Poéticas del contacto

Dejarse absorber delicadamente por el otro, de eso trata el contacto. Una tarde de domingo, porque las revelaciones son menos tímidas los días de aburrimiento, me di cuenta que soy adicto a un tipo de caricias. No todos los arrumacos, apapachos, mimos, roces o manoseos se parecen. Hay unos especiales o más especiales que otros. Saldrá la tesis simple que afirma que la caricia depende de la estimación del otro, del acariciante, y tal vez sí. Pero hablo de otra cosa, hablo en otros códigos; se trata de la alquimia del contacto, sus éticas y estéticas. Las caricias que gozan de la dulce lentitud son especialmente hipnóticas, mientras que el contacto ruidoso y acelerado me resulta violento y poco agradable, sin importar la estimación que tenga la mano acariciante.

En este mundo de velocidades y desbordamientos, “tomarse el tiempo” para tocarse nos reafirma en nuestra capacidad de crear. La suavidad es un ejercicio de precisión y paciencia; la lentitud de la delicadez ha creado las únicas salidas del tártaro, la creencia en la utopía solo es posible al sumirnos en la contemplación, es el instante el que nos hace plegarnos a la compañía. Tocar es también digerir al otro, desentrañarlo, hacerlo música poco a poco. Aristóteles diferencia al tacto del resto de sentidos. Poéticamente el tacto permite experimentar al mundo como a nosotros mismos, pues solo somos tocados cuando estamos tocando. Si cada sentido goza de un medio para activarse de realidad, el contacto es posible por la existencia del Otro.

El contacto no es solo el principio epistemológico más antiguo, también el hedonismo enseña que un contacto apasionante piel a piel es una ética. Dice Alejandra Pizarnik: “El niño de mi hermana me acaricia. De mi ser nacen vapores de ternura”, porque de las caricias deseadas no puede venir guerrilla alguna ni malhumoraciones ni espantos.

Debo confesar que nunca aprendí a tocar como me gusta ser tocado y en el momento que lo entendí aprendí a vivir por segunda vez. A través de los gestos del otro me he reconocido torpe en el arte de la caricia. Las razones de mi incapacidad epidérmica vienen de dos lugares: la falta de asombro y la aceleración. Tocar sin asombro es amasar, friccionar, fregar y frotar, ninguna de esas palabras tiene un goce metafísico. Tocar con asombro produce belleza y la belleza es el acontecimiento que dota de sentido las otras cosas de la vida. Ahora, si no hay tiempo para la caricia mucho menos para la belleza. Lo momentáneo ha impuesto una dictadura del disfrute y a la vez una burocracia de lo efímero y grotesco. La aceleración y sus violencias nos han quitado la posibilidad de vivir experiencias de ruptura, todo se vuelve igual, todo se vuelve predecible e instrumentalizable, hasta la caricia. El sistema es capaz de hacer de lo extraordinario algo ordinario, de desencantarnos del mundo y sus tonalidades bajo el pretexto del valor.

Extrañamientos

El contacto produce extrañamientos y un extrañamiento es una ruptura de los actos automáticos. La gris realidad de la aceleración nos separa, Byung Chul Han habla del cansancio como un fenómeno que rompe a las comunidades. Estamos tan cansados que no hay interés en compartir; el cansancio nos devora en ciclos interminables bajo la ilusión del progreso, de ahí que todas las experiencias se engloben en el formato de la producción y la autoexplotación. Un contacto, un encuentro, una caricia hace que revivamos nuestra sensibilidad y nuestra percepción sobre la vida. El contacto no solo es goce del momento, también produce un extrañamiento que hace experimentar un exilio del continente del malestar. Pocas cosas nos hacen extrañarnos frente a la existencia como El Quijote, la poesía, la música, el arte en general y también un contacto de baja intensidad, caluroso como un hogar, preciso como un bostezo. Ruptura contingente total. Transgresión inmanente. Conciencia constante del momento. El contacto, como los mejores sucesos, no lleva a ninguna parte y, sin embargo, vale la pena vivirse y perderse en él. ¿Por qué no tenemos el suficiente tiempo para tocarnos hoy?

