Una boleta perdida y un teatro abandonado: la cultura se hace ruinas

“¡Esa boleta debe aparecer!” dije en voz alta. Era viernes, 4 de marzo de 2016 para ser más exactos, y el reloj marcaba las 11:45 p.m. Mientras mamá se preparaba para dormir, yo caminaba en círculos dentro de mi habitación pensando dónde estaría esa boleta. Era verde y larga como un separador de libros. Tenía los bordes arrugados y sobre ella estaba dibujado el perfil de una muchacha que gritaba un eslogan bastante sonoro: Altavoz es tu voz.

“¿Dónde está esa puta boleta?” me pregunté desesperado. Abrí el closet y saqué una caja de Galletas Noel en la que guardo algunos tesoros de mi adolescencia, como cartas, fotos y prendedores. Cuando destapé la caja creí que encontraría la preciada boleta, pero qué desilusión me llevé al no encontrarla.

“¿Qué tiene esa boleta de especial?” preguntó mi consciencia en un intento por devolverme la cordura. Yo le expliqué que “esa boleta” me transportaba a la eliminatoria de electrónica del Festival Altavoz, que se realizó el 30 de agosto de 2008 en el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco Ortiz, ubicado en el Cerro Nutibara.

Durante varios minutos esculqué los recuerdos que estaban dentro de la caja, pero la boleta se negaba a aparecer. Las gotas de sudor bajaban por mi frente y el corazón me latía a mil beats por segundo. De repente, sentí que estaba saltando en una grada del Carlos Vieco y volví a escuchar las mezclas que hicieron Federico Goes, Trópico Esmeralda y otros artistas aquel 30 de agosto de 2008.

Por ese entonces yo estudiaba Artes Plásticas en la Escuela Superior Tecnológica de Artes Débora Arango y ese concierto fue una catarsis. Yo, que hasta ese día no me atrevía a bailar en público, dejé que mi cuerpo se moviera al ritmo de una música electrizante y mis manos estuvieron a punto de tocar las nubes que cubrían al Teatro.

Mientras tanto, las latas de cerveza y las botellas de vino “maracuyoso” iban de mano en mano. Unos gritaban y movían los brazos como si fueran las teclas de un sintetizador, mientras que otros se querían subir a la tarima para unirse al frenesí de los músicos. El Carlos Vieco se convirtió en una catedral electrónica de la que muchos no quisimos salir.

Al revivir ese instante, mi deseo de encontrar la boleta se hizo más fuerte. Abrí cajones con la esperanza de volver a tocar esa boleta y sentir que estaba en Altavoz, el Festival Internacional de Poesía de Medellín y otros certámenes que se realizaban en ese “templo del rock y la poesía” y que fue construido en 1984 para rendirle honor a Carlos Vieco Ortiz, uno de los compositores más representativos de la música andina colombiana.

La búsqueda duró hasta la 1:30 a.m. del sábado 5 de marzo y el paradero de la boleta era tan incierto como el futuro del Carlos Vieco.

Sí, ese templo del rock donde agrupaciones como Bajo Tierra, Ekhymosis, Frankie Ha Muerto, I.R.A., Kraken, Masacre, Nadie y Neus hicieron mover a miles de almas, hoy permanece inmóvil y vacío. Ese lugar donde la poesía se paseaba a sus anchas y poetas como Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca, Raúl Gómez Jattin o Yevgeny Yevtushenko leyeron sus versos, ahora está dominado por el silencio.

La maleza y el óxido han convertido al Carlos Vieco en un monumento al abandono. Un espacio que se mantenía vivo gracias a la música y la poesía, agoniza debido a la indiferencia burocrática. La pérdida de una boleta no se compara con el deprimente estado en el que se encuentra el Teatro, pero fue el detonante para sentar mi voz de protesta. Por fortuna no fui el único que lo hiso.

El pasado 2 de marzo de 2016, Román González, gestor cultural y músico, publicó en su canal de YouTube un vídeo en el que muestra el evidente abandono del Carlos Vieco. “Lo que vemos en este momento es un teatro abandonado. Lo que vemos en este momento es un teatro vuelto mierda pues ¡Qué pena!”, se lamentó Román con cámara en mano mientras caminaba por las gradas cubiertas de hojas secas y dominadas por la maleza. Por si fuera poco, Román aseguró que allí no vio “la millonada que se le invirtió a esto para remodelación. Por eso, el Teatro estuvo cerrado el año pasado y los gestores culturales no lo pudimos utilizar”.

