Hoy es 12 de octubre, y no hay nada que celebrar.

Hace más de 200 millones de años, la tierra se encontraba unida en una sola masa continental, a la cual los científicos han denominado Pangea. A lo largo de millones de años, durante el mesozoico, las placas tectónicas se continuaron moviendo, acomodándose y reacomodándose, causando la partición de este supercontinente en varias partes. Desde el período cretácico, la separación de los continentes se acentúa más y más, hasta terminar, en el cenozoico, en la total separación entre América y el resto del mundo[1], por miles de kilómetros de distancia.

En esta era, hace 7 millones de años, es que nuestra especie comienza a evolucionar[2]. De la familia de los primates, nuestra rama, los homininos, surgen en África. Los restos más antiguos de un antepasado nuestro datan de hace 195,000 años, en Etiopía. Los movimientos humanos se dieron primero dentro del territorio africano, luego a Oriente, a Occidente, a Oceanía y por último al extremo Oriente, Asia, hace más de 25,000 años.

Aunque no se ha llegado a un consenso, es muy probable que el continente también haya sido colonizado desde Australia y melanesia, en un lapso de entre 7000 y 2000 años de migraciones[3], donde se adhirieron varios grupos humanos en estadios del mesolítico y el neolítico, al cruzar en barcas el Océano Pacífico[4]. Las fechas no están totalmente claras, pero hay algo que sí lo está: las oleadas de migraciones produjeron distintos grados de evolución social y desigualdades en el desarrollo de los aborígenes del continente. Se dice así que en el mundo de nuestra América antes de ser latina [5] coexistían grupos del paleolítico, mesolítico y del neolítico; nómades y cazadores recolectores en ciertas regiones, navegantes y agricultores en otras, además de 3 de las más grandes civilizaciones en la historia de la humanidad.

El único consenso existente con respecto a la cantidad de pobladores de este “mundo” americano es que es en extremo difícil de definir. Algunos estudiosos estiman que rondaba los 53 millones de personas, repartidas a lo largo y ancho del continente[6]. En Norteamérica se podrían encontrar pueblos como los esquimales en Alaska y Canadá, y los apaches, comanches, mapuches y navajos en los territorios de lo que vendría a ser Estados Unidos en la actualidad. Los ges, atapascos, algonquinos, sioux, charrúas, tehuelches, onas, y hasta centenares de pueblos más, habitaban a lo largo de América Central y la región andina. Sus grados de evolución social y desarrollo económico no alcanzaron grandes avances, siendo muchos de estos primordialmente pueblos de cazadores recolectores, pescadores y algunos agricultores. En cambio, pueblos como los chibchas, tupi-guaranies, arauacos e iroqueses presentaban notables grados de evolución social, creando sus propios sistemas de religión y hasta gobierno. Pero esos pueblos no tuvieron una revolución agraria propiamente dicha, por lo cual no llegaron a presentar procesos de urbanismo.

Sin embargo, hubo pueblos que sí lo lograron. En gran parte de México y una porción de Guatemala, se creó una triple alianza entre los mexicas: Texcoco, Tlacopan y Tenochtitlan conformaban el Gran Imperio Azteca, que vio su esplendor entre los siglos XIV y XV de nuestra era. En Guatemala, Belice, México, Honduras y El Salvador, con capital en Chichen-Itza, coexistían una serie de ciudades estado que conformaban la mítica Civilización Maya, cuyo esplendor fue alcanzado ya en el año 900 n.e.  Por último, desde Quito hasta Santiago de Chile, podemos encontrar al Tahuantinsuyo, territorio del Imperio Inca, con capital en Cuzco, cuyo esplendor se encontró también hasta el siglo XV. Incas, Mayas y Aztecas, denominadas las grandes Civilizaciones amerindias por antropólogos e historiadores. Más que solo guerreros; astrónomos, matemáticos, científicos, arquitectos, diplomáticos, estrategas… si la historia mundial hiciera justicia, si la verdad y no el relato fuera asequible a la mente del hombre, Maquiavelo habría escrito sobre Pachacútec[7] en El Príncipe.

Hace 538 años, un viernes 12 de octubre, Rodrigo Triana grita “tierra a la vista”. La Pinta, la Niña y la Santa María encallan en una pequeña isla del Caribe; Guanahaní, hogar de los taínos. Colón dio regalos a los habitantes de la isla para ganarse su favor, y se relacionó con los mismos durante algunos meses. La primera impresión que tiene Colón sobre los taínos puede observarse a partir de sus diarios: “Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy pronto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevare a seis a V. A. [Vuestra Alteza] para que aprendan a hablar…”. (Diarios de Colón, 12 de octubre de 1492).

