Una tarde con Vallejo

Corrían los primeros días del año 2021. Era una tarde soleada en Medellín. La pandemia ha golpeado con fuerza la ciudad, pero en los últimos días parecía habernos dado una tregua, este es el primer fin de semana del año sin ningún tipo de medida restrictiva. Me encontraba sentado en la banca de uno de los tantos parques del barrio Laureles, el ambiente a mi alrededor es festivo, todo es movimiento, niños montando bicicleta, jóvenes jugando un partido de futbol, amigos escuchando música, parejas cortejándose sin mesura, mientras tanto yo observaba y esperaba.

Frank BedoyaA lo lejos aparece la figura de Fernando Vallejo, camina despacio alrededor del parque, sin tapabocas, pasea a su perra mientras intenta sostener su teléfono celular con una sola mano, por sus gestos, parece ser una conversación agradable. Luego de un par de vueltas se sienta a la sombra de un gran árbol y acaricia a Brusca.

– Maestro, buenas tardes. ¿y el tapabocas?

–  Ah, ¿para qué? a los viejos eso no nos sirve. Ya casi nos morimos. Mucho gusto.

Vallejo, que estudio biología en la Universidad Javeriana, me habla un buen rato sobre los virus, las gripes, el sistema inmunitario, de las pandemias que ha vivido la humanidad y de los corticoides que, según él, podrían ayudar a los pacientes más graves. Su postura sobre las medidas que se han tomado para frenar al coronavirus ha sido de las más críticas, cree que todo esto se trata de una conspiración del gobierno y de los medios de comunicación para acabar con el país. De la vacuna contra el Covid-19 no espera mucho, “las farmacéuticas se van a hacer su agosto a costa de la plata de los pobres” dice, “yo espero quedar inmunizado por la naturaleza”.

No le gustan las entrevistas, pues siente que los periodistas lo malinterpretan, todo lo que tenía por decir lo ha expresado con libertad en sus libros, no tiene nada nuevo que añadir.

La pluma de Vallejo ha sido su arma más preciada, con ella denuncia, critica, polemiza, señala, maldice, recuerda, se repite, se repite, se repite, eso sí, no se contradice ni se retracta, aprovecha para ajustar cuentas con su pasado y con el presente, el futuro ya no le interesa. Estima que “lo más profundo del hombre solo lo puede decir la palabra y la música” quizá por eso su prosa es punzante, capaz de desnudar de un jalón las miserias de nuestra condición humana y el caos de nuestra sociedad. Sin embargo, su voz es suave, su comportamiento sereno y su trato amable, en ocasiones la timidez lo hace sonrojar, nada que ver con el protagonista de sus novelas que habla siempre con altivez y en primera persona, Vallejo no teme decir “yo”, mucho menos cuando lo utiliza para ensañarse contra Colombia, la ciencia, los políticos, la iglesia, inclusive, contra el mismísimo dios.

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–  Maestro, usted es uno de los escritores vivos más importantes que tiene Colombia.

–  No, no, quítale el vivo que yo ya estoy que me muero, es más, no sé si estoy vivo.

– ¿Qué lo mantiene vivo?

-Mi perra, ¿quién la va a cuidar si yo no estoy?

Sin duda, la muerte ha sido protagonista en gran parte de la obra de Vallejo, habla de ella, habla con ella, sus narraciones son historias de personas que ha conocido y ya han muerto, todas ellas anotadas en su “libreta de los muertos”, incluso, el mismo se ha dado por muerto. La muerte parece ser un punto común del que no puede salir. Quizá, su enunciación y búsqueda casi frenética es un síntoma de esa pulsión de muerte de la que hablaba Freud, que lleva a la autodestrucción, pero que va unida, indefectiblemente, con la pulsión de vida, que busca la autoconservación, Vallejo reniega de la vida, pero no renuncia a ella, se aferra, yo diría que es un enamorado que ante el desengaño intenta ocultar su amor tras gestos displicentes y reproches.

Mientras conversamos pasa ante nosotros una familia, una mujer madura pasea a un bebé en su coche mientras a su lado un hombre joven arrastra la silla de ruedas de un anciano.

– Mira, el inicio y el fin de la vida juntos.

– ¿Qué habrá después de la muerte?

– Nada, eso del cielo y del infierno son ficciones de la religión, yo no creo en eso. La muerte es un sueño sin sueño, una nada oscura, sin límites temporales o espaciales, allá estábamos antes de nacer, allá vamos a ir a parar después de morir.

– Entonces, ¿Será que vivir es morir de a poco?

-Si, yo sí creo. vivir es una lucha constante contra la muerte. Es más, yo me siento medio muerto, el mundo que conocí ya desapareció, me siento ajeno en mi propia ciudad, todo se acabó. Definitivamente uno se va muriendo de a poquito a diario.

El paso del tiempo es evidente sobre su cuerpo, la vejez ha irrumpido y lo ha encerrado en la soledad y la melancolía. Luego de lanzar una de sus frases lapidarias se queda en silencio y sus ojos buscan el suelo, como si intentara asimilar la trascendencia de lo que ha dicho. Durante la conversación hace varias pausas, “me estoy convirtiendo en un desmemoriado” dice mientras acaricia a Brusca.

