“Y como la hacienda no está sólo en el corazón de los dueños del país sino también en el de sus peones —eufemísticamente llamados “ciudadanos”—, el despotismo de Danielito es celebrado al conocido grito de “pegue, patrón, pegue””.
Dicen que los gobernantes son el espejo en el que se mira un pueblo. A los ecuatorianos nos consta la verdad de este proverbio, pues nuestro bienamado presidente encarna de cuerpo entero nuestras innumerables virtudes.
Ciudadanos ilustrados como somos, supimos detectar la prodigiosa inteligencia de Danielito al oírlo mencionar un par de cifras durante del debate presidencial y, sobre todo, al asistir a la formulación, de boca suya, de la revolucionaria teoría sociológica que dicta que las mujeres pobres se embarazan para recibir bonos.
Como hombres y mujeres éticamente elevados que somos, aplaudimos la juventud y alcurnia del gabinete armado por nuestro querido presidente, pues es bien sabido que la corrupción es cosa de viejos y pobres.
Orgullosos de nuestra identidad nacional, celebramos la incorporación de típicos apellidos ecuatorianos a las más altas carteras de Estado. No todos los días tenemos la dicha de contar con una Fritschi o una Sommerfield —¡mujeres, además!— desplegando su autóctona preparación por los pasillos de Carondelet.
Abnegado y trabajador, el pueblo ecuatoriano acepta estoicamente arrimar el hombro para sobreponerse a la crisis, confiando en el liderazgo y la entrega de patrón Danielito, primero en el sacrificio y último en el goce.
Viriles y soberanos, saludamos con inmenso orgullo el coraje y la entereza con que nuestro Danielito ha impuesto la autoridad de la República del Ecuador en el concierto internacional. ¡Por fin un presidente con pantalones que no se deja intimidar por pendejadas como el derecho internacional!
Son días de inmensa alegría para el pueblo ecuatoriano, que ha encontrado en don Danielito la más fiel encarnación de su espíritu republicano, su férreo sentido del deber y su prodigioso uso de la razón y el sentido común.
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La expresión “República bananera” se acuñó en Estados Unidos para referirse despectivamente a los países centroamericanos en los que la United Fruit Company ejercía una influencia determinante sobre la política nacional. Con el tiempo, la expresión fue extendiéndose a cualquier país donde la corrupción, la inestabilidad y el autoritarismo fueran el pan de cada día.
Históricamente, Ecuador ha representado escrupulosamente el papel de república bananera. Pero la broma fue demasiado lejos cuando decidimos ser gobernados por el hijo del mayor empresario bananero del país, nacido, además, en Estados Unidos, como para hacer la broma más graciosa y cerrar con broche de oro el círculo vicioso de la bananización.
Daniel Noboa gobierna el Ecuador como si de una de las haciendas de su padre se tratara. Fiel representante de las élites ecuatorianas, está convencido de que, para él, el cumplimiento de la ley es opcional. Ni el resultado de una consulta popular, ni el derecho internacional significan nada para el patrón Danielito.
Y como la hacienda no está sólo en el corazón de los dueños del país sino también en el de sus peones —eufemísticamente llamados “ciudadanos”—, el despotismo de Danielito es celebrado al conocido grito de “pegue, patrón, pegue”.
La improvisación y la inmadurez emocional en política son un problema muy serio, pero cuando el protagonista es un niño rico encaprichado con ser presidente, cuyos exabruptos son celebrados por la ciudadanía, las consecuencias suelen ser catastróficas.
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