La mafia de la descomunicación

Hay en los medios de comunicación de este país mafias deleznables tan podridas como la propia política. Qué pena me da tener que abusar así del uso del adjetivo, y tan frecuentemente, pero es que como aquí nadie lo usa de puertas para fuera. A todo el mundo le da miedo. Y con razón, claro, se pone uno de boquisuelto y termina arriesgando la vida y el honor. Hay que relajar la lengua. Entonces vuelvo a empezar:

Hay en los medios de comunicación de este país mafias deleznables tan podridas como la propia política. En todos. Emisoras, periódicos, revistas, noticieros. En todos se deja ver una mafia. Una que es repulsiva y repugnante. Una en la que el actuar, que como el actuar de la mafia que componen los que emocionados por los desproporcionados réditos despachan avioncitos llenos de cocaína hacia el exterior, se ha configurado en la normalidad de nuestros días. Unos de ellos son de los más ricos, otros son de familias políticas, otros son de independientes dependientes del rey, que puede ser municipal o departamental. Lo importante es que tenga plata y poder, aun cuando sean los pobres y amenazados pesos que reciben los delincuentes quindianos, por ejemplo, que aun siendo tres pobres y amenazados pesos se los embolsillan. Sino que le pregunten a… esta… ¿Cómo es que se llama? No me acuerdo. Esta, la que hoy vuelve a gozar de su libertad, como usted y como yo, y sin devolver un peso, y para colmo de males, ya está señalada por haber cometido más bellezas. Pero eso no es lo que vine a decir. Decía era que no importa quién sea, que lo que importa es que ostente poder y plata…

A ver, el problema no es menor, no. Los medios de comunicación son el puente sobre el que pintada a sus anchas se moviliza la realidad pública. Por medio de sí llegan a los cerebritos críticos de los mansos corderos que habitan este saqueado territorio las políticas y los hechos de interés común, que le importan a todos, o sea a nadie. Son entonces, éstos, administradores de la información, que jerarquizan, eligen y omiten, ordenan, y terminan formulando, construyendo, la realidad de los abrumados colombianos. Son constructores de la realidad. Realidad que los ciudadanos luego juzgan para tomar decisiones. Es por eso que los medios de comunicación componen una institución de la que la democracia no puede prescindir, porque deja de serlo, y está sagradamente protegida por ese libro político que nadie ha leído nunca. No es menor, no. El problema que padecemos en esta materia, teniendo en cuenta el esperpento colombiano que constituye este sistema, en cualquier escala que se mire con atención, es bien grave. Y es bien grave porque los medios en Colombia no sólo no informan sino que además desinforman. Y los dueños están en busca del oro y los gobernantes se acostumbraron a utilizarlos como instrumentos extorsivos, con los que denigran y difaman a los enemigos y prestigian a los amigos, y cómo no, a sí mismos. Usted me da plata y yo me callo. O abro el pico. Y si no me la da hago lo contrario.

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No es menor el problema. Porque una cosa es tomar las decisiones desinformado, y otra es tomarlas mal informado. No se sabe cuál es peor. En una sociedad como la nuestra, tan violenta y tan apasionada, chismosa, morbosa, tan alejada de la ciencia, y en la que la intuición es el ingrediente fundamental del criterio, cualquier noticia tiene una gigantesca capacidad de transformación. La sociedad colombiana es una sociedad maleable y dúctil, que se engaña fácilmente. Y es así entonces cómo acaban los colombianos decidiendo, sí, pero en función del interés de uno o varios sinvergüenzas que se inventan la realidad; una que les conviene, en la que desfiguran al contrario y maquillan al adepto, que puede ser corrupto y matón, eso no importa. Una realidad artificial, pues, que es consecuencia de esta conducta despreciable, corrupta, que subyuga, que ata, y que proviene de la más profunda oscuridad del ser.

Lo único que queda es hacer un estúpido esfuerzo de alerta. Convencer a la gente de que existe la necesidad de abrirle los ojos a los demás, a pesar del hambre que padecen y la violencia que los azota, y del miedo que los embarga en la calle, y de la ausencia de este Estado sinvergüenza que es inexistente cuando no sea para usurpar a ustedes el sueldo con el motivo de pagarse millonarios sueldos y lujosas camionetas. Porque esta práctica al fin y al cabo nos acuchilla con nuestras propias manos y nuestro propio cuchillo.

Sigo entonces mi propio consejo y escribo esta carta de advertencia a cualquiera que sea el desafortunado que haya llegado a ella, por cualquiera que sea el medio. Una carta que no solo no es inoportuna sino que ha sido largamente reflexionada. Porque a los reyecitos en las regiones se les está acabando el reinado, y preparan su arsenal mediático, cargan su instrumento sucio de batalla para construir una realidad conveniente, cada uno a su manera. Ojo: los que ostentan el poder como parásitos se han adherido a él y no lo querrán soltar. A los victimizados quindianos, que sufren de este mal desde que tengo memoria: están advertidos.


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Santiago Montoya Gómez

Actualmente curso Negocios en la Universidad Central de Florida y estudio para ser piloto. Vivo hace unos años en el exterior, desde que me gradué del colegio. Soy quindiano, de Armenia. Me fui del país en la búsqueda del conocimiento de pensares nuevos y diferentes, y con el motivo de asumir una posición alejada, una perspectiva exterior que me permitiera visualizar la vida del país desde otro escenario. He aprendido mucho de la vida y he crecido significativamente durante estos últimos años. Quiero aportar a Colombia. Todos los días trabajo en eso.

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  • Hasta hoy nunca mejor enrostrado al ciudadano que por desidia deja de buscar las fuentes de información objetivas (existen ahora como alternativos y una que otra excepción de periodistas tradicionales) que le permitan realizar su propio análisis de la realidad verdadera y obrar en consecuencia; es la nueva tarea de la universidad: reeducar para producir pensamiento, no para repetir dogmas.