Vuelvo a decirlo: las de este domingo no son unas elecciones típicas. Son, por distintos motivos, extraordinarias. Lo son porque uno de los candidatos amenaza el modelo democrático y la economía de mercado. Lo son porque, a diferencia del resto del Continente, que en las dos décadas anteriores se vio azotado por una marea roja, por primera vez en Colombia un candidato de izquierda puede ganar. Lo son porque ambos candidatos tienen rasgos populistas y hay grandes incertidumbres acerca de la manera en que se desarrollarían sus gobiernos. Lo son porque, a diferencia de lo que ocurrió en los últimos veinte años, Álvaro Uribe no solo ya no determina quien será el presidente sino que su respaldo es políticamente costoso y ni siquiera consiguió llegar con un candidato a primera vuelta. Lo son porque los partidos políticos, todos, están en crisis y no son relevantes para elegir al nuevo jefe de estado. Lo son porque una mayoría ciudadana optó por un «cambio», aunque no haya ninguna claridad sobre el cambio que se quiere. Lo son porque los asuntos de seguridad, orden público y conflicto armado no jugaron ningún papel significativo en las preocupaciones de los electores. Lo son porque tampoco fue «la economía, estúpido», el eje temático del debate electoral.
Lo son porque nunca habíamos vivido una campaña tan sucia, repugnantemente sucia, como la que adelantó el petrismo.
Petro se rodeó de lo más nauseabundo de la sociedad colombiana. Su campaña fue una cloaca que recogió royes, armandos, piedades, león fredys, comunes.
Petro llevó al extremo el todo vale: ofreció beneficios a corruptos, mafiosos, guerrillos, paracos, parapolíticos. Buscó los apoyos de los Ñoños y los de la Gata.
Petro aceptó en su campaña mentir, engañar, difamar, injuriar, acudir a los ataques más ruines para destruir la imagen, la honra, la reputación de sus competidores. Estimuló el odio, el resentimiento.
Lo son porque nunca habíamos oído propuestas tan irresponsables e irrealizables, abiertamente demagógicas, como las que hizo Petro. La demagogia es una «degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder». Petro es un demagogo.
Y un cínico. Entre otras propuestas irrealizables, ha ofrecido un tren elevado y eléctrico entre Buenaventura y los puertos del Caribe, comprar todo el carbón producido en Colombia y guardarlo, garantizar empleo con salario mínimo a todos los que no lo tienen, construir ciudadelas para todos los militares y policías y que no haya más uniformados «pagando arriendo». Y las que en hipotéticamente podrían hacerse, o no puede financiarse o traerían más desempleo y pobreza, como la suspensión de la exploración y explotación petrolera, la reforma tributaria para recaudar 50 billones, los diez mil médicos domiciliarios, los 500 mil pesos para todas las madres cabezas de hogar y los adultos mayores.
Petro quiere un estado gigantesco, que aborde muchas más funciones, con más, mucha más burocracia y más, muchos más impuestos. Muchos más de los que hayamos visto nunca. Las consecuencias ya se conocen: habría más corrupción, estrangulamiento a los emprendedores y a los empresarios, aumento del desempleo y disparo de la pobreza.
Estas elecciones también son extraordinarias porque son las primeras en que un verdadero outsider, Rodolfo Hernández, tiene altas probabilidades de triunfar. Si lo consigue habrá que hacer un capítulo especial en los libros de estrategias electorales. Lo haría sin alianzas con los partidos, sin estructuras políticas nacional y regionales, sin dinero, sin casi ninguna propaganda en medios tradicionales.
Hernández es lenguaraz y boquisucio y se ha equivocado mucho desde que pasó a segunda vuelta, en particular al atacar innecesariamente al uribismo y alejar el voto cristiano y católico. A mi no me gustan su oposición al uso del glifosato, su propuesta de legalizar la marihuana recreacional, el apoyo «al aborto en los tiempos estipulados» y la extensión al Eln del pacto con las Farc. Pero en todos esos temas la posición de Petro es la misma o peor.
En cambio, de Rodolfo aplaudo su discurso anticorrupción y sus propuestas de reducción del tamaño del estado y de austeridad. Resalto su comportamiento coherente durante toda la campaña, incluso poniendo en peligro el éxito de la misma. Y su humildad para pedir perdón por sus errores.
A diferencia de Petro, Hernández nos asegura que en cuatro años tendremos de nuevo elecciones, que habrá un compromiso real en la lucha contra los corruptos y un control del gasto público. Tiene una formidable candidata a la vicepresidencia, infinitamente mejor que la extremista y predicadora de odio del petrismo. Y no gobernará con las lacras que rodean a Petro. En las circunstancias actuales, razones más que suficientes para votar por el ingeniero.
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