Cada sábado llegan a la capital de la panela en Colombia, Santana en Boyacá, desde todos los municipios productores de caña de azúcar, con moliendas, trapiches y tradición panelera de la región Sarabita u Hoya del Río Suárez entre Santander y Boyacá, los compradores y vendedores para establecer el mercado del segundo renglón de la agricultura colombiana después del café, que en 2023 generó el 34,2% de los empleos directos e indirectos en la producción agrícola del país, seguido del sector panelero con el 18,5%. Pero ¡oh sorpresa!, este comercio de panela en nada se compara con los corredores de bolsa y especuladores que desde sus dispositivos y oficinas en Estados Unidos están fraguando un negocio redondo, pero no porque vayan a importar nuestra panela a su país, sino porque en la legislación estadounidense ya circulan patentes gringas de derivados de la panela como el melado, es decir panela con nombres en inglés para endulzar con sello norteamericano los mercados globales.
Según el informe del Observatorio del Sector Social y Humanitario en Colombia, hay 350.000 familias paneleras y un millón de empleos indirectos derivados de esta actividad, con la mitad de las familias en la pobreza ya que 7 de cada 10 trabajadores de los oficios paneleros gana menos de un salario mínimo. Este informe resalta que apenas el 20% de quienes trabajan en el sector son mujeres, “además de que el rol de cocinera sea casi que el único al que tienen acceso y una pequeña representación en el proceso de empaquetado, pero solo en producciones industrializadas” y presenta algunas alertas a partir de datos sociodemográficos que indican que está en riesgo la transmisión generacional de los conocimientos de la producción panelera ya que apenas 4 de 10 trabajadores son menores de 45 años, son cada vez menores los jóvenes en la ruralidad y el aumento del 20% de jóvenes en el gremio panelero en la década entre 2013 y 2023, fueron migrantes venezolanos que por la precariedad en las condiciones laborales y su estadía transitoria, no garantizan el relevo generacional.
Algunas de las posibles respuestas a la pregunta por la falta de jóvenes en la ruralidad colombiana, sabiendo que las zonas rurales y la juventud son predominantes en Colombia, pueden ser por un lado la historia de violencia volcada mayoritariamente al campo, con el 40% de los municipios paneleros ubicados actualmente en zonas afectadas por el conflicto armado; los elevados costos de producción que frente a las oscilaciones de los precios de la carga de panela, la usura de intermediarios que generan sus ganancias a partir de las pérdidas del campesino y la falta de acceso de los productores a redes comerciales justas; la precariedad laboral, vulneración de derechos y la inclemencia de las desgastantes labores; la falta de oportunidades para los jóvenes que les permitan acceder a derechos básicos como la educación, el trabajo o el bienestar social; entre muchas otras, hacen que se convierta en una necesidad imperiosa el rescate del sector panelero, amenazado de tantas formas.
El gobierno nacional no puede ignorar a los por lo menos 50.000 productores adscritos en más de cien asociaciones paneleras o silenciar las denuncias de Dignidad Panelera, cuando por otro lado cierra el 2023 con más de $5.327’000.000 pesos recaudados por la cuota del fomento a la panela, exportaciones por más de $32’300.000 dólares, apenas el 0,24% del PIB en 2023, pero que representa significativamente al campesinado colombiano, un sector que estando en ruinas todavía no está arruinado, pero sí a poco de un estallido, porque los precios de compra al productor ronda los $3.000 pesos por kilo, cada uno con costos de producción hasta de $3.900 pesos, en oscilaciones bruscas producto de la intermediación comercial desfavorable para las familias paneleras.
Hay otros factores ineludibles en esta crisis, como la falta de tecnificación, el impacto ambiental, los rezagos culturales, los indicadores de la educación, la salud mental y la democracia. En la crisis abundan las violencias de todo tipo, pero hay que observarlas ¿Qué pasa con las víctimas, mujeres, niñez, discapacidad, vejez, diversidad? Son importantes las personas detrás de la panela, son cultores del patrimonio inmaterial. Pero sin duda el patrimonio material que hace pervivir y resistir al campesinado panelero y movilizar a todo un país poniendo en riesgo su acervo cultural es la panela, el melado, la miel de caña, los trapiches, las moliendas y los cañaduzales como esencia de ese “nosotros” unificador, ese alimento esencial de nuestra soberanía alimentaria, codiciado por los Estados Unidos para patentarlo a través de sus intermediarios criollos, con nombres y apellidos colombianos, con títulos universitarios colombianos, pero sin origen.
La panela no solo es sustentable en sí misma porque tiene un proceso en el que el bagazo alimenta la hornilla que prende el fogón donde están las bateas cocinando el jugo de caña proveniente del molino al que llegan las cargas de caña cortadas en los cañaduzales, de ahí surge la panela, el melado o la miel de caña, pero de los residuos que resultan de la molienda como las vinazas, cachazas, melazas y boronas, se están implementando innovaciones para de estos potenciales contaminantes elaborar abonos, pesticidas orgánicos, etanol y rones artesanales. Si parece poco, su especial atracción es cultural al englobar la tradición alimentaria, campesina, agrícola y patrimonial en los productos básicos de consumo de las familias colombianas y exportación para endulzar naturalmente las bebidas y alimentos de todo el mundo.
Por eso hay que visitar los municipios paneleros, conocer su cultura campesina de tradición trapichera, estimular el consumo de la panela y otros productos derivados de la caña de azúcar como las mieles, rones, etanol, jugo de caña, etc. pero sobre todo defender nuestra soberanía alimentaria y agrícola, respaldar los justos reclamos de las organizaciones agropecuarias y expresarnos desde los hogares en contra de que tras de importarles el maíz de las arepas a los estadounidenses, ahora quieran patentarnos hasta la aguapanela.
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