– ¿Es cierto que, de niño, junto con sus hermanos, se disfrazaban de curas para oficiar misa y luego se vestían de mujer?[i]

– Ah sí. Nos disfrazábamos de mujer con la ropa de mi mamá.

– ¿Y ella que decía?

– Ella se reía. Mi mamá era muy loca, no le importaba eso. Además, no tiene nada de raro que un niño se vista de mujer, si quiere. Eso sí, yo nunca he tenido vocación de travesti y esas cosas.

– ¿También es cierto que su mamá los llamaba con nombres de mujeres?

– Si, ella lo hacía charlando, por joder, para que las vecinas creyeran que tenía sirvientas.

En 1999 Vallejo vuelve a vestirse de mujer, esta vez con un traje de novia que combina con unas gafas Ray-Ban, es un video corto donde aparece sentenciando: “Imponer la vida es el crimen máximo, nadie tiene derecho a reproducirse, y el feo y el pobre menos, porque los feos y pobres multiplican la fealdad y la pobreza según la ley del horror exponencial que yo descubrí y que dice: nunca ha habido tantos pobres y feos como hoy. Saltapatraces y pobres de esta tierra, mírense al espejo antes de copular, a ver si están tan bonitos como para que se pierda mucho si se les pierde el molde, hijos de puta.”[ii]

– Alguna vez leí en uno de sus libros que el amor es una gonorrea del alma,[iii] ¿realmente lo considerando así?

– Mira, el amor es una circunstancia de la vida, como tantas otras. Además, hay muchos tipos de amor, es una palabra que abarca muchas cosas.

– ¿Usted ama?

– Pues, los sentimientos míos casi no los expreso. No soy muy dado a decirle a alguien que lo quiero. Pero, de amar, amo a la lengua española, por ejemplo, y a mi perra, Brusca.

Basta acercarse a sus novelas para entender que este hombre es un enamorado, no solo de la vida, esa que dice detestar, Vallejo   ama con pasión todo aquello que critica con vehemencia. También amo profundamente a su abuela, Raquel Pizano, a su papá, Aníbal, a su hermano, Darío, a sus perros, Capitán, Bruja, Brusca, especialmente el primero, que logro despertar en él el más grande y puro amor, el que siente por los animales. Hay otro gran amor del que casi no habla, pero que fue central en su vida, el escenógrafo mexicano David Antón, a él le dedico casi todos sus libros y su muerte hizo retornar a Colombia a Fernando.

– ¿Qué piensa de las relaciones homosexuales?

– Yo pienso que el sexo es inocente, salvo cuando está destinado a la reproducción, en cuyo caso es un crimen. En esencia esa es mi opinión, del homosexualismo y de cualquier otro comportamiento sexual. Todo lo contrario a lo que sostiene la iglesia católica…

Vallejo no oculta su cariño por los muchachos o “bellezas”, como se refiere a ellos en sus libros. Confiesa que todas esas andanzas, fiestas, amigos y amantes de los que ha escrito ocurrieron, “en esencia todo en mis libros es verdad, porque lo que cuento son verdades que voy acomodando, pues son obras literarias y autobiografías estrictas”. También es responsable de acuñar la quinceava obra de misericordia, la más importante para él, la caridad sexual, es decir, darle sexo a quien lo necesite, especialmente a aquellos que por su avanzada edad no lo disfrutan con frecuencia.

–  Maestro, ¿cómo conseguía muchachos?

– Ah, eso era fantástico. Salíamos con toda libertad por el centro de Medellín o por la Séptima, en Bogotá, a andar y andar, tomando aguardiente para ir a terminar la noche en no sé dónde.

Ya han pasado más de las cinco de la tarde, en una esquina del parque se escucha la melodía de “Senderito del Amor”, Vallejo busca con curiosidad de donde proviene ese sonido y al encontrarlo se pone en pie inmediatamente diciéndome “esa es mi canción, vamos, vamos a saludar ese muchacho”. De camino no pude dejar de tararear esa canción que parece describir a la perfección su vida sentimental: “Un amor que se me fue, otro amor que me olvido, por el mundo yo voy penando…”[iv]

Para Vallejo, formado en piano en el Instituto de Bellas Artes, el conservatorio más famoso de Medellín, resulta casi milagroso que con una siringa ese joven logre armonizar una melodía. Después de unos últimos minutos de conversación, donde la música es la protagonista, el maestro se despide con la promesa de un próximo encuentro, se aleja de nosotros con una sonrisa en el rostro mientras hala la correa purpura de Brusca, que intenta zafarse para corretear los perros que llegan al parque. Se aleja sin mirar hacia atrás y, sin quererlo, escenifica una parte de su canción: “caminar y caminar, ya comienza a oscurecer y la tarde se va ocultando”. Ciertamente Fernando Vallejo es todo un personaje, en él la ficción logró adueñarse de la realidad.


[i]  Vallejo, F. (2015). Los Días Azules. Bogotá: Alfaguara.

[ii] Aristipo Decirene. (6 de noviembre de 2013) Fernando Vallejo y Jordi Soler (año 1999) [Archivo de video]. https://www.youtube.com/watch?v=WCCchP6ZGHM

[iii] Vallejo, F. (2013). Caminos a Roma. Bogotá: Alfaguara.

[iv] Jaramillo, J. (1960) Senderito de Amor[canción].

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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