“el hombre no es un ser natural, no es el repertorio de sus necesidades vitales…”
Cuando definimos al hombre desde un punto de vista racional entramos en el campo de la filosofía, y para ser más específico debemos de sumergirnos en una de sus disciplinas relevantes: la ontología (Parte de la metafísica general que trata del ser, de sus principios, de sus propiedades y de sus causas primeras).
Desde los albores del pensamiento filosófico, allá en Grecia, algunos sofistas ya planteaban el historicismo como fundamento del ser del hombre, no obstante, a partir del siglo XIX, incluso un poco antes, cuando el historicismo y otros “ismos”, intentaran subyugar a sus términos a la filosofía, Hegel, “la conciencia de la modernidad”, viene para relevar a la historia como sucedánea definitiva de la filosofía, tan sólo como un marco espacio-temporal para anclar al ser mediante su dialéctica, y todo esto hasta el día de hoy.
Sin embargo, lo que nos interesa de inmediato es determinar el papel que juega la historia del hombre y su mundo, en cuanto seres.
En primera instancia el hombre no es un ser natural, no es el repertorio de sus necesidades vitales, no es su cuerpo, no es su organismo ni su sistema nervioso, el hombre es más que ello, es un Proyecto de Existencia [Ortega]. Dicho en otro giro, el hombre es un ser inacabado, que no se define por lo que trae ni lo que tiene de natural, sino debe crear su “propia naturaleza”, la que se denomina cultura, el resultado de los saberes y quehaceres de la humanidad toda (técnica, sociedad, religión, ciencia, política, etc.) En relación y también entre paréntesis, todavía sorprende que, para algunas instituciones o empresas, dentro de sus protocolos de admisión le pidan al postulante una fotografía para su currículo vitae, como si fuera ésta una característica fundamental de su ser. El hombre no es una imagen de su rostro ni de su cuerpo, el hombre es lo que ha hecho, hace y hará.
Ahora bien, para que el hombre lleve a cabo su proyecto de existencia necesita toda su vida: su historia vivida como experiencia, su circunstancia existencial y su proyecto o plan vital. De esto último se desprende uno de los atributos absolutos del ser del hombre, aquel que se refiere a su libertad. Sartre dice, el hombre está condenado a ser libre. De tal modo, el hecho de que el hombre sea toda su vida un proyecto implica que en todo momento tiene la “necesidad de las necesidades”, estar eligiendo qué ser, de acuerdo a sus experiencias, su circunstancia y su plan vital. Faena, por supuesto, llena de incertidumbres y más que angustiosa, para una vida temporalmente finita en el tiempo infinito.
Cabe aquí detenerse un instante y reflexionar acerca de la historia según la concepción de Marx, ya que éste en vez de situar la historia como un pasado lineal hacia el presente, redacta una dialéctica histórica hacia el futuro, inversamente opuesta, como un especie de profetismo, al más puro estilo hebreo, cuando asegura que así como la burguesía reemplazó a la monarquía, el proletariado industrial derrumbaría a la burguesía; nada de eso ocurrió, porque a decir verdad, la burguesía sigue imperando en el mundo y el proletariado, sin nombre, sigue siendo avasallado por el gigantesco poder del capital.
En relación a una teoría del conocimiento, la fenomenología, desde Hegel a Heidegger, y prácticamente todos los filósofos posteriores, siguen relegando la historia a un segundo plano ontológico, porque en definitiva el hombre está arrojado siempre hacia un tiempo y espacio como por venir, a una perspectiva de posibilidades:
El pasado es pura cosa.
El presente y el futuro son estados permanentes de conciencia fenomenológica, una dialéctica entre fenómeno (lo que aparece), objeto de conciencia (lo que atrapa el sujeto consiente), autocorrección (criterio inmanente) y concepto fenomenológico (certeza).
Y en esto, estimados lectores, estuvimos solos, vamos solos por la vida y estaremos siempre solos, pues nadie vive por nosotros nuestras propias vidas. No obstante, y quizá, lo único de histórico que podamos rescatar es el hecho de haber actuado auténticamente, con principios y convicciones.
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