Susana Boreal: la música que quiere orquestar el cambio en la Cámara de Representantes

Por: Edinson Arroyo

Ningún giro parece definitivo en la vida de Susana Boreal. A pesar de navegar por tantos sucesos impredecibles, ha mantenido claro su norte. Tal vez sea esa una de las razones por las que se embarcó en un reto que hace un año jamás imaginó afrontar.

En un edificio ubicado en una céntrica zona de Medellín, la candidata a la Cámara de Representantes cuenta que nació en una familia servicial y generosa, una “familia muy increíble, pero también increíblemente católica”. Es la cuarta de cinco hermanas criadas con mitos y tabús eclesiásticos sobre el sexo y la sexualidad. Fornicar y no llegar virgen al matrimonio eran pecados deshonrosos en su casa. Visitar la iglesia era una costumbre sagrada y de obligatorio cumplimiento. A pesar de la insistencia, el sermón católico no la persuadió, prefería sus clases de música.

Esa fue su primera campaña: lograr que sus papás la comprendieran, que sus inclinaciones no los enojaran, y que no la obligaran a hacer algo en contra de su voluntad. Desde pequeña, Susana hizo parte de la Red de Escuelas de Música de Medellín; la guitarra, el violín y el piano la encantaron. También disfrutaba la teoría que impartían en el colegio, aunque fuera católico. “Era muy nerd. No hacía tareas porque no me daba el tiempo y no me gustaba, tampoco era necesario”, recuerda la joven de 27 años. Susana estudiaba hasta las 3 de la tarde, luego practicaba en la escuela musical del barrio San Javier hasta las 6 o las 9 de la noche; los fines de semana dedicaba toda la tarde, y parte de la mañana, a cultivar su arte. Durante su etapa estudiantil la becaron por sus excelentes calificaciones en la Universidad de Antioquia, por lograr el segundo mejor puntaje en la prueba de admisión para ingresar a matemáticas puras, una de las carreras que exigen uno de las mejores puntuaciones.

Amaba el universo numérico, “pero yo me acuerdo que salía de clases y me iba para la Facultad de Artes a estudiar, o me iba para los cubículos y hacía música con mis amigos. Me la pasaba en la Escuela de Música, y empecé a faltar a clases por ir a ensayos y a conciertos”. Antes de entrar a la universidad sus papás le habían dicho que no estudiara música porque se moriría de hambre. Susana le dio muchas vueltas, sopesó los pros y los contras, y finalmente confió en sus espontaneas pasiones. “No me paguen la universidad, yo me la pago. Yo veo cómo, pero voy a estudiar música”, les dijo decidida a sus padres.

Susana se presentó al pregrado de canto lírico, también en la Universidad de Antioquia. Hizo cuatro semestres de preparatorio, y en el tercer semestre de la carrera se percató de que necesitaba la teoría tanto como la música. Por eso decidió pasarse a dirección orquestal. Las cosas marchaban bien hasta que en noviembre de 2017, cuando cursaba el segundo semestre, ocurrió el feminicidio de su hermana mayor. Días antes ella había denunciado a su esposo por violento. “La Comisaría de Familia no mandó el auto a la Policía, no le creyó, solamente le dio la orden de restricción, un papel que nada. Ocho días después de que ella lo denunció y lo echó de la casa, el tipo se le metió, le disparó a las tres de la mañana delante de algunos niños. Mi hermana tenía 11 hijos con él. Los niños nos contaban que la violaba, le pegaba cuando tenía el periodo, y la mantenía en embarazo porque era un celoso horrible; una persona con muchas carencias, muy violento”, manifiesta la música.

De un día para otro Susana pasó de vivir con sus padres a compartir hogar con 10 de sus sobrinos. Durante ese difícil 2018 hizo las veces de mamá de Benjamín, quien apenas tenía un año de vida. Para ayudarles a sus padres a superar la contingencia, aceptó ser profesora de música en el Colegio Nuestra Madre de la Merced, del cual era egresada. La universidad quedó en segundo plano. “A finales de 2018 yo entré una depresión muy horrible –recapitula la candidata–. El concierto de final de año en el colegio fue hermoso, pero yo estaba muy mal, entre clases yo me iba a llorar”.

Quizás sin él también se hubiera sobrepuesto a ese abismo emocional, pero el apoyo del novio de aquel entonces lo hizo menos profundo y doloroso. Susana acató sus consejos: renunció al colegio, se fue a vivir con una de sus hermanas, y se dedicó de lleno a su carrera universitaria. La mejoría en su rendimiento académico fue notoria. En agosto del 2019 hizo méritos para participar en una clase maestra, una especie de mentoría que ofrecía la universidad, dictada por un músico de Bélgica en aquella ocasión. Su talento deslumbró al profesor, quien la invitó a su país a recibir clases complementarias. Durante un mes, Susana refinó su arte en Mons, una ciudad cercana a la frontera que separa a Bélgica de Francia.