El formalista ruso, Shklovski, explica que el extrañamiento es un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está “realizado” no interesa. La explicación de Shklovski sirve para pensar el contacto, remplazando la palabra objeto por sujeto: es un medio de experimentar el devenir del sujeto: lo que ya está “realizado” no interesa. El siglo XX fue el siglo inmunológico, según Byung Chul Han, esto a partir de la premisa de que todo Otro es una amenaza, un virus, un ultimátum de nuestra integridad (guerras, invasiones, migraciones, conflictos). El Otro, el diferente, se hizo el rostro a temer. Extrañarse, tocarse, es romper ese reparto. Si desconfiamos del Otro a priori el contacto nos hace encontrarnos con un goce extraño y aberrante, extrañarnos de nuestras propias coordenadas y prejuicios. El contacto también es un espacio para re-pensar al Otro. Gilles Deleuze en su libro Diferencia y Repetición aborda el hecho de que el sentido es una apertura frente a una otredad; los sentidos no te pertenecen, los construimos en conjunto. Cuando somos tocados, el otro deja de ser un extraño, una amenaza, para convertirse en el creador de un mundo sensible gratificante, por lo menos para el cuerpo.

Agamben afirma que hay contacto cuando no puede introducirse un tercero en medio de dos, porque no cabe nada ni nadie en el encuentro profundo de dos (ni ideología, ni preceptos, ni dioses). Tal vez afuera, en un momento contemplativo, sí hay espacio para la consecuencia más profunda del contacto: la sensación de un hogar, un tercero producto de la conjunción de dos. El filósofo catalán Josep María Esquirol en su ensayo, La resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad, define a la proximidad desde la sensación de hogar, propia del contacto: “El plato en la mesa, con lo que se cocina —o se solía cocinar— en casa, nada sibarita, nada sofisticado. Asociamos la imagen, sobre todo, con el cuidado que supone cocinar para los demás, la compañía y el amparo casero”. Tocar no solo implica la piel, también es un pacto de voluntades. Por ejemplo, en la terapia Gestalt, Perls definía el contacto como la construcción de una figura compartida por dos, aquello que se comparte se establece como un nuevo organismo de interacción que debe ajustarse a la realidad de sus creadores en el aquí y el ahora. Pactar con los otros rupturas resulta ser hoy un hecho altamente resistente, devenir compañía en la sociedad del individualismo es una insurrección encantadora porque las armas no son la muerte sino la ternura y la compañía.

Instrucciones para el contacto

Estas instrucciones son para desobedecerse. Lo primero es contar con el suficiente tiempo. Calcule que un contacto debe durar exactamente lo que se tardó Marco Polo en pasar por todas las Ciudades Invisibles, o lo que Vladimir y Estragón se tardaron en esperar a Godot. Ahora, sujete con su mano más ágil y sus dedos más fuertes aquello que el otro le propone tocar. Con su mano más débil sostenga su intuición. Tómese el tiempo de invadir con ternura; no es tanto llegar como un tren sino soplar como abanico. Deje que su mano decida, dótela de libertad, asuma que esta se independizó de sus fronteras. Trace un camino y deshágalo una y otra vez. Descubra un continente y luego olvídelo para siempre. Irrumpa y deserte: haga una morada con el calor de sus pulgares, instaure rutas, baile con sus meñiques, muévase a la percusión de su sangre.

Despliegue el contacto con su voz. Ronroneé, gima, muja, suspire, está en el umbral del paraíso. Hágase una revelación, es el momento. Solo somos memoria para el Otro, un conjunto de huellas que desaparecerán en un relámpago. Vivimos para ser olvido. Funde una comunidad en su contacto, instaure una nueva imaginación y disfrute sus espasmos. No hay camino al andar. Desentiéndase por completo del discurso y la sospecha. Todas las palabras fueron alguna vez mentira. Cuídese del reloj, ese es su mayor enemigo. Cortázar decía que “cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”. Siga las instrucciones una y otra vez.


Juan Pablo Duque Parra

Colombiano y vivo en México. "Con edad de siempre, sin edad feliz".
Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Mágíster en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Magíster en Comunicación de la UNAM. Estudié Escritura Creativa en Aula de Escritores (Barcelona). "Un jamás escritor a un siempre lector".
Profesor universitario, sea lo que eso signifique.

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