No volveremos a sentir miedo. Del paro a la barriada.

Muchos pensamos que el #28A sería un día más de movilizaciones rutinarias en un país que se acostumbró a ver dos o tres marchas en el año; una más, frente a un gobierno que sufre de una sordera crónica e histórica. Todo empezó como siempre, unas cuantas movilizaciones hacia los puntos de encuentro, una jornada más de arengas y tambores. Aunque algo palpitaba con fuerza, las condiciones para un estallido social estaban ahí desde hace décadas. No podemos olvidar que la estigmatización, el miedo y la indiferencia ante la protesta social han hecho difícil que la movilización social se traduzca en algo más. Sin embargo, en este caso, hubo dos ingredientes impensados que hicieron de la marcha un levantamiento social de las magnitudes que hoy vemos en todas las ciudades del país. Que el pueblo decidiese salir a las calles en medio del tercer pico de la pandemia del COVID parecía una irresponsabilidad, pero rápidamente, el miedo al virus se transformó. Y el acontecimiento político fue este: quebramos nuestro pacto con el miedo.

Por otro lado, las cínicas declaraciones del exministro de hacienda sobre el valor de la docena de huevos y la defensa de un proyecto de reforma tributaria a todas luces nocivo para las clases medias y trabajadoras. Las cartas estaban echadas: un gobierno alejado de las realidades del país, una brecha de desigualdad acentuada por la pandemia y un descontento social derivado de la “administración de la crisis”. El #28A algo se quebró en la sociedad colombiana, algo que pendía de un hilo: el miedo que sentíamos de perder un trabajo, el miedo a pasar más hambre, el miedo a perder el favor del patrón… La ciudadanía que se había movilizado durante décadas encontró resonancia en un pueblo cansado, desgastado, endeudado, siempre culpable (culpabilizado), harto del maltrato de la esa élite minoritaria que sólo representa a sus proyectos individuales. El cinismo de los técnicos, el desprecio de un presidente que goza el espectáculo y el autoritarismo de sus secuaces quebraron la indiferencia de los ciudadanos. El miedo es uno de los mecanismos que hace posible la servidumbre, es un modo de la herencia colonial que ayuda al patrón a mantener sus privilegios en una lógica propia de la hacienda y la plantación (modelo que se ha perpetuado en la ciudad de Cali).

La violencia homicida de algunos miembros de la fuerza pública, auspiciados por quienes dan las órdenes y por los autoproclamados “ciudadanos de bien” quebró la indiferencia —temerosa— de los ciudadanos. La fuerza brutal con la que han atacado a las movilizaciones, la persecución, la amenaza de una conmoción interior y la narrativa – siniestra – de los medios de comunicación, esa que divide al pueblo colombiano entre los buenos y los malos, se rompió. Hoy,  pocos creen las mentiras televisadas por un presidente que gobierna en un cuarto con cámaras para su propia complacencia; tampoco creen en los medios de los poderosos que se esfuerzan, día a día, por deslegitimar las dignas y justas protestas: el miedo cambió de bando y hoy – bajo el argumento de la autodefensa – los “ciudadanos de bien” intentan recuperar, a sangre y fuego, la complacencia que durante décadas miles de ciudadanos les entregaron por temor”; temor de sus lógicas mafiosas y necropolíticas cuyo único horizonte es la acumulación infinita.

Se quebró la complacencia con los poderosos. No volveremos a bajar la cabeza. No volveremos a sentir pena o culpa. Ellos no nos hacen favores, y es que si nos queremos decir democráticos es necesario saber que todos tenemos parte en este reparto. Las jornadas de movilización que han tenido lugar en los barrios nos muestran que solo tenemos una salida: la organización. Reconocer nuestras necesidades, contar nuestras historias, descolonizar el poder y los liderazgos. El pueblo ha producido un nuevo relato necesario para sobrevivir: queremos, deseamos una Colombia distinta y en paz. Ellos, los poderosos que se representan a sí mismos, siguen iguales (violentos, sordos, indiferentes, soberbios), nosotros, que hemos vivido la desigualdad en nuestras tripas y en nuestras penas, no podemos seguir siendo los mismos, el deseo de cambio en Colombia ya es incontenible.

 

Alejandro Cortés

Candidato a PhD y magister en Filosofía de la Universidad de los Andes. Licenciado en Filosofía y Lengua Castellana de la Universidad Santo Tomás. Investigador y fundador de REC-Latinoamérica. Militante del Polo Democrático Alternativo. Hace parte de la iniciativa ciudadana AcadémicosXElPacto que busca generar espacios metodológicos de construcción ciudadana de cara al desarrollo del Pacto Histórico. Ha sido profesor de la Universidad de los Andes, la Universidad del Bosque, la Universidad Jorge Tadeo Lozano y de la Fundación Universitaria del Área Andina. También ha sido profesor de colegio y ha trabajado en diferentes iniciativas ciudadanas y sociales que buscan consolidar una sociedad radicalmente democrática y en paz.

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