Una memoria que desaparece

Foto tomada por Sara Lucía Zuluaga.

«Permitir que las bitácoras se desvanezcan es causar una afrenta más contra personas que han sufrido mucho más de lo que nadie debería haberlo hecho.»


El 29 de agosto, poco antes de la conmemoración internacional del Día de las Víctimas de Desaparición Forzada, recibí un mensaje que me dejó helada. Una voluntaria del Salón del Nunca Más, sitio de memoria del conflicto armado del municipio de Granada (Antioquia), me llamó con voz temblorosa a contarme que había sucedido lo que tanto temían: las humedades que desde hace años presenta la infraestructura del Salón terminaron por dañar decenas de bitácoras. Las bitácoras, para quienes no lo saben, son el objeto más emblemático de la memoria del pueblo y tienen un inmenso sentido para los familiares de los muertos y desaparecidos que dejó la guerra en este pequeño municipio del Oriente Antioqueño que, con poco más de 20.000 habitantes, puso alrededor de 2500 víctimas entre muertos, desaparecidos, mutilados por minas, agredidos sexualmente, secuestrados[1]. Esto sin contar la cifra de desplazamiento forzado que, a mediados de la década del 2000, llegó a representar casi al 70% de su población.

Muro de fotos del Salón del Nunca Más. Foto tomada por Marda Zuluaga.

Los eventos violentos más reseñados en medios de comunicación son dos, ocurridos en el año 2000. El primero es una masacre perpetrada el 3 de noviembre de ese año por un apéndice del Bloque Cacique Nutibara de las AUC[2], en la que asesinaron a 19 personas que se encontraron en el camino, sin sistematicidad alguna. Un mes después, en retaliación por este acto, un grupo de 500 hombres de la guerrilla de las FARC realizó una toma armada del casco urbano del pueblo, en la que detonaron un carrobomba con 400 kg de municiones y, durante dieciocho horas, se enfrentaron con unos 40 policías que había en el comando, lanzando artefactos explosivos que dejaron el pueblo semidestruido, un saldo de 20 muertos y decenas de heridos[3]. Fue el inicio del período más crudo de una guerra que ya llevaba más de una década afectando al municipio, convirtiéndolo en el escenario de decenas de masacres, permanentes retenes ilegales, asesinatos selectivos y un estado de zozobra que provocó un desplazamiento masivo y mantuvo el pueblo casi completamente aislado por los riesgos que suponía entrar o salir de él.

Allí, como en muchos lugares golpeados por la guerra, fueron las mujeres las que empezaron a juntarse en pequeños grupos para apoyarse en medio de la barbarie, hacer actos simbólicos de resistencia y reclamar atención ante su situación por parte de los gobiernos local y nacional. Después de algunos años de trabajo entre habitantes de municipios del Oriente que integran la asociación AMOR (Asociación de Mujeres del Oriente), se conformó en Granada ASOVIDA, la Asociación de víctimas unidas por la vida[4], en la que confluyen hombres y mujeres que han sido afectados de manera directa por la guerra. Recibieron capacitación como “promotores de vida y paz” y realizaron una serie de talleres en los que se promovía el valor de hacer memoria, tras lo cual la Asociación decidió instaurar un sitio con este fin: así tuvo origen el Salón del Nunca Más.

Este lugar existe desde el año 2009 y funciona como un espacio permanente en la Casa de la cultura Ramón Eduardo Gómez, una antigua y deteriorada edificación donde hay también biblioteca, un pequeño museo de ciencias naturales, cancha, salones para actividades artísticas y un auditorio en el que sesiona mensualmente la asamblea de ASOVIDA. Los componentes principales del Salón son dos: 1) el muro situado en el costado opuesto a la entrada, tapizado con las fotografías de cientos de muertos y desaparecidos (imagen 1), y las bitácoras (imagen 2) correspondientes a cada uno de ellos. Las bitácoras, además de tener un gran valor simbólico para las familias por representar a sus seres amados y convertirse en un medio para mantener vivo el vínculo con ellos, han sido objeto de investigaciones académicas y de reconocimiento nacional e internacional, pues este es uno de los primeros museos de memoria pensado y gestionado por iniciativa de las víctimas.

Bitácoras. Foto tomada del portal Oropéndola, del CNMH

Es invaluable el empeño que un grupo de mujeres le ha puesto al funcionamiento del Salón desde su apertura, que incluye la realización de visitas guiadas, la custodia de las bitácoras, la recepción y orientación a familiares para que encuentren la de su ser querido y puedan escribir en ella, y hasta el aseo del Salón. Todo esto de manera voluntaria, pues salvo por un breve período en el que tuvieron financiación internacional para la realización de actividades, el Salón no ha contado con recursos económicos que garanticen su operación en condiciones óptimas. Si bien la Alcaldía cedió en comodato el espacio en el que está ubicado desde el primer día, no ha habido de parte de las sucesivas administraciones un compromiso real por el sostenimiento del Salón. En el año 2018 se hicieron llamados públicos y hasta una “vaca” electrónica para conseguir algunos recursos que permitieran paliar los daños de infraestructura más urgentes y, en ese entonces, desde la Alcaldía manifestaron que estaban “gestionando recursos con la Gobernación de Antioquia para hacer un estudio arquitectónico que evalúe cuánto cuesta y cómo debe ser la reestructuración de la Casa de la Cultura entera. Ya hay un presupuesto asignado para eso y el trabajo, que se delegó a la Universidad de San Buenaventura, empezaría este mismo año”[5].

