Como todos los colombianos, tengo multitud de razones para sentir gratitud, admiración y respeto por el Presidente Álvaro Uribe Vélez. Sus gobiernos frenaron en seco el avance de las Farc hacia el poder y le dieron al País la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social de las que aún disfrutamos, a pesar de los embates de la izquierda por destruirlas.
Como si esto no fuera suficiente, con el peregrinar que ha emprendido por las calles y caminos de Colombia en defensa de la libertad y la democracia, el Presidente Uribe nos está dando a quienes lo queremos, y también a sus más enconados adversarios, una lección de sencillez republicana, acendrado patriotismo y política en el más noble de su significado.
La política, enseña Aristóteles, es la reflexión y preocupación permanente por el bienestar de la Polis y la mejor forma de gobernarla y en ese sentido es filosofía. La política era para los griegos la más noble de las actividades, el más elevado quehacer al que podía dedicarse el ciudadano, por ello un ejercicio vital permanente y no una actividad episódica dependiente de circunstancias electorales y animada por la ambición de poder, a la manera de Maquiavelo.
Por eso se equivocaron los enemigos de Uribe Vélez cuando creyeron que al impedirle, con sus burdos montajes judiciales, aspirar a la elección en cargos públicos lo iban a sacar de la política. Se equivocaron de cabo a rabo pues resulta que, en materia de filosofía política, Uribe está más en la escuela del Estagirita que en la del Secretario Florentino.
Debe ser grande el desconcierto de los adversarios de Uribe viéndolo hacer política, no para conseguir votos para hacerse elegir a si mismo, ni siquiera para hacer elegir a sus copartidarios, sino, sobre todo, para evitar que la gente – ilusionada por el canto de sirena del igualitarismo y la creencia demagógica de que un gobierno providente y bien intencionado es la solución de todos sus males – se incline a votar por una izquierda enemiga de la propiedad privada, el mercado y la democracia, en una palabra, una izquierda liberticida.
Hoy la libertad en Colombia está gravemente amenazada pues, como dijera Locke, nadie puede ser libre cuando el capricho de otro puede dominarle. Y esto fue lo que los ciudadanos experimentaron dolorosamente entre abril y junio del año pasado cuando todas las libertades individuales fueron avasalladas por el capricho del tal comité de paro y de sus patrocinadores políticos nacionales e internacionales que lanzaron y continúan lanzado criminales mercenarios a bloquear, destruir, saquear y atentar contra la fuerza pública.
Defender la propiedad individual y las libertades que de ella se derivan es cuestión de principios que debe hacerse enfrentando las amenazas reales y concretas que sobre ellas se ciernen en un momento dado. Hoy la libertad en Colombia está bajo ataque de una ofensiva externa proveniente de Cuba y Venezuela; una ofensiva armada del ELN y las mal llamadas disidencias de las Farc; una ofensiva política de colectivistas abiertos o embozados que operan en la legalidad; una escandalosa ofensiva mediática y una ofensiva jurídica de “colectivos” de abogados dentro y fuera del sistema judicial.
Por eso, en medio de la confusión reinante entre los dirigentes, movimientos y partidos de tradición republicana, muchos de los cuales, en alardes de un oportunismo político que puede ser suicida, se acercan al candidato del totalitarismo, es reconfortante y esperanzador ver la noble figura del Presidente Uribe recorrer las calles de nuestros pueblos y ciudades acompañado del grito que poco a poco irá llenado de nuevo el escenario político colombiano: ¡Uribe, Uribe, Uribe!
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