“Creo que no han venido a hacerle mantenimiento en los últimos dos años y lo chistoso de eso es que supuestamente la Administración Pública, con la ayuda de su Secretaría de Cultura, había hecho una gran inversión en mantenimiento y remodelación de este Teatro al Aire Libre Carlos Vieco. Pero no se ve”, agregó Román. Su vídeo se regó como pólvora en las redes sociales y muchas personas se sumaron a esta protesta con el hashtag #‎RecuperarElVieco.

Dos días después el periodista Diego Londoño publicó en El Colombiano su columna El Teatro Carlos Vieco ha dejado de sonar. Además de reafirmar lo dicho por González, Londoño comentó que el abandono del Carlos Vieco es el reflejo de una penosa realidad: aparte del Teatro Pablo Tobón Uribe y el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez, que el 19 de febrero cerró sus puertas debido a un daño en la tramoya de la sala, en Medellín “no hay dónde hacer conciertos. Más allá de ese par de referentes, sólo canchas polideportivas, una plaza de toros y calles representativas que deben ser cerradas”.

“Así que, como van las cosas, nos estamos quedando sin memoria cultural, nos estamos dejando absorber por “problemáticas más importantes” y de esa manera, estamos perdiendo un escenario histórico. Hoy, marzo de 2016, el teatro es un espacio abandonado, lleno de basura, perdido a causa del sol, el agua, el paso del tiempo y la negligencia estatal”, dijo Londoño e instó a la Administración Local, en cabeza del alcalde Federico Gutiérrez, la secretaria de Cultura Ciudadana Amalia Londoño y el Concejo de la Ciudad a que le devuelvan “este especio a la gente”.

Al leer estas palabras, yo me pregunté cuál es la demora para que el Carlos Vieco vuelva a abrirle sus puertas a la cultura ¿La Alcaldía quiere convertirlo en un espacio para el disfrute de la ciudadanía o en “un centro de espectáculos altamente equipado” en el que nadie pueda “poguear” para evitar cualquier daño a sus pulcras instalaciones?

Mientras lanzaba estas preguntas, me hice al dolor de que esa boleta que antes buscaba con afán no aparecería, y que seguramente debe estar enterrada en el Relleno Sanitaria La Pradera junto a millones de objetos que arrojamos al cesto de la basura para deshacernos del pasado.

Sin embargo, quedé con el sinsabor de que el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco Ortiz se está convirtiendo en una ruina ante nuestros ojos ¿Volveremos a entrar a ese templo del rock y la poesía o tendremos que buscar otro lugar en el que podamos ser libres? ¿Volveremos a cantar y saltar en sus gradas o seguiremos contemplando su deterioro? Las preguntas seguían rondando en mi cabeza, y antes de dormir, concluí que si los artistas, gestores culturales, melómanos, músicos, periodistas, poetas y toda la ciudadanía en general aportamos no uno, sino miles de granitos de arena, el Carlos Vieco volverá a su esplendor. Si no hacemos algo el Teatro correrá la misma suerte de la boleta que yo no pude encontrar, y todos los momentos que vivimos allí se irán al basurero del olvido.

Medellín, 7 de marzo de 2016

Este es el vídeo de Román González para que compruebe con sus propios ojos el actual estado del Teatro Carlos Vieco Ortiz. También pueden leer la columna de Diego Londoño dando clic aquí.

Posdata: Quiero invitarlos a que escriban en los comentarios los momentos que hayan vivido en el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco Ortiz, o que compartan las fotos y los vídeos que hayan grabado allí. Esos recuerdos pueden hacerle frente al abandono y el olvido que se apoderan del Teatro.

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.

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  • No es ningún templo, es el sitio donde nos segregaron para que la ciudad no nos viera, y si hacían los toques allá, era porqué no había mas donde y el era sitio que le «soltaban» a los «mechudos».