Sobre el epílogo de 1969 de La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn

Alejandro Villamor Iglesias

Dijo el filósofo estadounidense Thomas Kuhn que el término “paradigma” fue formulado con una notable ambigüedad en su célebre obra La estructura de las revoluciones científicas. Es de hecho posible que el término se haya usado “por lo menos de veintidós modos distintos” (Kuhn, 2006, 312) a lo largo del libro. Ciertamente, “paradigma” es una expresión muy ambigua empleada para denotar algo tan importante en el esquema kuhniano como aquello que comparten los miembros de una determinada comunidad científica.

Para dar solución a estas críticas en este epílogo Kuhn sugiere la introducción de una nueva expresión que parece amoldarse mejor a lo que se quiere decir. Esta es la “matiz disciplinar”, la cual permite incluir toda la heterogeneidad semántica que hacía adolecer de vaguedad a la noción de “paradigma”. El nombre de esta expresión proviene de una doble consideración: es una “matriz” porque está compuesta por toda una serie de elementos variados que se enumerarán a continuación, y “disciplinar” porque está referida a una disciplina científica concreta (Kuhn, 2006, 313). Es decir, básicamente, y recordando la caracterización que a lo largo de la obra Kuhn nos da de “paradigma”, la “matriz disciplinar” da cuenta de esa “visión del mundo” que subyace y guía a toda “investigación normal”. Está compuesta por toda una serie de elementos variados que se pueden dividir en cuatro grupos interrelacionados: las “generalizaciones simbólicas”, los “modelos” de la investigación científica, los “valores normativos” y los “ejemplares”. Veámoslos con un poco más de pormenor.

Por “generalizaciones simbólicas” el norteamericano refiere a aquellas fórmulas que carecen de un contenido empírico concreto.  Por esto, las “generalizaciones simbólicas” son los componentes de una “matriz disciplinar” susceptibles de ser fácilmente, por lo que acabamos de decir, formalizables. Generalmente se presentan con la forma de ecuaciones matemáticas como el segundo principio de la mecánica de Newton (f = ma) aunque, cabe decir, esto no es en absoluto necesario. Componentes de esta índole también resultar expresables en lenguaje natural, como por ejemplo “los elementos se combinan en proporción de pesos constantes” (Kuhn, 2006, 314).

En segundo lugar, tenemos aquellos componentes que fueron referidos en la obra de Kuhn como “paradigmas metafísicos” (Kuhn, 2006, 315) y que ahora se consideran de un modo más amplio como “modelos”. La función que ocupan estos componentes, a grandes rasgos, es la de establecer aquel conjunto de fenómenos que se deben investigar y mediante qué medios se debe llevar a cabo esta empresa. Esto incluye desde analogías heurísticas como que “el circuito eléctrico se puede considerar como un sistema hidrodinámico en régimen estacionario” (Kuhn, 2006, 316) o la determinación de toda “la lista de rompecabezas sin resolver” (Kuhn, 2006, 316).

En tercer lugar, están los “valores normativos” compartidos por una “comunidad científica”. A pesar de que existe un cierto consenso en la aceptación de estos valores su aplicación varía, deja claro Kuhn, dependiendo del individuo. Entre los ejemplos de valores que podría tener una determinada “comunidad científica” se encuentran la compatibilidad con el resto de teorías suscritas o la utilidad social (Kuhn, 2006, 317).

Por último, tenemos a los “ejemplares”. Esto son los casos que, podríamos decir, determinan en gran medida la idiosincrasia de una “matriz disciplinar” al proporcionar los casos más reveladores en la aplicación de dicha matriz en una disciplina concreta. Son, dicho en otras palabras, aquellos “ejemplos compartidos” de una “matriz disciplinar” que un estudiante comienza por aprender en los libros de texto.

Algunos filósofos parecen haber tergiversado el significado que Kuhn pretendía dar a su tesis de la “inconmensurabilidad” entre diferentes “paradigmas”. Así, estos filósofos le acusaron de hacer una propuesta relativista e irracional al negar que la elección de un “paradigma” venga de la mano de criterios racionales. De lo que se trataría, según estos críticos, es de una mera cuestión a nivel personal y subjetiva de tal modo que la decisión que tome el científico estará dada por “algún tipo de percepción mística”. Kuhn niega que sea exactamente eso lo que quería transmitir en su trabajo. Más bien, al moverse en planos completamente distintos, al ser “visiones del mundo” dispares, la elección de un “paradigma” no se puede plasmar sencillamente como una prueba de la lógica o de la matemática. “No existe un algoritmo neutral para la elección de teorías, no existe un procedimiento de decisión sistemático que, aplicado adecuadamente, haya de llevar a la misma decisión a todos los individuos del grupo” (Kuhn, 2006, 338-339). No hay una correlación lógica, matemática o terminológica entre dos “matrices disciplinares diferentes” de tal modo que una se pueda reducir a la otra al modo en que lo planteaba Nagel y secundaban los neopositivistas. No podemos recurrir ingenuamente a una especie de “lenguaje observacional neutro”, es más bien la consecuencia que se sigue de la aceptación de la tesis de la “carga teórica de la observación” que subyace a la de “inconmensurabilidad”.

