El título del artículo parafrasea al filósofo español Ortega y Gasset, cuando dice que en la tienda de Heidegger, se venden puras preguntas.
“El tiempo es lo más desconocido de lo desconocido.”
(Cita anónima)
Cuántas veces más nos encontraremos frente a la incertidumbre del tiempo inexorable, en el evento de un presente, y literalmente arrojados hacia un futuro que desconocemos; cuántas veces más sentiremos en nuestro interior el pulso crónico de los instantes, de los minutos… aquellos que se desplazan de forma espacial en nuestros relojes; cuántas veces más pondremos todos nuestros sentidos en los fenómenos que se nos presentan, y que en breves instantes se nos escapan de la conciencia por no entenderlos; cuántas veces más repetiremos los pasos y los hechos que cotidianamente realizamos para encontrar que tiene algo de sentido nuestra existencia en este mundo; cuántas veces más volveremos, ¡una y otra vez!, a congregarnos para llevar a cabo los ritos y ceremonias que justifiquen nuestros encuentros y afectos.
Y así el tiempo corre veloz…, fuera de nosotros por supuesto, no obstante, en su vértigo somos arrastrados y expuestos a las preguntas radicales, a las más absolutas de todas, dónde y cuándo el tiempo nos dejará atrás para siempre, grabados nuestros nombres en la lápida de nuestra condición perecedera.
En este trayecto ¡Inevitable! Cronos, el Dios del tiempo de los antiguos griegos, aquel que se tragaba a sus propios hijos, porque así de cruel es el tiempo, vuelve a enseñorearse; mientras, entre risas y llantos, aquellos que ni sabemos que pregunta somos, celebramos el término de un año más y el advenimiento de uno nuevo: sirenas rompen el silencio espacial, se ilumina el cielo con la pirotecnia, se acelera el pulso “de todo” y “de todos”, nos abrazamos para cobijarnos en nuestra finitud, pero luego de ese instante no queda nada, porque ya se han ido, transformándose el pasado en cosa y el futuro tan sólo en remotas posibilidades.
Surge otra pregunta. A decir verdades, las preguntas nunca se agotan. ¿Por qué estrenamos nuevamente este espectáculo social, muchas veces ambivalente en lo emocional, si las cero horas del día 31 de diciembre es una hora más, cómo cualquier otra de nuestro reloj temporal? Lo que ocurre, ¡señores lectores!, que existen pocos instantes durante el año calendario que caemos en la cuenta que esa fecha y “ese ahora” pueden ser decisivos para nuestros proyectos existenciales, o simplemente la consumación de todo; e igualmente el tiempo se lo traga todo, y también a nosotros. ¡El “hoy”, el “ya! y el “ahora!”, ese instante presente está sucediendo, pero al mismo tiempo se está yendo para no volver jamás.
El tiempo es indisponible e irreversible, sus dos cualidades absolutas. Por ello, el drama de la vida se da en esta contingencia, no podemos controlar ni disponer ningún segundo del tiempo, y quizás lo más angustioso que el tiempo pasa acercándonos, en definitiva, a la encendida o gélida muerte (para el caso da lo mismo), y no poder volver atrás para cambiar el camino que tomamos algún día, pedir perdón a quienes ofendimos, el habernos distraído en cosas superfluas, o simplemente, el habernos jugado como cobardes ante nuestra propia e ineludible libertad de ser y elegir. Porque somos, sin duda, la consecuencia de lo que elegimos.
Podemos creer o no en otra vida mucho mejor que ésta, por supuesto después de la muerte; vivir eternamente en una instancia paralela a ésta, y de modo de eterna vigilancia; pensar que arribamos a un mundo mejor, al Reino de Dios; suponer que volvemos como en un “eterno retorno”, nuevamente a caminar sobre este mundo. Sin embargo, el hoy, este preciso momento, este tiempo singular de cada uno, esta certidumbre, este llamado de alerta, esta heterodoxia particular de cada uno la cruza la grieta ineludible del tiempo.
Comentar