Antes de regresar, la Universidad de Antioquia le propuso que se quedara en Europa realizando un intercambio. Esa vez no hubo mucho que pensar. Susana regresó a Colombia para tramitar una visa de estudiante que le permitiera de nuevo cambiar de continente. Decidió además llevarse algunas pertenencias para Perú, país de nacimiento y residencia de su novio. “Yo dije me voy para allá, hago vida otra vez y me llevó a mi familia como sea, hago lo posible por llevármelos a todos. Ya estoy cansada de Colombia, por más que uno haga es muy difícil, y el Gobierno no ayuda nada”.

Dentro de los planes había contemplado graduarse y hacer su maestría en Europa, pero en el tercer mes de clases empezó la pandemia, y con ella el confinamiento más estricto. Susana no pudo volver a Colombia hasta finales del 2020. “Yo me vine para Colombia sin nada, ya no tenía casa, ni siquiera la cama, todo lo había regalado o vendido. Y volver donde mis papás… con todos los niños, durmiendo a veces tres en una misma cama”.

La vida, los planes, los propósitos, las metas, volvían a desarmarse de la noche a la mañana. Volvieron también la angustia y la depresión. Susana cuenta que planeó su suicidio varias veces, y que no lo materializó porque “mis papas ya habían sufrido suficiente”.

***

2021 fue un año volcánico y atípico para todos los colombianos. Susana estaba nublada y desencuadernada, sin embargo su malestar con la situación del país y su olfato para detectar oportunidades seguían intactos.

Una semana después de iniciar el paro nacional que paralizó el país por más de dos meses, Juan Ernesto Arias, un trompetista amigo de Susana, circuló un mensaje por whatsapp en el que propuso una juntanza de músicos para apoyar con su arte las protestas que por esos días se tomaron las calles de Medellín y gran parte de Colombia. Susana dijo yo me sumo, al igual que Ana María Zapata, clarinetista y representante estudiantil de la Universidad de Antioquia. En menos de 48 horas los tres organizaron una presentación en el Parque de los Deseos, rebautizado por los manifestantes como Parque de la Resistencia. La convocatoria y las partituras circularon por los grupos de mensajería un día antes.

Ese 5 de mayo, la improvisada orquesta dirigida por Susana fue un éxito mediático. Ella empuñó la batuta y más de 300 músicos interpretaron el himno deconstruido, es decir el himno nacional musicalizado en una tonalidad menor, el himno convertido en una triste letanía, y mezclado con la marcha imperial que suena cuando aparece el villano de la Guerra de las Galaxias, una famosa serie de películas estadounidenses.

El video del repentino concierto se reprodujo y se compartió miles de veces en redes sociales, el nombre, el rostro y el arte de Susana se volvieron virales, “famosos”.  “Nadie está preparado para eso –asegura la joven que fue entrevistada por canales y emisoras nacionales, y por medios internacionales como la renombrada cadena CNN–.  No era algo que yo haya buscado, sino me hubiera dedicado a otro tipo de música. Cuando eso pasó fue muy abrumador; siento que a uno como que se le abren las puertas a otro mundo. Gente que antes era súper inaccesible, se vuelve accesible. La verdad es muy extraño. A mí me parece muy raro que me digan doctora, que me traten diferente solamente porque me conozca más gente”.

Después de la presentación en el Parque de la Resistencia, Susana siguió participando en las movilizaciones y dirigiendo conciertos realizados en otras partes de la ciudad. No la movilizaba la fama, sino ese clamor que llevó a miles de jóvenes a marchar, gritar, hacer performances, grafitis, murales, canciones, intervenciones estéticas, bloquear vías, transmitir los ataques de la fuerza pública en redes sociales, atender otros jóvenes manifestantes que resultaban heridos, o impedir y denunciar que detuvieran o desaparecieran a la juventud que protagonizó el estadillo social del 2021, gracias al cual Susana se dio cuenta que la gente del común puede y debe participar en política.

No todo fueron aplausos y rosas. A los días de hacerse viral, un músico de la ciudad dijo que Susana quería farandulear con aquella puesta en escena, además criticó el vestido que llevaba ese día; “a un hombre nunca le criticarían eso; yo podía dirigir en vestido de baño si se me daba la gana “, dice ella. Las hostilidades no pararon ahí: “Después de eso un grupito de músicos se dedicaron a sabotearme eventos, a sacarme de eventos que estaban haciendo. Yo les tendí muchos puentes y todos los quemaron. Hasta que me cansé, y me sacaron un comunicado en contra de que yo me hubiera lanzado”.