Por tanto, y como efectivamente se decía en la obra, los defensores tanto de un “paradigma” como de otro deben llevar a cabo diferentes maniobras de persuasión sobre los contrincantes. ¿Quiere decir esto que ninguna “buena razón” podrá operar aquí? No. Quiere esto decir que ningún defensor de ninguna “matriz disciplinar” podrán apelar a criterios estrictamente racionales, lógicos, matemáticos… o, en cualquier caso, a ningún criterio aséptico o neutral. Al hablar de persuasión lo que se quiere apuntar es a la necesidad de convencer al otro de que el “punto de vista propio es superior y que por consiguiente debería sustituir al suyo” (Kuhn, 2006, 343). Pero, por supuesto, entre los elementos que componen este intento de persuasión se encuentran valores como la “precisión, la simplicidad, la fecundidad y similares” (Kuhn, 2006, 338).

En este epílogo, Kuhn plantea al respecto de la cuestión de la elección entre teorías inconmensurables la posibilidad de la traducción. Los defensores de “paradigmas” enfrentados bien pueden reconocer la pertenencia de los contrincantes a un sistema lingüístico diferente y, en consecuencia, tratar de convencerlos a través de la traducción. Un científico puede, durante este “periodo revolucionario”, traducir la propia teoría de modo que el mensaje que quiere transmitir —sirviéndose, por ejemplo, de algunos términos compartidos en la vida cotidiana— llegue al otro. Dado que la “inconmensurabilidad” niega la posibilidad de determinar neutralmente qué teoría es mejor, por supuesto que técnicas como la de la traducción no son garantía del éxito. Pero lo que cabe tener claro es que lo que no pretende negar esta tesis de la “inconmensurabilidad” es la existencia de “buenas razones” a favor de una posición. No se pone en duda, pues, que estas “buenas razones” y técnicas como la de la traducción sean una posibilidad que hace más proclive la conversión hacia un nuevo “paradigma”.

Como se menciona más atrás, algunos críticos de la propuesta kuhniana la atacaron por considerar que esta nos avoca a un relativismo epistemológico para nada deseable. Esta es una consecuencia, como se puede apreciar a simple vista, de la tesis de la “inconmensurabilidad” tratada en la anterior cuestión. Y es que Kuhn se encuentra muy lejos de las visiones clásicas del desarrollo científico al modo neopositivismo y popperiano. Las diversas ciencias no siguen un progreso lineal acumulativo tan alegremente como proponen los neopositivistas, ni tampoco hay una Verdad última a la que las diversas teorías se van aproximando sucesivamente, como aseveró Karl Popper.

A pesar de ello, Kuhn no considera que la suya sea una visión que se pueda considerar relativista. Para ello tendrá en consideración, en primer lugar, el primordial papel que ocupa en el desarrollo de la ciencia la resolución de rompecabezas. A partir de esto, dice el autor, podríamos establecer una suerte de “árbol evolutivo” que “represente el desarrollo de las modernas especialidades científicas desde su origen común” (Kuhn, 2006, 347). Un observador imparcial podría distinguir las teorías más antiguas de las más recientes. Tomando como piedra angular la resolución de “rompecabezas”, podríamos aportar una lista de criterios como la “exactitud de las predicciones”, el “número de problemas resueltos”, la “simplicidad” o el “alcance” que le posibilitaran dicha distinción. Puesto que esto sería posible, la consecuencia inmediata es que efectivamente existe en la ciencia un cierto progreso “unidireccional” e “irreversible”.

Aun a pesar de que difieran en los medios y en los mismos problemas a resolver, existen criterios por los que podemos constatar que las teorías científicas recientes son ciertamente “mejores” que las antiguas a la hora de resolver sus respectivos problemas. Estas son las razones por las que no podemos considerar que la propuesta de Kuhn sea relativista por mucho que, en ella, no podamos hablar de una constante mayor correspondencia ontológica entre teoría y naturaleza. En pocas palabras, no hay duda de que la “mecánica newtoniana mejora la de Aristóteles y que la de Einstein hace lo propio con la de Newton” (Kuhn, 2006, 348) y, así, podemos hablar de progreso científico. Pero este progreso no se compromete con la existencia de una “dirección coherente de desarrollo ontológico” (Kuhn, 2006, 348). Estamos siempre, aunque en progreso, con “visiones del mundo” completamente dispares. Hasta el punto de que aunque la “mecánica newtoniana mejora la de Aristóteles y que la de Einstein hace lo propio con la de Newton” sucede que “la teoría general de la relatividad se halla más próxima a la de Aristóteles de lo que cualquiera de ellas lo está de la de Newton” (Kuhn, 2006, 348).


Todas las columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

 


Bibliografía

Kuhn, T. S. (2006) La estructura de las revoluciones científicas, México, F. C. E.


 

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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