Rescatar el Atlas Lingüístico Etnográfico de Colombia, un tesoro vigente

“Palabras, sí, palabras, pero enlazadas a la cosa” Manuel Alvar.

Colombia cuenta con un corpus investigativo sobre las dinámicas de poblamiento y configuración del Estado, pero relativamente oculto. Quisiera presentar brevemente un ejemplo de un texto que merece un reconocimiento a su valor cartográfico y como herramienta útil para comprender el territorio más allá de la razón de Estado instrumental.

Primero señalar que, el encargo, por vía directa o por patrocinio, al funcionamiento de institutos por parte de un Estado, para empresas exploratorias, científicas o comerciales se enmarca en el concepto de razón de Estado. Es conocida tal acepción desde la propuesta de Maquiavelo (1990), por identificar elementos resolutorios de la teleología propia de un Estado, con observancia de los medios que de forma imperativa deben utilizarse para materializar los fines. Dicha razón es conocida a su vez desde los discursos del cardenal Richelieu, quien, en su proyecto de estabilización de la monarquía absoluta francesa, lo usa como legitimador del acto de gobierno.

Existen diversas interpretaciones, pero interesa en esta reflexión la definición de razón de Estado ampliada a la necesidad del saber. Michel Foucault (2006), describe la aparición del concepto en la práctica, desde la revisión de autores del siglo XVII, como Giovanni Antonio Palazzo y Philipp von Chemnitz, al señalar la razón en un sentido unificador, y otro en relación con la voluntad y el medio para conocer (2006, pág. 295).  Y así, procede a definir razón de Estado como “lo que es necesario y suficiente para que la república,…, conserve intacta su integridad.” (2006, pág. 296). Tal noción en su origen tiene una ligazón con lo territorial, en una pretensión de defensa como condición de posibilidad mínima para la existencia estatal. Sin embargo, ya desde temprana fecha se observa como a su vez el concepto incluye otra categoría ligada a la conducta, a “una regla o un arte” (Foucault, 2006, pág. 296), que incluye una diversidad de medios.

Así, la razón de Estado tiene una relación con la necesidad de ejecución de los fines, una perentoriedad axiomática que no resiste revisión en tanto el Estado es, en la pretensión moderna, un fin en sí mismo. El Congreso de Viena (1815) exhorta esta división cuasi idealizada del planeta en Estados, con dominio territorial en principio, luego con dominio pastoral. Empero, también la razón de Estado señala al saber. El conocimiento del territorio es indispensable para poder gobernar efectivamente, esto es, no es posible un gobierno de la nada, ni en la nada, es un gobierno del espacio y de los hombres que requiere a su vez un saber sobre los modos de habitar para permitir definir los modos de gobernar.

Desde este enfoque el Estado es una abstracción, una construcción discursiva como cualquier institución, que está determinada por los sujetos que le dan sentido de realidad. Bajo esta premisa, conocer la expresión lingüística de los pobladores necesariamente permite conocer al Estado mismo.

En 1954, investigadores del Instituto Caro y Cuervo se lanzan a la elaboración del Atlas Lingüístico-Etnográfico de Colombia ALEC (Flórez & Buesa Oliver, 1954) en un afán por cartografiar la vasta extensión de Colombia, lo que Álvaro Tirado Mejía señala como “más territorio que Estado”. Era importante en la época, y en mi criterio continua así a pesar de los movimientos de población contemporáneos, reconocer al territorio como un espacio cultural, más que geográfico, donde interrelacionan las comunidades con el ambiente, desarrollan procesos socioculturales y comunitarios, así como acciones económicas.

Un estudio de etnolingüística en el siglo XX tiene unas obvias implicaciones que no se enmarcan en la tradicional noción de razón de Estado. Las ciencias sociales surgidas en los siglos XIX y XX, como la antropología, la etnografía como enfoque, la sociología, la lingüística y la psicología permiten la revisión de patrones poblacionales por fuera de la lógica de la razón de Estado. Sin embargo, surge la pregunta sobre la creación de una cartografía que escape, en medio del momento histórico previo al Frente Nacional, a una pretensión epistemológica del territorio.

Una manera de reconocer el territorio es representarlo cartográficamente. Trabajar mapas es complejo debido a la dificultad que implica abordar una abstracción. Es ahí donde la imaginación y las herramientas de ayuda logran en el ciudadano un entendimiento holístico de las condiciones a su alrededor. El mapa social permite incluso, si no se es parte de la comunidad asentada en el territorio, que como visitante se pueda tener un acercamiento a su realidad. Otra ventaja con que cuenta es que permite la identificación de escenarios posibles y futuros, lo cual es de importancia para realizar planes y programas de intervención.

