“Ideología que apuesta por la construcción de una Colombia ideal cada día tiene menos adeptos hipnotizados, respaldo del 34% que acompaña a su presidente denota que el colectivo ciudadano es consciente que #ColombiaVaMal.”
Improvisación con la que se gesta el ejercicio del poder, por parte de la izquierda, conduce a Colombia al abismo que tanto se anunció desde la campaña en 2022. Profunda polarización, entre las corrientes políticas del país, exalta los ánimos de fanáticos seguidores que, enceguecidos, desde el autoengaño, se niegan a aceptar que la egolatría, ínfulas mesiánicas, y mitomanía de su mandatario lo tienen cada día más solo, deslegitimado por la rama judicial y legislativa, desacreditado por los medios de comunicación, desplomado en las encuestas y desafiado por los actores del gobierno regional. Imposición de la política del cambio, comprando conciencias, funciona para el atolladero del momento, pero en el mediano plazo se revertirá y pulverizará a manos de unos electores defraudados, que están ahogados en una profunda crisis económica y social, por las promesas incumplidas.
Dogma político de la transformación que se constituyó alrededor de su presidente, giro de 180º en la concepción de país, se diluye ante las masacres diarias, las evidencias de corrupción y los nexos a favor de la delincuencia por parte de un gobierno que siente la presión de perder el respaldo de quienes apostaron por quemar una etapa del socialismo en la nación. Engaño con el que se llevó a 11.3 millones de colombianos a las urnas, ilusionados con la implementación de una paz total a cualquier costo, devela que la crisis humanitaria que ahora se vive, en sectores como el Bajo Cauca o Arauca, es el fruto de idiotas útiles que ayudaron con el voto, pero no dimensionaron las consecuencias de una patria que, en medio de la burbuja del cambio, se desmorona alrededor de los combates en los que fallecen inocentes y resultan heridos menores por balas perdidas.
El conflicto interno y las desigualdades sociales antes que ir desapareciendo se han agudizado e intensificado en las manos de quienes desde el ejercicio del poder están naturalizando la violencia, actores que pasaron del monte a la política y ahora se creen con la “autoridad moral” de hablar de crisis humanitarias y exigir el respeto de los derechos humanos. Grave problema para la nación es estar en manos de una figura presidencial y vicepresidencial cargada de odio y resentimiento, oscurantismo que no tiene idea de lo que habla y desconoce absolutamente el concepto de libertad y orden que debe regir en el estamento democrático. País a la merced del secuestro, la muerte, los incendios, la destrucción y la miseria llama a recordar, a quienes hoy son gobierno, cómo alzaban la voz y exigían renuncias ante las masacres que se perpetraban cuando estaban al frente de Colombia, según ellos, quienes de verdad no les dolía lo que ocurría en el territorio profundo de la patria.
Tenebrosos nubarrones que se tienden sobre la economía, agudo deterioro del orden público en diversos sectores de la geografía nacional, incremento desbordado del narcotráfico y baja erradicación de los cultivos, escasa efectividad de las acciones de la fuerza pública y la profunda incertidumbre que traen consigo las reformas propuestas por el Pacto Histórico, son detonantes del pesimismo que invade a los colombianos. Ocho meses del socialismo progresista, en el poder, han traído a Colombia una inflación al alza, un desempleo en crecimiento, secuestros, extorsión e inseguridad al orden del día, masacres desbordadas y un decrecimiento constante en el sector de la vivienda y la venta de automóviles. Promesa del cambio se invisibiliza ante el errático proceder de su mandatario, caudillo político que en campaña tenía todas las soluciones para el país y ahora no sabe qué hacer ante el caos social de un colectivo ciudadano en franca crisis económica, sujetos para los que el aumento salarial se esfumó ante la inflación y siguen esperando las tierras prometidas, esas que ahora les alquilan.
Triunfo del cambio en las urnas excitó múltiples expectativas que se atomizaron en manos de quien se preparó para la crítica mordaz a la derecha, pero no para el ejercicio del poder en democracia. Alianzas con bandas criminales, premios a los vándalos que se revisten de gestores de paz, delinean una apuesta política del mal que ataca a la gente de bien, trabajadora. Fuerza del estado que se debería emplear para combatir a los bandidos y robustecer de apoyo institucional al ejército es utilizada para desmovilizarlo, rendirlo ante los actores al margen de la ley sin garantizar la seguridad de los más de 50 millones de colombianos. Altos índices de inseguridad y narcotráfico son directamente proporcionales al estancamiento económico, el desempleo, la devaluación, la inflación, la fuga de capitales, la baja inversión, el alto costo del dólar, la gasolina y la canasta familiar, socialización sindical de la catástrofe que redunda en el valor de la carga productiva.
A muchos les da dificultad reconocerlo, pero la delincuencia se vanagloria ante una reforma de impunidad que se escuda en la paradoja de una paz total que les da a los terroristas licencia para asesinar, secuestrar y traficar. La muerte de soldados, policías y civiles que se ha desatado en los últimos días son la consecuencia de una ausencia de mano firme, voluntad de negociación sin ceder el mando y pensar que se es guerrerista por el simple hecho de ordenar a la fuerza pública defender a la población civil de los ataques que propician los criminales, las primeras líneas e incluso los cabildos indígenas. Improvisación administrativa, que se defiende a ultranza en Twitter por parte de su presidente, pontificación de las guerrillas y las bandas delincuenciales, siembra el pánico ante agentes económicos inversores y rápidamente comienza a ahuyentar capitales. Crónica de un error diario, revestido de mentiras y salidas en falso, que devela cómo se actúa equívocamente para castigar a millones de colombianos que no le comen cuento al gobierno del cambio.
Fracasos que comienzan a condenar al Pacto Histórico se recrudecen atacando a quienes pueden generar empleo formal, aquellos que entienden lo difícil que es crear puestos y atónitos observan la reforma laboral propuesta por políticos sindicalistas que no superan el discurso de una mezquina clase empresarial. No hay un solo frente en el que las cosas le salgan bien a la administración Petro Urrego, la pomposa metamorfosis que se proponía a la salud ya se alteró en el legislativo y las cuotas burocráticas acordadas con los partidos tradicionales, el Ministro de Defensa fracasó en el amparo y seguridad de los ciudadanos, el Ministro de Justicia promueve la impunidad y el desafuero, y la Ministra de Minas y Energía pone en serio riesgo minero-energético a Colombia. Apuesta de acabar con todo lo construido y legalizar todas aquellas conductas que el estado y sus instituciones no son capaces de controlar en la sociedad desdibuja las bases del estamento democrático, revalúa el marco de las leyes y diluye la soberanía desde la que se habla y predican los derechos humanos.
ELN, disidencias de las FARC, Clan del Golfo, Águilas Negras, Paramilitares, BACRIM, delincuencia común, Cártel de Sinaloa, se toman la tranquilidad del país mientras un inoperante gestor político dirige la nación. El vivir sabrosito no puede estar solo destinado a la familia de su mandatario, el Comisionado de Paz, los indígenas, los delincuentes, los narcotraficantes, algunos guerrilleros y el hampa local. Para ser potencia mundial de la vida se requiere tener un rumbo definido, no apostar por destruir lo que funciona bien e imponer a la brava un modelo que trae ruina y miseria. Problema que transita Colombia requiere de capacidad y liderazgo, sagacidad política, para tramitar iniciativas en el legislativo que trasciendan el acuerdo de paz total propuesto, la reivindicación de los “nadies” y la lucha de clases. Capacidad de autocrítica para reconocer y aceptar la culpa que le asiste a un gobierno del cambio que sucumbe ante las locuras que intenta imponer.
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