Ludwig Wittgenstein a través de sus cartas

Nos topamos aquí con un pensador, al margen de su prolífica obra académica, cuya biografía, se considere para bien o para mal, no pasa inadvertida


*Obra reseñada: Wittgenstein, L. (1979) Cartas a Russell, Keynes y Moore, Taurus: Madrid.

A cualquiera que se encuentre mínimamente familiarizado con la filosofía, posiblemente el nombre de Ludwig Wittgenstein le evoque a un hombre de personalidad irritable, inestable y provocativa. No resulta especialmente escabroso hallar, en cualquier mención al filósofo vienés, una referencia a su problemática personalidad. Baste recordar las encarecidas advertencias de Moritz Schlick a algunos miembros del Círculo de Viena acerca de la susceptibilidad de Wittgenstein momentos antes de su primer encuentro. Recomendaba este no realizar al autor del Tractatus preguntas directas, sino dejarle hablar, para después, cautelosa y amablemente, demandar las aclaraciones pertinentes. Ejemplos de esta índole podríamos encontrar, seguramente, varios. Se muestra patente de este modo que Wittgenstein no fue precisamente un autor “convencional”. Presentando esta como principal motivación, Cartas a Russell, Keynes y Moore nos permite conocer de primera mano un conjunto de misivas del ámbito más personal del propio Wittgenstein. De esta forma se pretende que el propio lector pueda comenzar a configurar su propia imagen de la idiosincrasia de uno de los filósofos más relevantes del siglo XX.

La obra se encuentra dividida en tres partes correspondientes a los tres destinatarios de las cartas recogidas. Esto son, ni más ni menos, que Russell, Moore y Keynes, que no hacen sino aumentar el interés, quizás, por qué no decirlo, un tanto morboso, de estos escritos. Si bien es cierto que en todas las cartas nos podemos topar, aunque sea intuitivamente, con un cierto patrón común en lo que al carácter de Wittgenstein respecta —con los tres receptores mantendrá, por ejemplo, momentos de tensión que pondrán en peligro su amistad—, por cada destinatario se pueden establecer ciertas diferencias. Sin lugar a dudas, no nos encontramos el mismo tipo de relación con Russell que con Keynes.

Contando con un mayor número de cartas conservadas, la correspondencia de Wittgenstein con Bertrand Russell es la más opulenta de las tres. En estas cartas, un Wittgenstein ansioso por enraizar la relación con Russell mostrará, al menos inicialmente, un profundo respeto y admiración. Este enraizamiento se puede palpar en el progresivo cambio con que Wittgenstein se refiere al inglés: primeramente, lo tratará de usted para, posteriormente, tutearlo. La buena relación entre ambos parece evidente. Wittgenstein narrará al coautor de los Principia Mathematica la enfermedad y muerte de su padre, el placer de su soledad voluntaria, su participación en la Gran Guerra, así como sus momentos de prisionero en Italia. Mención aparte merecen las cartas (R. 26- R. 27) en las que el filósofo vienés, alcanzando el zenit de su siempre presente inseguridad, pone de manifiesto la necesaria ruptura de la amistad. Dice nuestro filósofo que las insalvables diferencias entre ambos, especialmente en lo que a los juicios de valor concierne, imposibilitan la prosecución de la amistad. Por este motivo se tornaría necesario, cordialmente, cesar la relación. Por supuesto, poco tiempo más tarde, el propio Wittgenstein (quizás a causa de una desconocida carta de Russell) suaviza la situación confiando en continuar la relación a condición de no tocar temas que impliquen juicios de valor.

Con respecto a la correspondencia con Keynes, podemos destacar un menor trato de familiaridad en comparación con su relación con Russell —dejando aparte las ya mentadas primeras cartas de índole más cortes—. Con todo, Wittgenstein tampoco perderá la oportunidad de narrar sus peripecias al economista. Así, por poner un paradigmático ejemplo, le relatará su fracaso como maestro en un pequeño pueblo de Austria. Una etapa, esta, que muestra perfectamente sus dificultades para entablar relación, o más bien evitar discordias, con otros individuos. El propio Wittgenstein señala insistentemente la animadversión que suscita en sus compañeros docentes, en los alumnos y en lo padres de estos. Del mismo modo que sucede con Russell, en uno de sus arranques de hacer explícito eso que comúnmente, por medio de una especie de acuerdo silencioso, se decide no poner de manifiesto, Wittgenstein ve tambalear su amistad con Keynes. Debido a los múltiples favores, fundamentalmente económicos y académicos (para introducirlo en el ámbito universitario), que Keynes hace al vienés, junto con la consideración de que el propio economista pueda tenerlo por un interesado, Wittgenstein decide poner fin a la amistad. En otra carta, Keynes sacará al filósofo de su paranoico error.

Finalmente, y aun cuando las cartas recolectadas son muchas menos, la correspondencia con Moore también contará con su momento de tensión (M. 8-M. 9). Presumiblemente, la fuente de este enfado de Wittgenstein con Moore (en el que lo llega a mandar al infierno) reside en la no concesión al vienés del título de licenciado en Letras por un supuesto plagio. En una carta posterior Wittgenstein reitera su, al parecer, injustificado enfado; no obstante, considera, sus formas no fueron las adecuadas y espera poder continuar con la amistad. A no ser, por supuesto, que Moore no se digne a contestarle. A lo largo de esta correspondencia el mismo Wittgenstein reconocerá su impresión de que se está quedando sin amigos. Haciendo una consideración descriptiva, para nada valorativa, y visto lo visto, no parece que esto debiera sorprendernos. Tómese como ejemplo una curiosa carta (M. 20) en la que Wittgenstein se niega a tomar el té con Moore por su “falta de afabilidad” en una de sus últimas reuniones.

Sin duda, la peculiaridad de la personalidad de Ludwig Wittgenstein es incuestionable. Como podemos comprobar en la presente obra, esto no es algo que el propio interesado desconociera. En numerosas ocasiones, especialmente a Russell, el filósofo de Austria resaltará su carácter tendente a la depresión, a la aflicción y a la apatía. Un carácter que, siguiendo en todo momento la descripción que de sí mismo hace, lo conduce a la locura (p.e. R. 23 o R. 29). Podemos considerar, ciertamente aventurándonos en demasía, que este progresivo rechazo de la convivencia social (reconoce constantemente el bienestar que le suscita la soledad en Noruega), así como la desconfianza en sus relaciones, responde a la tendencia de quien no es capaz de reprimir sus impulsos. Esa tendencia, como parece manifestar el vienés, de no soportar ningún tipo de tensión implícita, de tenerlo que poner todo de manifiesto. Como todos sabemos, por fortuna o por desgracia, ser demasiado franco siempre acarrea problemas. Las impresiones despertadas en estas epístolas corroboran, a nuestro parecer, la fama que rodea a esta figura. No sólo en la mayor parte de los textos que tenemos en cuenta muestra una cierta inestabilidad emocional del que emana una paranoia (no sabemos si justificada) al respecto de sus amistades, sino que su aparente incapacidad para aceptar críticas dificulta sobremanera su interacción social. En definitiva, nos topamos aquí con un pensador, al margen de su prolífica obra académica, cuya biografía, se considere para bien o para mal, no pasa inadvertida.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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