La Narcocultura

En nuestro país se transformó la arquitectura mental de la ciudadanía, lo que muchos estudiosos han llamado como la narcocultura se arraigó popularmente. Ya veníamos con el lastre de una sociedad resquebrajada y violenta desde la muerte de Gaitán en 1948, no habíamos terminado los ciclos de la violencia política, ni habíamos consolidado nuestros insulsos intentos de democracia, ni encontrado un proyecto ideal de sociedad y aparece en ese claro oscuro el narcotráfico. Con él se comienza a desmoronar cualquier intento de pacificación y de proyecto culturalmente viable. Estaban entonces las condiciones dadas para una nueva desgracia.

Ante la corrupción en sus justas proporciones que nos había legado Turbay, la falta de presencia del Estado en los territorios y un proyecto inexistente (hasta hoy) para la juventud aparece la figura de Pablo Escobar Gaviria y el proyecto de la sicarización (así lo han llamado en México) que comenzó en la comuna 13 de Medellín, cuna del sicariato en Colombia. El mismo ejemplo seguiría la juventud de los suburbios de Cali, Bogotá y el eje cafetero bajo otras figuras. Este fenómeno ya extendido se reinventaría, al tanto que hoy, son bandas criminales organizadas, con membresía para los adolescentes de los sectores marginados y excluidos, actúan ancladas al microtráfico, la extorsión, el secuestro, el arreglo de cuentas y articulados con agentes estatales, tienen la única promesa de ascenso social de los jóvenes marginados. En consecuencia, un «No futuro» como titularía la película de Víctor Gaviria para la juventud.

Con la violencia, el narcotráfico y la captura del Estado en los años 80’s, comenzó la transformación cultural. Fue tan profundo el fenómeno que nadie estuvo exento directa o indirectamente de influenciarse o beneficiarse del narcotráfico. Nuestro ideal estético se transformó; la mujer dejó de ser la musa hilvanada de virtudes a ser un remiendo extravagante y superfluo del quirófano. La paciencia fue sustituida por la avaricia, la solidaridad por la competencia. El principio del trabajo decente y honesto que había forjado sociedades desarrolladas para lograr satisfacciones individuales y colectivas fue sustituido por el dinero fácil y mal habido. La muerte y la decadencia cultural se normalizaron. Nuestros símbolos eran los extravagantes, los fútiles y escrupulosos. El individualismo y el egoísmo se apoderó de una sociedad que comenzó a medir el éxito no por los valores, los ideales artísticos y la educación, sino por el lujo, un carro deportivo o una camioneta. Se extendió el «usted no sabe quién soy yo», el arreglo de cuentas, la justicia por mano propia, la mediatización de lo banal y la estupidización como virtud.  Las familias se monetizaron. En esa medida se fue privilegiando el lucro y se desalojó el corazón.

A lo mejor la mayor revolución en Colombia es una de grandes proporciones culturales cómo pensaba Estanislao Zuleta quien comparte junto a Gaitán el sueño de la restauración moral de la República.

Alejandro López Lasso

Abogado Universidad Libre y Diplomado en derechos humanos y cultura de paz. Docente constitución política

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