La politiquería se nos metió en la casa

Entró como Pedro por su casa, sin avisar y ni siquiera tocó el timbre. Así, tan campante que fue directo a la sala y se recostó en el sofá como si tuviera la confianza que tiene el dueño de la casa para hacerlo. A pesar de que los pocos que había en el lugar se percataron de lo sucedido, nadie dijo nada y si alguien en verdad lo hizo ni eco ni trasfondo dejó. Pasó el tiempo y con él los años, y para las personas seguía sin importar su presencia; era como si quien estuviera allí fuese parte de un adorno de la casa. Imperceptible incluso para algunos. A donde iba dejaba rastros de su presencia por los daños que había ocasionado. Era muy fácil encontrar por toda la casa tanto lámparas como ventanas y vidrios rotos; las migajas de pan esparcidas por todo el lugar como si un niño chiquito hubiese comido allí no pasaban tampoco por desapercibido; incluso era muy factible que cada que alguien caminaba descalzo por el piso se ensuciara los pies por las manchas negras que había dejado al pasar. Pero para la mayoría, aquello no era algo para alarmarse; parecía que eso era algo normal de su (desordenada) cotidianidad.

Pues bien, no fue sino hasta que las quejas y reclamos de esos pocos que sí se habían dado cuenta de lo que había pasado empezaron a sonar más fuerte para que los demás residentes notaran todo el desastre que este fastidioso inquilino había dejado desde su llegada. Así es que desde ese momento, gritar, pelear, acusar y todo lo que sirviera para sacar al incómodo invasor se convirtió en una moda en la casa que todos repetían como si siguieran una receta al pie de la letra. Ahora sí todos ya habían visto lo horrible que fue dejar que entrara en la casa en primer lugar, y que se acomodara tan fácil en ella. Pero lastimosamente para ellos, esa persona ya no se quería ir y sacarla no sería tarea fácil.

Esto que ahora nos parece tan ingenuo y tan improbable, el hecho de que entrara una persona en nuestra casa e hiciera un caos total en ella y ni cuenta nos diéramos sino hasta cuando es casi que imposible remediar lo sucedido, fue básicamente lo que le pasó a Colombia cuando dejó entrar a la politiquería junto con su clientelismo, nepotismo y favoritismo en la salas de la democracia del país, y permitió que se acentuaran en ellas sin ley ni Dios que les reprochasen. Desolador es para muchos colombianos el presente y el futuro de la política de nuestro país, y la verdad es que no podemos culparlos. Cómo seguir creyendo en un sistema que no sólo permite que politiqueros, oportunistas y personas egoístas e interesadas ocupen los asientos que propicia la democracia, sino que también a delincuentes y bandidos los premia dándoselos, ignorando por todos lados la razón de ser de los mismos. Yo muy sinceramente no le veo el sentido, pues un Estado que es capaz de llegar a estos límites, es un Estado más que fallido… y no hay que ir muy lejos para darse cuenta de ello, ya que no son pocas las corporaciones públicas que están integradas por esas personas con propósitos turbios y egoístas que no le hacen ningún bien a la nación. Ahora, no todo está tan mal, pues dentro de lo terrible hay cosas rescatables; como por ejemplo el hecho de que últimamente ha habido un cambio de pensamiento y una toma de conciencia cívico-política por varios funcionarios públicos que han logrado, más allá del color político que tengan, denunciar y demostrar quiénes son aquellos que degeneran esta gran vocación de la política. Me pregunto entonces ¿hemos dado los colombianos un paso adelante para dejar a un lado los intereses avaros y egoístas de unos y pasar al trabajo en conjunto en pro del desarrollo y del bienestar del país, o si es que todo esto es cuestión de la coyuntura política que estamos viviendo por estos días en Colombia?

Cuando se busca la palabra politiquería en el diccionario de la Real Academia Española, se encuentra como única definición “Acción y efecto de politiquear”, y sobre este último término podemos decir que en otras palabras significa envilecer de modos la acción política. Lo cual nos lleva a mi pregunta anteriormente: ¿Acaso politiquería es sinónimo de corrupción? ¿Quién dijo que politiquería no nos podría remitir a las formas en cómo algunos ejercen su labor? ¿No es igual de politiquero quien acapara temas de interés nacional para hacerlos estandartes de su partido, movimiento o coalición a quien en campaña promete y al ser elegido no cumple? Me duele, la verdad; ver cómo la mayoría de los ciudadanos identifican a los políticos con los politiqueros es algo devastador, cuando en realidad son dos cosas distintas que lastimosamente se llegaron a igualar. El verdadero político nunca será lo que el politiquero es. El verdadero político está para servir, para ayudar; nunca para complicar o estorbar.

Pero lo peor de todo es que el problema no acaba ahí. Nos llenamos la boca criticando sobre lo mal que lo hacen y lo injusto que es que ellos estén allá (los politiqueros), sobre lo podrido que está el sistema, y sobre lo imposible que es ver a alguien en Colombia haciendo cosas de buena manera; ah, pero cuando es la hora de votar, de escucharlos en los debates, de hacer seguimiento a su labor, de asistir a la rendición de cuentas, en esos momentos sí preferimos quedarnos en la casa y se nos olvida todo lo que habíamos criticado. ¡Qué paradoja!, cuando más movida, importante e interesante ha sido la política nacional, mayor ha sido el desinterés nacional por ella.

Pero esta columna nunca fue para criticar ni regañar, ni más faltaba, por el contrario lo que buscaba era reflexionar. Así que lo último que les puedo decir es que por mi parte sigo creyendo en la política como vocación de unos para servirles a otros, como medio de cambio e innovación social, como instrumento para mejorar la calidad de vida de grandes cantidades de colombianos, como valor mínimo y esencial que cada individuo debería tener para el desarrollo de su cotidianidad en sociedad, como derecho y como deber, y como exaltación máxima del sentimiento de amor por la patria.

Pasemos ya las páginas del criticar y regañar y de no hacer nada, y más bien pongámonos en la tónica de mirar, pensar y actuar.

Eduardo Gaviria Isaza

Abogado especialista en Derecho Privado y Politólogo, todos en la Universidad Pontificia Bolivariana. Editor en Derecho en Al Poniente. También soy un apasionado autodidacta del café.

1 Comment

Clic aquí para comentar