en las pasiones del alma. Y así el hombre que quiera adquirir mediante su moralidad una verdadera consideración, debe buscar con cuidado el medio en cada una de las pasiones[3].

[4] http://recursostic.educacion.es/secundaria/edad/4esoetica/quincena3/quincena3_contenidos_ 2a.htm

[5] Ahora bien, dado que Sócrates concibe al hombre como un ser dotado de un alma capaz de pensar y de razonar, y encuentra que esta capacidad es lo que más esencialmente define al hombre, concluye que la excelencia o “areté” de éste habrá de consistir en el ejercicio de dicha capacidad. Y como entiende, a su vez, que tal ejercicio se halla orientado a la adquisición de saber y conocimiento, termina por identificar la “areté” del hombre con el saber y el conocimiento. El mejor hombre, el hombre bueno, el que está a la altura de su perfección y de su condición humana, es el hombre sabio[5].

 

Eduardo A. Ramos Kléber

Abogado administrativista

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