Si algo deja claro una lectura del ALEC como trabajo de cartografía social, es la complejidad propia de la pluralidad de los habitantes del territorio colombiano. Esta pluralidad, y aún sin incluir las comunidades indígenas y negras, agrega insumos a la discusión sobre el problema de la nacionalidad colombiana. El concepto de nación desde la teoría política clásica se configura como una idea abstracta, incluye elementos como la similitud cultural en clave de hechos de memoria histórica, cosmogonía, pretensión de futuro similar, sistema deífico, reconocimiento valorativo del otro como perteneciente a una misma comunidad, y con interés para este caso, una lengua común. Múltiples son las explicaciones sobre el origen y objeto de creación del concepto en la modernidad política, pero para el caso basta con la referida a la posibilidad de homogenización de la población para facilitar la gobernanza sobre pueblos con diferencias culturales proclives a la secesión política (Foucault, 2006; Gabriel, 2000).

Así, hablar de una nación colombiana es evidentemente problemático. Una mirada está en el deseo de un establecimiento dominante con dificultades para el control sobre una población diversa en un espacio geográfico agreste. La pretensión por fomentar la idea de nación entre los pobladores del territorio requiere un patrón de identidades, por ello, un trabajo como el ALEC visibiliza lo forzado de tal empeño, puestas las diferencias fonéticas, gramaticales, filológicas y especialmente semánticas de los hombres y mujeres en las imágenes situacionales que el atlas allega.

Lo anterior, obliga al rescate del aporte que el ALEC hace al entendimiento sobre la pregunta por la construcción de mundo, como proceso de lenguaje, antes que por la edificación de nación, no obstante la referencia al atlas lingüístico de la península ibérica como forma de solidificar la idea de una nación colombiana (Buesa Oliver & Flórez, 1954, pág. 148).

El lenguaje crea mundo. La realidad es propia de cada sujeto en tanto la información que recibe del entorno, convertida en lenguaje, le da existencia al mundo. Hablamos de su mundo, su realidad, lo que impide que sea compartido de forma natural, se comparte en el universo de la cultura que requiere un ejercicio de acuerdo en el plano de la ética. En este sentido, el Atlas devela la particular creación de mundo de cada uno de los 2334 entrevistados (BLAA, 1985).

Y no solo el mundo, también la moral individual de cada sujeto, que está determinada por su construcción de realidad de acuerdo con el proceso de desarrollo del lenguaje, antes que por imposiciones externas de un otro interesado en extender su propia realidad. El humano fonetiza, imprime un sonido particular a cada elemento del entorno, con fines de diferenciación, relacionamiento, pero a su vez, le da una carga valorativa específica acorde con su experiencia sensorial a la luz de sus propios gustos y deseos. Lo que valora, en ese mundo construido por el lenguaje se convierte en su moral.

A su vez, un grupo de individuos pueden crear realidades y valoraciones colectivas en cuanto definen elementos en forma conjunta. Estas, adquieren el rango de moralidades comunes para el grupo que participa en su construcción de sentido. Sin embargo, la pertenencia al grupo no determina la participación en la representación moral común, está antepuesta a la moral individual. El Atlas referido señala en dirección a la posibilidad de comprensión de la multiplicad de mundos construidos dentro de un proyecto de unicidad político-administrativa.

Cita Luis Flórez en el cuestionario preliminar del ALEC, a Manuel Alvar: “Palabras, sí, palabras, pero enlazadas a la cosa» (Buesa Oliver & Flórez, 1954). Y la cosa enlazada, como posibilidad de creación de mundo, al hecho político.


Referencias

Asociación de proyectos comunitarios. (2005). Territorio y cartografía social. Popayán.

Biblioteca Luis Ángel Arango. (1985). Boletín cultural y bibliográfico. Recuperado el 03 de 06 de 2013, de Blaa digital: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti3/bol4/alec.htm

Buesa Oliver, T., & Flórez, L. (1954). Cuestionario preliminar ALEC. Recuperado el 03 de 06 de 2013, de Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/10/TH_10_123_155_0.pdf

Flórez, L., & Buesa Oliver, T. (1954). El Atlas Lingüístico-Etnográfico de Colombia. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Foucault, M. (2006). Defender la sociedad. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Gabriel, J. A. (2000). La formación del Estado moderno. En R. d. Águila, Manual de Ciencia Política (págs. 35-52). Madrid: Trotta.

Instituto Caro y Cuervo. (8 de julio de 2020). ALEC digital. Obtenido de Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia: http://alec.caroycuervo.gov.co/alec/

Maquiavelo, N. (1990). El Principe. Bogotá: Antorcha.

Santiago Mejía Idárraga

Politólogo. Magister en Hábitat. Doctor en Ciencias Sociales, Universidad de Luxemburgo.
Contacto: [email protected]

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