Sombras de narcocracia

Petro anunció la designación de Danilo Rueda como nuevo comisionado de paz. Como el de Leiva y el de Velásquez, el nombramiento de Rueda no es una buena señal. Hay testimonios de que ofrecía asilos a cambio de acusaciones contra el ex presidente Uribe y certeza de que fue compañero de Juan Fernando, hermano del próximo presidente, en sus visitas a las cárceles durante la campaña. Y viene de ser director de una oenege que justifica la violencia guerrillera y que sostiene que esas guerrillas «son la expresión del ejercicio del Derecho a la Guerra, a la rebelión armada». 

Un par de días más tarde, Petro dijo que Cuba será la sede de los diálogos con el Eln. Que se siente con los elenos no sorprende. Lo anunció en campaña. Que sea en la isla sí debería generar rechazo: los cubanos viven una etapa de feroz represión interna y su peor crisis económica desde la caída de la Unión Soviética. La negociación en La Habana le dará tanto oxígeno político como dinero a la dictadura castrista, que cobra carísimo al gobierno colombiano el uso de su territorio para las conversaciones con la guerrilla. Habría otros lugares para negociar sin alimentar la tiranía.

Más allá de de recordar que el derecho internacional no reconoce a los subversivos los tales derechos a la guerra y a la rebelión armada de los que habla la oenege de Rueda, la duda es si un diálogo entre el Eln y el gobierno de Petro, que fue del M19, y su comisionado, que justifica la violencia guerrillera y de quien se sostiene que ha sido «muy cercano» a los elenos, no es uno de yo con yo. O casi. Es decir, la pregunta es si Petro y su comisionado serán capaces de defender al Estado y a la sociedad colombiana en sus conversaciones con el Eln o si serán proclives a concederle a ese grupo lo que pida, a costa de los derechos, libertades y los impuestos que pagamos los ciudadanos.

Por otro lado, Rueda anunció que «la idea [del nuevo gobierno] es un proceso de paz con muchos procesos simultáneos». Negociaciones no solo con el Eln sino con todos los grupos armados ilegales en paralelo con el pretexto de la «paz total».

Surgen acá nuevas cuestiones. Una, si esas negociaciones fueron pactadas en las referidas visitas del hermano de Petro, de Rueda y de Piedad Córdoba a las penitenciarias durante la campaña. Es decir, si son desarrollo de lo que se llamó en los medios el pacto de la Picota. Aunque por mucho menos los jueces enviaron a la cárcel a docenas en el marco de los juicios de la parapolítica, no me sorprendería que ahora ni siquiera se iniciaran procesos. El doble estándar en estos asuntos ya es norma. Los jueces tienden a mirar solo por el ojo izquierdo. Pero la inacción del sistema judicial no debería impedir la veeduría ciudadana. Por otro lado, hay que estar atentos a lo que se hable y conceda a los grupos violentos exclusivamente narcotraficantes. 

El riesgo de convertirnos en un narcoestado está a la vuelta de la esquina. Petro y la izquierda que gobernará a partir del 7 de agosto han hecho ataques furibundos a la extradición, intentaron impedir el envío de Otoniel a los Estados Unidos, ofrecieron «perdón social» para todos los delincuentes y «una JEP para el narcotráfico» con «beneficios jurídicos», se sentaron con los capos encarcelados no sabemos si a cambio solo de apoyos políticos para las elecciones o también de algo más, dijeron que no harán erradicación forzada ni permitirán el uso del glifosato ni siquiera en la erradicación manual, y ahora han anunciado proyectos de ley no solo para permitir el uso recreacional de la marihuana sino para la legalización de todas las drogas ilícitas, cocaína inclusive. Como guinda del pastel, nombran en el Ministerio de Defensa a un enemigo de las Fuerzas Armadas, que tienen precisamente la tarea de combatir a violentos y delincuentes. 

Ya el expresidente Pastrana había advertido que «el narcotráfico y los carteles de la contratación pública no pueden estar amparados por un paraguas de perdón e indulto presidencial en consonancia con la clase política que hoy se convoca en torno al próximo ejecutivo para tenebroso fin» y que es indispensable que haya unas «líneas rojas» ante la criminalidad. No es gratuito que, en consecuencia, decline asistir a la posesión de Petro «por las insalvables diferencias éticas y políticas que nos separan».

Rafael Nieto Loaiza

Impulsor de la Gran Alianza Republicana. Abogado, columnista y analista político. Ex viceministro de Justicia.

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