Petro presidente

La euforia por el épico triunfo del candidato del Pacto Histórico en la contienda electoral hacia la Casa de Nariño impidió que escribiera esta columna la noche del domingo, fecha memorable para quienes suscribimos el núcleo del ideario filosófico, político y conceptual del electo presidente Gustavo Petro.

Consideré inadecuado consignar estas líneas al calor del jolgorio, pues hubiera nublado mi raciocinio, parcializado las ideas a expresar e impregnado mi texto de excesiva loa.

Intentando despejarme de apasionamientos y habiendo dejado atrás abrazos y lágrimas emocionadas, celebro la merecida victoria de Gustavo Petro, y el que haya podido acceder a tan alta dignidad en Colombia, país presidencialista en exceso, donde el primer mandatario -absurdamente- queda investido por siempre de un aura de grandeza.

Lo hacen merecedor del codiciado cargo su lucha denodada por las causas sociales: la erradicación de la pobreza, la búsqueda de la equidad, el logro de la paz y la convivencia en las ciudades y la ruralidad, la educación gratuita y de calidad, la presencia institucional en los territorios, entre otras; causas éstas que han sido el objetivo central de su lucha política.  .

Lo hacen digno también su compromiso indeclinable con el proceso de paz que firmó en 1990 con el gobierno del presidente Virgilio Barco, y pese a los enormes desafíos que supone el ejercicio político en un país convulsionado, demencial y violento como Colombia, jamás incumplió los compromisos adquiridos tras la firma de los acuerdos, en los que el deponer las armas era una exigencia inamovible para los rebeldes.

No menos importante es su exitoso paso por el Congreso, en el que fue un parlamentario estudioso, riguroso, intenso y batallador. En el momento más oscuro del cuerpo legislativo colombiano -en el que una gran parte del mismo fue permeado por el sucio dinero del narcotráfico y los deleznables pactos de sangre con los ejércitos ilegales y asesinos de extrema derecha- sus denuncias, producto de una exhaustiva y juiciosa investigación, fueron una luz esperanzadora en medio del sombrío entorno.

Es pertinente también hacer alusión a su evidente capacidad intelectual, ponderada incluso por varios de sus más enconados contradictores. Su oratoria lúcida y articulada dan cuenta de su vasta cultura e ilustración, insumos éstos que le posibilitan, a través de la oralidad, emitir un discurso hilado, coherente, formado, en el que analiza con agudeza el asunto en cuestión, describe contextos, hace revisiones históricas, explica con destreza fenómenos sociales diversos que exigen de su interlocutor capacidad analítica y de discernimiento. Su retórica termina siendo, habitualmente, una clase magistral de ciencias sociales.

Gustavo Petro, presidente de Colombia a partir del 7 de agosto próximo, es un sobreviviente, un aguerrido político de férreo carácter, templanza y un estoicismo inagotable que le ha permitido afrontar con entereza y dignidad las coyunturas  adversas que para un exguerrillero supone el ejercicio político en una Colombia asolada por la pobreza, la exclusión, la violencia y la muerte. Su etapa de militancia subversiva forjó su espíritu y le dio herramientas para encarar con firmeza la intimidación, persecución e injusticia que sectores ubicados en su antípoda ideológica han desplegado en su contra.

Son muchas las promesas y reivindicaciones sociales que Gustavo Petro enarboló en campaña y juró apuntalar, y con las que sedujo a miles y miles de personas, en su mayoría gentes de la Colombia olvidada, comunidades empobrecidas, campesinas y étnicas que han debido soportar por años el desdén de gobiernos apáticos, mezquinos, inoperantes y corruptos.

Son múltiples desafíos que Gustavo Petro deberá enfrentar como presidente de Colombia en estos próximos cuatro años al mando de esta nave vetusta y herida llamada Colombia; conocimiento y sensibilidad tiene de sobra para acometer con éxito la exigente prueba, pero no son suficientes para una eficiente gestión a la cabeza del Estado.

Quieran los dioses ancestrales que la soberbia y la egolatría propias de su personalidad no nublen las innumerables cualidades con las que cuenta para ser el líder que ansían las gentes excluidas en los campos y ciudades de esta Colombia colorida y sangrante; gentes de manos callosas y triste mirada que, aún hoy, enarbolan con ilusión y esperanza las lágrimas de emoción por el triunfo de su redentor soñado.

 

Luis Eduardo González García

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