Me creo Presidente de la República

“Esto nos demuestra, querido lector, que el país está atrapado en la fragmentación, el odio y la violencia: somos prisioneros de los cuatro muros de la interminable Historia colombiana.”


Después de un largo y tortuoso semestre de universidad, que encima se topó con la siempre difícil época electoral colombiana, lo cual ha hecho de estos seis meses tiempos tristemente desgastantes, tuve la oportunidad de viajar al otro lado del mundo. Sí, ahí donde la realidad colombiana está muy lejos. Sin embargo, al percibir múltiples monumentos históricos, como lo son el Parque de El Retiro, la Puerta de Alcalá y las Torres de Serranos, he notado que mi mente ha seguido siendo invadida por esa atroz, violenta y vacía actualidad del país de la “felicidad, la democracia y la diversidad”.

“¡Fascistas!” “¡Mamertos!” “¡Ignorantes!” Eso somos en Colombia según nosotros mismos… Esto nos demuestra, querido lector, que el país está atrapado en la fragmentación, el odio y la violencia: somos prisioneros de los cuatro muros de la interminable Historia colombiana.

Al fin y al cabo, nuestra Historia solo ha beneficiado –y lo sigue haciendo– a esas personas obsesionadas por el poder. La cultura política cafetera ha servido, en su gran mayoría, para nutrir al caudillo.

Ahora bien, es hora de proponer y dejar de destruir para que los poderosos dejen de abusar de nuestra confianza y esperanza.

Por esas simples razones, y porque soy parte de la jungla colombiana, he querido, en estos días, lejos de mi país, creerme el próximo Presidente de la República. Le propongo a usted que también lo haga. Eso sí, por mi parte le prometo que, a diferencia del actual régimen, mi gobierno dejará más logros que memes. Empecemos.

La propuesta base de mi eventual gobierno surgió de una conversación con el marido de mi prima, cuando estábamos sentados en el balcón de su apartamento de la ciudad de Valencia. Pasados los minutos y las risas surgió la típica pregunta <<Y entonces, hermano, ¿cómo arreglamos el país?>>, a lo que él respondió con su hablao costeño pero con toques involuntarios del acento español –dado que su larga estadía en España ya le permite tener esos pequeños lapsus–: <<Joda, Juan Pa, yo opino que es importante recopilar las cosas que ha hecho cada país en materia social para implementarlas en Colombia>>. Dada su respuesta, mi primo político decidió dar algunos ejemplos de cómo España ha intentado superar y enfrentar la violencia, desigualdad y polarización. Uno de ellos, el cual se robó mi atención, fue el llamado “Pacto del Olvido”. Él me dio una breve explicación del motivo y objetivo de este curioso pacto; sin embargo, el resto me tocó investigarlo a mí.

El Pacto del Olvido fue un acuerdo propuesto por los partidos de izquierda y derecha de España, el cual se planteaba, en términos prácticos, evitar lidiar con el legado de la guerra civil española y de la dictadura franquista, fenómenos que protagonizaron épocas violentas y espeluznantes en el país monárquico.

Ahora, es necesario ser realista, puesto que si llegara a sugerir en Colombia un pacto de tal índole, sin duda alguna, me mandarían a la mierda mis gobernados. Además, como todo en la vida, la evolución del acuerdo conllevó varios errores y, por tanto, múltiples críticas de académicos. Dos de ellas, por ejemplo, fue que el olvido evitó un reparo suficiente a las víctimas; del mismo modo, las generaciones nuevas, que disfrutan de la democracia actual, no saben por qué sus abuelos sufrieron tanto: no comprenden qué fue lo que pasó en realidad.

No obstante, según el historiador Paul Preston, pese a que hubo más descaches que aciertos, el Pacto del Olvido sí ayudó a que la transición hacia la democracia no sufriera tanto de pensamientos vengativos y violentos. A fin de cuentas el acuerdo fue el camino hacia el nacimiento de la Constitución española de 1978.

El consenso partidista, a mi forma de ver, ignoró de forma vil el dolor y la dignidad humana de miles de personas; pero también considero que el Pacto del Olvido permitió centrarse en algo que hemos dejado a un lado en Colombia: el futuro.

Como colombiano siento que es hora de mirar hacia adelante, y, sinceramente, considero que en el país no existe una comisión, organización o pensamiento que logre empaparnos de una visión hacia el mañana. El pasado es necesario para nuestro desarrollo como sociedad, y por tal razón ya tenemos las suficientes organizaciones que tienen la labor de utilizarlo como mecanismo de producción de paz y bienestar; de todas maneras, algo estamos haciendo mal, pues hemos estado utilizando más el pasado para alimentar nuestras formas violentas que para reparar y saber la verdad. Y hay que sumarle a ese estanco el Gobierno de Iván Duque, el cual, mediante la indiferencia y soberbia, ha sido un claro enemigo del Acuerdo de Paz.

Mi propuesta es crear un pacto que se centre en el futuro: el Pacto del Porvenir. Debemos conservar los mecanismos y órganos actuales que tienen como fin restaurar a las víctimas de la interminable violencia colombiana. Por otro lado, se deben poner sobre la mesa leyes, políticas, consensos e, incluso, una cultura nueva que nos brinde esperanza a los colombianos. La población civil es la más arraigada a la Historia. Nosotros somos víctimas del odio y el desespero que nos han transmitido nuestros gobernantes. Por ello, la idea es crear futuro, y que ese futuro sea armonioso y alcanzable, pero, sobre todo, que sea nuestro presente.

Tal vez es inútil proponer un plan como estos en tan pocas palabras. Aun así, quizá hacer este ejercicio logre cambiar mentalidades, ya que proponer es, sí, exigirse mirar hacia ese incierto futuro colombiano, pero con la diferencia de querer aportar no uno sino varios granitos de arena. Al final del cuento, sea útil o no, este es un simple mensaje a los que nos quieren gobernar.

Juan Pablo Leaño Delgado

Estudiante de Derecho e Historia. Bogotano de 20 años. Miembro del Consejo Editorial del medio de comunicación y opinión de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes: Periódico AlDerecho. Lector.

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