Las luchas y las guerras del fútbol

Se ha hecho normal que los equipos actúen como simples marcas que defienden con especial ahínco intereses económicos, y Nacional es tal vez uno de los equipos más representativos en ese campo en el país, pero las dinámicas del fútbol y sus hinchadas reclaman día a día por espacios políticos (no solo económicos) de mayor reconocimiento e inclusión.


Desde hace muchos años es difícil ver al fútbol como un simple deporte. La natación, el tenis, el beisbol o el atletismo son deportes que mueven grandes pasiones, pero al fútbol además de la pasión de sus hinchas y hasta de sus propios detractores, lo caracteriza una cierta condición de lo humano que lo asemeja a entidad cultural de donde se desprenden prácticas, saberes, costumbres, identidades territoriales y hasta dinámicas conflictivas en las que se mezclan escándalos sexuales, obscenidades presupuestales como el pase de un futbolista tasado en 120 millones de euros[1] o conflictos con las barras que obligan a que instancias gubernamentales en todo el orbe destinen esfuerzos desde políticas públicas para construir escenarios de negociación y tratados de paz, cuando no persecuciones y tratamiento penal a los afiebrados amantes del fútbol.

No en vano algunos episodios futboleros se han convertido en hitos históricos para muchos países, como cuando Colombia le ganó 5-0 a Argentina, o cuando el país gaucho derrotó en pleno mundial de 1986 a Inglaterra con lo que se cobró, en simetría que nadie discute, un triunfo en la guerra que habían acabado de librar ambos países en Las Malvinas y tras de la cual Argentina fue aplastada sin contemplación. Esas guerras y guerritas atraviesan sin cesar los campos de fútbol en perpetua conversación con las dinámicas políticas de las naciones.

Desde esa perspectiva en lo local ¿Qué nos dice el actual conflicto entre la barra Los del Sur y Atlético Nacional? El asunto va más allá de una simple lucha por recursos que fluyen del equipo hacia la tribuna como gesto de apoyo a su fervor y constancia en el estadio, para cobrar matices de acto coercitivo donde la barra utiliza medios de fuerza para garantizar o presionar su acceso al recurso. Pero ¿acaso las directivas de Nacional no han alimentado, propiciado y normalizado esa conducta con los aportes que giran año a año y que incluso lo tasan dentro de su presupuesto corriente, según palabras de su presidente?

Se ha hecho normal que los equipos actúen como simples marcas que defienden con especial ahínco intereses económicos, y Nacional es tal vez uno de los equipos más representativos en ese campo en el país, pero las dinámicas del fútbol y sus hinchadas reclaman día a día por espacios políticos (no solo económicos) de mayor reconocimiento e inclusión. Tal vez este conflicto lo que esté indicando es que se requiere más democracia en el fútbol y que las directivas que hasta ahora solo han pensado en negocios, estén dispuestos a una apertura de tal manera que esa democratización ayude a consolidar las relaciones entre el público amante del fútbol que no quiere ser visto solo como cliente y el equipo de sus amores. Ese vínculo que es afectivo, va construyendo también unas identidades que se ven representadas mucho más allá de la celebración de un título. Las propias barras narran desde su historia particular esa construcción, al reconocer en la historia de sus gestas momentos fundacionales, transiciones, coyunturas especiales y proyecciones como apuesta colectiva. Pero incluso los hinchas de televisión, reunidos con igual fervor en la tienda del barrio, construyen redes y parentelas futboleras donde el afecto no es menor.

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La consideración del fútbol solo como marca-empresa impide asumir y trabajar sobre esas sensibilidades. Muchas historias vergonzosas de nuestros equipos, como la relación de sus directivas con actos corruptos o directamente con la criminalidad (narcotráfico, paramilitarismo, entre otros) han sido situaciones que emergen como algo normal bajo la consideración de que el fútbol sólo aparece como un escenario a ser instrumentalizado desde intereses particulares, y medido sólo desde el beneficio económico.

Ya lo comentábamos el domingo pasado bajo la lluvia y ante las puertas cerradas del Atanasio, en medio de la vergonzosa y dolorosa batalla campal en la tribuna sur “aquí le venden a uno hasta un plástico bajo la lógica del malevaje y la astucia que busca engañarte y sacar el máximo provecho”, o aguantarse sin chistar que muchos hinchas no respeten una elemental fila para el ingreso. Acciones que se escalan hasta vulgares hechos violentos que no están solo en el grito y la puja en la tribuna, sino que también discurren en abundancia desde la voracidad miope y los intereses vacíos de la dirigencia, contrarios al fútbol y, por supuesto, a la democracia. Bienvenida la consigna “fútbol en paz” pero igualmente valiosa es “el fútbol que construye paz”.


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[1] Chelsea pagó hace unas semanas 120 millones de euros para sacar a Enzo Fernández del Benfica. Unos 729.876´413.850 (setecientos veintinueve mil millones de pesos)

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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