Ansiedad a la peruana

Sevilla era un peruano de treinta y tantos que se suicidó en Madrid. En verdad fue una lástima lo que le sucedió, era tan joven y tan nervioso… y tan triste. Un amigo suyo —o algo así— que era muy risueño lo encontró muerto una mañana, y ese día no rio. El peruano con nombre español estaba preocupadísimo por lo que pasaría en el resto de su vida, incluso lo escribió antes de suicidarse: «Me siento sumamente nervioso. A veces siento que no puedo más». ¡Todo por el futuro! Cuando mi abuela me dijo que la incertidumbre mata, pensé que era una metáfora. Ojalá lo hubiera sido para el pobre Sevilla.

Preocupado. Así estaba. PREocupado. El prefijo pre significa «antes de», y el adjetivo ocupado es «dicho de una persona que trabaja», según la Academia. Por lo tanto, Sevillita estaba trabajando en su futuro antes de que siquiera le llegara al pobre. Un futuro que nunca llegó. El futuro a veces no llega. Entonces, ¿para qué voy a ocuparme de algo que probablemente nunca llegará? Necesito mucho tiempo para crear un escenario en mi mente, un poco más de tiempo para pensar cómo me sentiría y un poquito más para experimentar esas emociones. En este momento, pensando en frío, concluyo que es incoherente pre ocuparse; pero ya decía Bryce que del sospecho al hecho nos tomamos todo demasiado a pecho…

Y como nos tomamos todo demasiado a pecho, nos encanta teorizar sobre ese tiempo agrio, ese que no siempre llega. Al hombre le encanta, pero al peruano le fascina —y en exceso—. Lo explica la lluvia de encuestas cada cinco años y las entrevistas a los «brujos» que anuncian quién será el próximo presidente. Incluso hubo un jefe de Estado que esperó a que Saturno y Júpiter se alineen —certeza que le enseñó, ¡cómo no!, un vidente— para cerrar el Congreso. Es casi una costumbre, el peruano transmite su pasión por descifrar el futuro de generación en generación.

Sevilla era un peruano preocupado, como muchos lo fueron. Y no me exaltaría si cualquier otro ansía saber cómo será el futuro. En el ciclo de crisis política que parece no tener fin, es a veces un alivio escapar del presente, pensar en el futuro y luego volver. «¿Cómo será el futuro del país?» es la pregunta que los mil quinientos videntes quieren responder. En el futuro, ¿el pan costará menos y todos accederán a la canasta familiar?, ¿la informalidad será un recuerdo?, ¿el dólar costará menos o su precio incrementará? Sevilla y yo tenemos algo en común: no podremos responder esas preguntas.


 

Alison Mauriola

Peruana estudiante de Leyes que busca la reforma política. Amante de la literatura y la redacción, estudio corrigiendo libros.

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