Juventud, divino tesoro

Ocupando la Avenida 33 en sentido oriente-occidente en la glorieta de San Diego, me encontré en estos días con uno de los mítines del paro que ya cumple 20 días. Como 200 muchachos, según el cálculo de mi contertulio, hacían reclamos mientras atendían un concierto de una versión local de t.A.T.u. Respeto el derecho a manifestarse libre y pacíficamente, no discuto gustos musicales y el parche parecía bueno para esa tarde soleada en Medellín; “full coletera”, diría un amigo barranquillero. Era evidente el protagonismo de la “juventud” en las protestas comenzadas el 28 de abril: se daba el lujo de bloquear en un día de semana una de las dos vías más importantes entre el Valle de Aburrá y el Oriente antioqueño, la segunda conurbación más habitada de Colombia después de la sabana de Bogotá, y por la que pasan, por minuto, decenas de vehículos que transportan personas y bienes (la cifra en una hora asciende a miles).

La apelación a la juventud en el actual debate político colombiano es muy atractiva. Pero los datos indican que Rubén Darío tenía razón cuando escribió: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! […]”. En 2018, el Departamento Nacional de Estadística advirtió que el país se estaba envejeciendo y que la representación gráfica de la población por edad correspondía a un diamante, no a la pirámide que reflejaba la realidad a mediados de los 80 del siglo pasado, cuando abundaban los niños. La edad promedio en Colombia pasó de 18 años en 1950 a 31 en 2020. Las personas, aunque queremos sistemas de seguridad social robustos, estamos menos dispuestas a contribuir a su financiación teniendo más hijos. La misma sociedad obsesionada con la juventud, quizás uno de los motivos de la apatía a la procreación y la alergia a la adultez, es la que se envejece cada vez más.

Seamos justos: la obsesión con ser joven es vieja. Desde el siglo V antes de nuestra era, Heródoto fantaseaba con una fuente de la juventud, la misma idea que, según algunos, pudo animar en 1521 al conquistador español Juan Ponce de León en su segundo viaje a la Florida cuando ya era sesentón. E inspiración similar tienen millones de personas que pasan por un quirófano para levantar lo que primero se caiga. Y es que la juventud se asocia a energía, salud, ímpetu, cambio, comienzo, renovación, belleza.

Y, ¿qué es ser joven? Por el fetiche de la juventud y el temor a la muerte se ha impuesto un relativismo que hace depender la juventud no de la edad objetiva determinada por el momento de nacer sino del estado de ánimo. Recuerdo a la colega cincuentona decir que se sentía muy joven, a mi abuelo lamentar que un amigo suyo muriera tan joven porque había partido a los ochenta años, a más de uno decir que la que cumple años es la cédula o que lo importante es la actitud o que joven es cualquiera que tenga la misma o menor edad que uno. Me tomo muy en serio lo afirmado por Hanna Arendt en el sentido de que, aunque vamos a morir, no nacimos para eso sino para comenzar, y por eso celebro las ganas de vivir. Pero si Rubén Darío tenía razón, sabemos que la juventud no es eterna sino un período de la vida definido, y si se supone que el paro busca, entre otras cosas, cambios políticos para “la juventud”, conviene usar un estándar más preciso que el del espíritu individual, que hace depender la definición de cada persona.

Mientras para la Universidad del Rosario, El Tiempo y Cifras y Conceptos, a juzgar por una encuesta que contrataron y divulgaron recién, son jóvenes las personas entre 18 y 32 años, según la Organización de las Naciones Unidas son aquellas entre 15-24, para los Estados Unidos quienes tienen menos de 25, en la Unión Europea son los que están entre 15 y 29. En Colombia, pese a que en la Asamblea Constituyente de 1991 se concluyó que la juventud “no se puede definir con arreglo a criterios numéricos cerrados, dado que corresponde a parámetros conceptuales tendencialmente vinculados a la cultura, al Estado y a la sociedad” (Corte Constitucional, sentencia C-484 de 2017), de acuerdo con el Estatuto de Ciudadanía Juvenil son jóvenes los individuos entre 14 y 28 años. El colombiano promedio, por lo tanto, no es “joven” sino adulto. Sin embargo, como los jóvenes son una y otra vez invocados en la disputa pública y el colectivismo contemporáneo primero los reúne en un grupo homogéneo que lucha contra un sistema opresor para después dividirlos (¿“juventud popular” y “juventud barrial” contra “juventud privilegiada”?), es urgente estudiar si nuestro sistema político requiere ajustes para reflejar las distintas voces y preocupaciones de los jóvenes y evitar la manipulación oportunista de quienes se autodefinen como sus voceros.

Concretamente, podría contemplarse, primero, la posibilidad de reducir la edad para ser elegido congresista, comoquiera que actualmente se exigen 25 para ser Representante a la Cámara y 30 para ser Senador. Y, segundo, si el sistema político debería incluir una o varias curules en los órganos colegiados de elección popular para la población joven, así como existen curules para indígenas, afrocolombianos, colombianos en el exterior, etc. Esta discusión debe considerar que, si se asigna representación con base en la edad, el sentido común sugiere que si los jóvenes tienen representación asegurada entonces también podrán reclamarla los adultos, los ancianos, los niños. Sería ideal que esta discusión comprenda una reflexión sobre la teoría de la representación política y cómo se pervierte y se vuelve tribal y sectaria cuando se hace depender de identidades diferentes a la afinidad política (me refiero a la falsa creencia de que un joven está mejor representado por un joven, un indígena por un indígena, una mujer por una mujer, un blanco por un blanco, un gay por otro gay, etc., como si una joven negra de izquierda no pudiera sentirse mejor representada por el hombre blanco socialista que por la mujer negra y conservadora).

Así tal vez se pueda, sino desactivar, por lo menos sí canalizar el descontento de algunos jóvenes colombianos. Mientras esto se logra, termino citando a Rilke: “Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle […] que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto”.

Miguel Ángel González Ocampo

Abogado del Servicio Exterior de Colombia - diplomático de carrera.

Mis opiniones no comprometen a entidades públicas o privadas.

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