Desconozco qué pasó con los estudios, si efectivamente se llevaron a cabo y cuál fue su diagnóstico. También, por qué los ordenadores del gasto de lo reunido en la recolección electrónica no destinaron los recursos a algunas adecuaciones provisionales. Sin embargo, el hecho es que el 29 de agosto del 2020, casi dos años después de esa declaración de la Alcaldía, la encargada del Salón se encontró con que sus peores temores se habían materializado. Su intención era buscar las bitácoras de personas desaparecidas para compartir en redes sociales algunos de los escritos que les han dejado allí sus familiares, como parte de la conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Pero con lo que se encontró fue con que ahora, también, su memoria está desapareciendo: el agua filtrada por las paredes y el techo llegó hasta el estante rústico en el que guardan las bitácoras y borró por completo páginas enteras de las memorias de un duelo colectivo que se han estado escribiendo por más de una década. Algunas son legibles todavía, pero la marca de la desidia institucional, de los conflictos de intereses, de la indiferencia de un país que se resiste a un “nunca más” han quedado ahora también sobre estos cuadernos llenos de sentido como un recordatorio —vaya paradoja— de lo poco que parece importar la memoria para quienes deberían garantizar las condiciones para su preservación.

Hoy, desde este espacio, como ciudadana e investigadora, hago un llamado al Centro Nacional de Memoria Histórica, a la Gobernación de Antioquia y a la Alcaldía de Granada para que atiendan la situación del Salón del Nunca Más y dispongan los recursos humanos y económicos que sean necesarios para recuperar, restaurar y preservar las bitácoras. No solamente porque son documentos históricos invaluables sino, sobre todo, porque son muchas veces el último refugio y representación que le queda a las víctimas, especialmente a aquellas con familiares desaparecidos, para honrar el nombre de aquellos que perdieron y mantener vivo el vínculo con las nuevas generaciones que llegan a conocerlos a través de las bitácoras.

Uno de los hallazgos de mi tesis doctoral, que fue sobre las representaciones y sentidos que tienen estos cuadernos especiales, fue que las bitácoras en sí mismas son concebidas como lugares habitados por los ausentes. Más que al Salón, con toda la importancia que reviste, hay familiares que van a la bitácora y, en esa medida, la escritura se convierte en una visita que se le hace al ser querido. La bitácora se vuelve una especie de libro sagrado o mágico que garantiza la comunicación con el ausente, por lo cual es un lugar simbólico que coexiste con los demás lugares representados (ver imágenes 3 y 4)

Texto escrito por un sobrino o sobrina en la bitácora de Pedro Claver Giraldo Mayo. Foto tomada por Marda Zuluaga.
Texto escrito por uno de sus hijos en la bitácora de José Alejandro Duque López. Foto tomada por Marda Zuluaga

Permitir que las bitácoras se desvanezcan es causar una afrenta más contra personas que han sufrido mucho más de lo que nadie debería haberlo hecho.

Bitácora de Arley López Quiceno. Fotos tomadas por Marda Zuluaga
Bitácora de Arley López Quiceno. Fotos tomadas por Marda Zuluaga
Bitácora de Arley López Quiceno. Fotos tomadas por Marda Zuluaga

Estado actual de las bitácoras:


[1] Centro Nacional de Memoria Histórica. (2016). Granada. Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción. Bogotá: CNMH − Colciencias − Corporación Región. p. 19.

[2] El periódico El Tiempo, de circulación nacional, registró así la masacre: https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1256596

[3] Noticia publicada en el diario El Tiempo dos días después de la toma guerrillera: https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1299733

[4] Asovida es el nombre de la asociación de víctimas del municipio de Granada, autodescrita como un proyecto “para trabajar en pro de la memoria de las víctimas del conflicto armado” (página web del Salón del Nunca Más, consulta realizada el 3 de marzo de 2017). Gloria Elsy Ramírez, su representante legal, indica que la Asociación se conformó en el año 2004 con un pequeño número de personas pero que, con el paso del tiempo, han llegado a contar con más de 300 miembros, en su  mayoría mujeres (CNMH, 2016, p. 320).

[5] Tomado de: https://centrodememoriahistorica.gov.co/un-llamado-de-alerta-desde-los-museos-de-la-memoria/

Marda Zuluaga Aristizábal

Mg. en Historia y Memoria, PhD en Ciencias Sociales. Profesora de la Universidad EAFIT.

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