Colón llevó varios especímenes de la isla como regalos para los reyes católicos, a su regreso en 1493, no sin antes haber dejado 38 marinos en Guanahaní, para formar una pequeña colonia bajo el nombre de “La Española”. Además de plantas y animales, entre los regalos constaban 6 taínos, destinados hacia Isabel y Fernando. Inmediatamente, un segundo viaje recibió la bendición de los reyes y del mismísimo Papa Rodrigo Borgia, pensado para 1493. En su retorno a La Española, Colón descubrió que los 38 españoles habían sido asesinados; la justificación de los indígenas fue que “les forzaban sus mujeres y les hacían muchas otras demasías”[8]. El hecho también fue retratado por Colón en sus diarios: “los indios nos contaron que, entre los blancos, estalló la discordia por el oro y comenzaron a matarse entre sí. Muchos cristianos no se contentaban con una mujer, querían muchas y vírgenes. Irrumpieron en las cabañas con fuego y robaron a las mujeres. Después, Caonabó [Cacique del pueblo ciguayo], de noche, destruyó la villa con fuego y mató a los cristianos supervivientes”[9].

En su segunda expedición, Colón no fue acompañado de unas cuantas decenas, sino de centenares de españoles, entre militares, sacerdotes, marineros, agricultores, artesanos, etc. Colón prometió una tierra de oro y demás riquezas. No obstante, la cantidad de oro existente en la Antillas resultó decepcionante, por lo cual, a fin de suplir la deficiencia de recursos valiosos y justificar la inversión de sus reyes, decidió explotar una mercancía distinta: taínos, que capturó y derivó a España para su venta[10]. No olvidando que Colón se convirtió en el arquetipo de colonizador para los súbditos españoles, cabe remarcar que entre 1492 y 1519 los territorios de las Antillas fueron prácticamente despoblados, siendo necesaria la introducción de esclavos africanos para suplir la demanda de mano de obra que requería la explotación del territorio [11].

En 1492 inicia un proceso de colonización y conquista que duró casi 400 años, según los historiadores, y que se ha mantenido hasta hoy, según ciertos cientistas sociales [12]. Nuestras sociedades no son netamente indígenas, ni lo son españolas. Somos los caciques y los yanaconas, los blancos y los cobrizos, los castizos y los peninsulares, los conservadores y los liberales. No lo olvidemos nunca: Que seamos denominados latinos es la puntuación puesta en nuestro devenir mestizo, de sangre y cultura, cuerpo y espíritu, con nuestros antaño dominadores. El 12 de octubre es un recordatorio, tanto de nuestro nacimiento, como de la brutalidad del ser humano y de lo manchada de sangre que está su obra. No es una fiesta ni una celebración.


[1] Curiosamente, Bolívar haría referencia al aislamiento de América con respecto al resto del mundo en su Carta de Jamaica de 1815, aunque en condiciones totalmente distintas: “La América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares” (Bolívar, 1999, p. 23).

[2] Para un estudio exhaustivo en la materia, véase: Harris, 1984 & Fuentes, 2018.

[3] Véase: Guerra, 1997, p. 10. Etapas y procesos en historia de América Latina.

[4] Véase: Dussel, 1966, p.116. Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la historia universal.

[5] Como bien nos recuerda Rojas Mix (2009): “Los latinos fueron los habitantes de Lacio, cuya capital fue Roma. Su lenguaje fue el latín. Ellos dominaron, durante el Imperio Romano, los territorios de lo que después serían Francia, España y Portugal, países que habrían de conquistar más tarde una parte de América y que, con su mestizaje de sangre y cultura, produjeron las naciones latinoamericanas” (p.21).

[6] Véase: Bethell, 1984; Cook & Borah, 1974; Denevan, 1976. Historia de América Latina. 1. América Latina Colonial: La América precolombina y la conquista, p. 120-121.

[7] Haciendo referencia a la administración del Inca Pachacútec en el 438 sobre el Tahuantinsuyo, marcada por la expansión territorial del Imperio, la adhesión de nuevos pueblos en carácter de guerreros y tributarios, la construcción de ciudades y sitios como Machu Pichu, Pisac, Ollantaytambo, Patallacta, así como la reorganización de Cuzco, convirtiendo la ciudad en un centro de poder político y económico, digna capital imperial (McEwan, 2006, p.44-45; The Incas. New Perspectives).

[8] Historia General de las Indias y vida de Hernán Cortes. Francisco López de Gomara (1552).

[9] Diarios de Colón, citado en: Nabel, 1992. Las culturas que encontró Colón.

[10] Bethell, 1984, p.136.

[11] Jaramillo, 2016, p.245. Atlas Histórico de América Latina y El Caribe (Tomo I).

[12] Cabe aclarar aquí la diferencia que el paradigma teórico del poscolonialismo establece entre el colonialismo (sistema basado en la explotación de colonias por parte de una Metrópolis como parte del funcionamiento de su economía) y la colonialidad (rezagos del sistema colonial que se impregnan en la cultura y episteme de una sociedad antaño colonizada, creando un semblante en el cual la civilización del antaño conquistador es vista como superior a la civilización propia).

Prof. Alejandro Ojeda Garces

Profesor de historia y ciencias sociales. Cientista de lo político. Investigador, apasionado por la Academia. Interesado en la aplicación de las ciencias sociales en el estudio de la historia latinoamericana y del Ecuador. Convencido de la socialdemocracia como vía a la prosperidad, siempre y cuando se vea respaldada por un espíritu agonista.

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