Se cancela el futuro

“…  desde hace algunas décadas hemos asistido a una lenta cancelación del futuro, sumergiéndonos en un “presentismo” eterno, donde solo existe el instante actual, y cualquier narrativa sobre el futuro ha sido desacreditada como imposible, inviable o utópica.


Es difícil oponerse actualmente a que nuestras sociedades requieren profundos cambios. Desde la crisis climática, la desigualdad, el desempleo estructural, y recientemente las pandemias, por nombrar algunas problemáticas, se evidencia una insostenibilidad generalizada en los modos de vida actuales, exigiendo serias transformaciones. Lo curioso, o mejor dicho preocupante, es que no se vislumbran propuestas, ideas o al menos sueños sobre el porvenir. En términos generales, el futuro ha sido cancelado.

Esta es una tesis propuesta por autores como Frederic Jameson y Mark Fisher, los cuales señalan que desde hace algunas décadas hemos asistido a una lenta cancelación del futuro, sumergiéndonos en un “presentismo” eterno, donde solo existe el instante actual, y cualquier narrativa sobre el futuro ha sido desacreditada como imposible, inviable o utópica. Verdaderamente, como señalan otros autores, nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo o de nuestros modos de vida actuales.

Esta cancelación del futuro se evidencia en dos aspectos que quisiera presentar en esta ocasión: la política y la cultura. En primer lugar, se presenta una esterilidad política, donde los gobernantes se limitan a proponer medidas para el corto -o máximo, mediano- plazo, atendiendo las situaciones más urgentes, pero dejando de lado todo proyecto político de largo alcance, y por lo tanto descartando toda posible transformación profunda de la sociedad y sus problemáticas. Pareciese que se confirma entonces la tesis de Fukuyama del “fin de la historia” con la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética, dejando al mundo sumergido en una única e inescapable opción política, donde el tiempo parece haberse detenido y no se proyecta ningún otro futuro posible al que se vive diariamente.

El otro ámbito que manifiesta la cancelación del futuro es el cultural. Siempre se ha dicho que el arte representa el espíritu de su época, y en una época detenida en el eterno presente le ha correspondido un arte igualmente paralizado. El constante regreso de clásicos de la cultura popular como Matrix, Star Wars, Friends, Harry Potter, entre tantos otros comebacks, cuyo génesis se dio en el siglo XX pero hoy en día siguen recaudando ingresos, demuestra la “retromanía” en que vive la industria cultural actualmente. Basta solo mirar el -tal vez- mayor producto cultural de nuestros años: las mega producciones cinematográficas de superhéroes Marvel y DC, las cuales corresponden a creaciones originales del siglo XX. Igualmente sucede con el entorno musical, donde Bruno Mars y Calvin Harris regresan al funk, Artic Monkeys al post punk de los 70s, el reggaetón a sus clásicos y las melodías pop soul de Adele parecen propias de cualquier momento de la historia.

Esta obsesión por los productos “retro” o clásicos de la cultura se debe a dos razones. En primer lugar está la explotación de la nostalgia como mercancía, lo cual corresponde a su vez al lucrativo negocio de las emociones en los consumidores: no se trata de vender simplemente productos o experiencias sino emociones y sentimientos; en esta medida, la nostalgia que producen aquellos clásicos pop son un inmenso mercado que está siendo explotado constantemente. Por otra parte, la industria cultural, que requiere de productos rápidos y efímeros, se ahorra la necesidad de producir nuevas y desconocidas ideas que toman tiempo de seducir al público, y en su lugar, recurren a productos y fórmulas que ya han sido previamente aprobadas por el público; de esta manera, tanto consumidores como productores express quedan satisfechos. El costo de esta “retromanía” es la falta de innovación y creatividad en los productos culturales y artísticos, permitiendo y aumentando este congelamiento temporal en que vivimos.

Por supuesto, el futuro llegará. No obstante, los modos de vida actuales lo niegan u obscurecen de tal manera que se hace difícil imaginar qué nos depara como sociedad. Esta indeterminación alrededor del futuro tiene las consecuencias sobre la mente que sufrimos millones de personas alrededor del mundo, produciendo una profunda angustia, o en términos clínicos, ansiedad. La solución ante las consecuencias psicológicas de un futuro nublado la ha planteado la psicofarmacología con una inmensa variedad de medicamentos y terapias para “curar” a quienes temen por el futuro, negando toda posibilidad de politizar la angustia y penetrar en las causas estructurales que la causan.

La desesperanza es uno de los síntomas más contundentes de la depresión, y pareciese que como sociedad nos sumimos en una depresión hedonista, donde se pierda toda esperanza del futuro a la vez que ocurre una incansable búsqueda de placer inmediato en el día a día. No obstante, la politización de la angustia y la depresión puede ser un camino para comenzar la reconquista de un futuro raptado. En lugar de sumergirnos en un cinismo pasivo, que vive resignado y expectante ante la complejidad y aparente imposibilidad de la situación, la angustia y desesperanza pueden ser motores para tomar un papel activo en la construcción de un futuro soñado.

La capacidad de imaginar, soñar y proponer deben ser cualidades que no podemos entregar sin luchar. La historia y el futuro no serán más que lo que hagamos de ellos. Pero como siempre, el primer paso está en ser conscientes de la situación, de un futuro que se ha desvanecido, pero ante lo cual podríamos contar con todos los medios y capacidades para recuperarlo.

Juan David Montoya Espinosa

Economista y politólogo de la ciudad de Medellín, interesado por los temas sociales alrededor de la justicia, la desigualdad y la subjetividad capitalista; consciente del compromiso social que tengo, no solo por mi formación en las ciencias humanas, sino como ser humano que se construye y proyecta en la sociedad.

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