Procurando ser consecuente con lo que es y lo que piensa, el 17 de agosto Susana oficializó su aspiración de llegar al Congreso avalada por la coalición variopinta del Pacto Histórico. Antes de tomar la decisión indagó si algún otro artista de la ciudad contemplaba hacer campaña. Luego consultó que opinaban dos personas de confianza sobre su aspiración electoral, una de ellas vocero universitario en instancias de discusión y negociación con el gobierno; y que actualmente integra el voluntario equipo de campaña, conformado en su mayoría por jóvenes y artistas. Son tres las ansias programáticas de su campaña: que los artistas encuentren en su arte un quehacer rentable y digno, que los jóvenes recuperen su posibilidad de soñar, y que la cultura machista no le impida a las mujeres ocupar el rol protagónico que les corresponde. “Simplemente tomé una oportunidad, el hecho de que una persona de la cultura pudiera estar ahí [en el Congreso] me pareció una oportunidad de oro (…) Los jóvenes venimos con otras ideas, otras herramientas, somos los que también tenemos que liderar los cambios que se vienen. En un país incluyente los jóvenes tenemos que estar sí o sí”.

La arena política no es la primera, ni la última lucha que deberá librar Susana. Le tocó ganarse en su casa el derecho a ser lo que es, soportar la violencia y el acoso cotidiano al que está expuesta solo por ser mujer, sobrevivir a sí misma, y asimilar los giros repentinos que puede dar la vida. “Esto es muy duro”, fueron sus primeras palabras cuando empezamos la entrevista. Unas cuantas líneas después me dijo que también lo disfruta por la gente que ha podido conocer, la que ha podido escuchar, y la que ha personificado en ella la esperanza de cambiar los métodos y las formas.

El rigor de lo que implica una campaña electoral la llevaron a visitar de nuevo el psicólogo. A pesar de lo que ha vivido, en esta etapa todo es nuevo: resistir a la crítica descarnada, intentar entender las lógicas arcaicas que están enraizadas en la izquierda y la politiquería electoral, aceptar que varias personas quisieran estar en el lugar que ella ocupa, ignorar a quienes la deshumanizan tratándola de perra, aparecida, y otras formas misóginas y machistas. “La primera vez que vi un comentario así, lloré dos días seguidos. Por el hecho de ser nueva en la política electoral, que entre comillas nunca me haya preparado, que sea una joven artista, y todo el tiempo hable de jóvenes y cultura, en el imaginario yo no tendría por qué estar aspirando al Congreso, ni en él (…) A veces también me subestimo mucho. También sé que se debe a cómo nos tratan y nos minimizan a las mujeres. Pero yo confío en mí. Yo sé lo que soy, por eso lo hago. Para mí también hubiera sido fácil dedicarme a cualquier otra cosa”, dice Susana segura y convencida.

La candidata a la Cámara de Representantes por Antioquia acepta que tiene mucho por aprender, y, aunque no lo diga, sabe que aprende más rápido y más fácil quien sabe escuchar. Desde que entró a la política electoral, una de las lecciones más significativas se la ha dado un joven campesino de la zona rural de Ituango, un municipio del norte de Antioquia. Ella y un integrante de su equipo le preguntaron que le gustaría estudiar si pudiera ir a una universidad. El muchacho de 16 años no repondió, “para que si nunca voy a llegar allá”, les dijo. “¿Cómo podemos vivir en un país en el que un joven de 16 años sabe que es casi imposible hacer lo que él quiere? –se pregunta Susana–. El lugar donde ellos viven es hermoso, esa vida es increíble, súper tranquila, tienen toda la comida que necesitan. Esa vez entendí que la libertad reside en la capacidad de poder elegir. Que si ellos quieren ser campesinos, lo hagan. Pero que lo hagan sabiendo que si en algún momento quieren hacer otra cosa, lo puedan hacer. No se trata de llevarles cemento y tecnología, y que todos tengan que ir a la universidad, no; que puedan escoger lo que quieran hacer, y tengan todas las facilidades con toda la dignidad”.

En entrevistas, actividades del paro nacional, y eventos del Pacto Histórico se la ve sonriente, alegre y vital. Su círculo de trabajo cercano sabe que si logra hacerse con un lugar en el Congreso, no tendrá problema en compartir la batuta y ser otro instrumento de la orquesta que va alegrar esa tonada lúgubre y desigual llamada Colombia.

Juan Alejandro Echeverri

Reportero e integrante del Movimiento Social por la Vida y la Defensa del Territorio (MOVETE)

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