Escribir para tener la razón exhorta una base argumentativa sólida, amplia y rebosante de universalidad. Por eso escribirle a la reivindicación del reguetón es como perder el tiempo, escribir ya es lo suficientemente exigente, como para además de eso apuntarle a tener un gajo de razón, en un tema tan polémico en nuestra sociedad de dudosas moralidades. Cuando uno le pregunta a un gringo o a un europeo, de esos que vienen a nuestros parajes atraídos por el candor y sabor de nuestras regiones, si le gusta el reguetón, su respuesta es afirmativa. Lo mismo que dirían la gran mayoría de los colombianos y de latinos donde en sus regiones retumban los beats del género que llegó desde el siglo pasado y continúa creciendo al ritmo de su popularidad y diversidad.
Lo peor de la historia es que no parecería ser un éxito meramente frívolo y fortuito, pues cabe mencionar que posterior al auge mundial del movimiento rastafari y la Golden Era, la escena musical latinoamericana no tardó en gestar los nuevos sonidos y el sampleo de estos ritmos en su agenda cultural. Así, igual de innovadores y contundentes a sus análogos anglos, surgieron el reggae y el rap en español, que con el paso del tiempo se consolidaron en géneros decisivos a la hora de hablar de la música latina. Y fueron el reggae y el rap, luego de su evolución a través de la idiosincrasia y sabor latino que dieron origen a su hermano bastardo y desprolijo, explícito y caliente, que suena en Bayamón y en Carolina, de Japón a la Argentina, y que hasta en Hong Kong pegó su fucking gasolina. El ritmo que llegó voraz e insurgente a completar el portafolio musical de nuestra cultura, con sus letras alegres, irreverentes y obscenas, que tan mal les sienta a los intelectuales, pseudointelectuales, y moralistas de nuestras clases excelsas.
Basta remontarse a la historia de la prodigiosa música clásica para encontrarse con los estigmas de la sociedad patriarcal en la que hemos coexistido, para preguntarse, por ejemplo ¿Dónde carajos estaban las mujeres compositoras en la época de Beethoven y Mozart? Pues estaban allá componiendo en la sombra, publicando bajo seudónimos masculinos o advirtiendo con impotencia la censura de sus sinfonías. Por algo Celia fue no solo un símbolo del carnaval que es la vida, sino también de resistencia y lucha al sobreponer su música en un entorno donde la misoginia artística se ha perpetuado incólume, hasta nuestros días. Y así el totalitarismo masculino se ha impuesto a la vocación de amor del género femenino, arraigándose en cada vértice de nuestra cultura y proyectándose en diversas formas, entre ellas la música. Entonces, ¿Es el reguetón un agente que degrada a la mujer en nuestra cultura? o ¿Es una extensión artística de nuestra cultura machista por antonomasia?
El debate, creo que tampoco puede reducirse al aspecto racional y sexista, pues hay factores que son inherentes al hecho que la música y el baile son de las riquezas intangibles más importantes de una sociedad. Agregando que cada una de las numerosas ramificaciones de los géneros musicales han surgido con un objetivo y por una razón, y los fines prácticos del reguetón han sido el cortejo y el coqueteo a través de la sensualidad del baile, son la manifestación física de la alegría popular. Por la misma razón existe el zouk en Angola, el funk en Brasil y la champeta en el caribe, entre otros. La música se genera y se propaga en masa, sin reparo alguno de mostrarse ante las otras manifestaciones culturales como un referente portentoso. Y me pregunto si los acérrimos detractores del reguetón se bandean para estos fines prácticos con charlas filosóficas, científicas y existenciales deslumbrando y conectándose a través del diálogo, lamentándose de algo que no cuajó en su genética latina o pretendiendo que su exquisito gusto musical defina su nivel cultural.
Claro está, que entre gustos no hay disgustos, y el libre albedrío aplica igualmente a la hora de definir las preferencias, pero también implica emitir juicios responsables sobre las divergencias y temas de interés colectivo. Por eso no puede descartarse la importancia del baile, uno de los pocos escenarios donde la capitanía masculina es indispensable y justa, donde se goza y se seduce, y no queda tiempo para trascendentalismos y generalizaciones. El reguetón se ha ganado con creces su fama mundial y si que ha cumplido a cabalidad con esos fines prácticos. Y si bien sus letras han degradado a la mujer, también han llevado mensajes de fiesta y alegría, de resistencia e irreverencia, de drogas y desenfreno, de amor y desamor, igual que todos los géneros de orígenes admirables. El reguetón no es una música hecha para analizar, entender, ni interpretar, menos para escuchar mientras se estudia o se tertulia con amigos, el reguetón es la irracionalidad y el placer efímero del que vive nuestra sociedad, es un reflejo de la diversión y la traducción cinemática de la original idiosincrasia latinoamericana, el reguetón es perreo pa’ los nenes, perreo pa’ las nenas. Así que abre tu cabeza, atrévete te te a meterle a esa vida un poquito de sazón, batería y reguetón, que lo demás lo pone el rock & roll.
«¿Es el reguetón un agente que degrada a la mujer en nuestra cultura?»
Y cuando por fin creí encontrar respuesta a dicha pregunta, llegó a mi mente otro interrogante, otra duda.
¿Y si lo que realmente nos disgusta es la realidad (cruda,o no) plasmada en tan «efímeras» notas?