Hijos de Satanás: Los favoritos de Midas y El mar de octubre

Sin hacer spoiler puede resumirse la excelente serie de Mateo Gil «Los favoritos de Midas»: es imposible que te acepten entro los que tienen poder verdadero si no eres un auténtico hijo de puta. Sin hacer spoiler se puede resumir la excelente novela de Francisco Silvera El mar de octubre: siempre hay alguien más cabrón que tú.

En la serie, Víctor Genovés, interpretado por Luis Tosar, es objeto de un chantaje por parte de los misteriosos «favoritos de Midas».  Genovés acaba de heredar el Grupo Malvar, y alguien le conmina: o paga 50 millones de euros o cada cinco días morirá un desconocido escogido al azar. Los ricos también sufren. Por eso beben tanto. Y se separan. Y consumen drogas y usan a prostitutas. Y van a misa. Pero hay algo aún más sagrado: los hijos. Porque los hijos son los que continúan el gran secreto: ser poderosos.

Los hijos en El mar de octubre hacen aún más negro el relato, porque son perdedores. En esta novela, hombres con gustos exquisitos escalan en su depravación porque hay gente en los márgenes, tolerada por el sistema, que les hacen todos los trabajos sucios. ¡Sin gilipolleces! Que es el grito con el que los lugartenientes de los poderosos hacen sus advertencias sobre cómo ejecutar el trabajo. Los poderosos son más elegantes. No levantan la voz.

Porque el poder, vaya por Dios, es una cuestión de clases. Y cuando se trata de una cuestión de clases, se trata siempre de una cuestión de lucha de clases.

Si los chimpancés enseñan a sus crías a usar un palo para capturar hormigas, los poderosos enseñan a los suyos los resortes del poder. La sutileza lo es todo, aunque el capricho siempre les acompaña. De entrada, no tienes que aplicar el poder en su forma más violenta. A menudo basta la amenaza. Pero llegado el momento, no es solo una cuestión de tu voluntad. Los tuyos, los de tu misma clase, son los que te exigen que no vaciles: tu duda les debilita. Y el poder existe solamente porque el resto cree que son poderosos. Porque el poder, vaya por Dios, es una cuestión de clases. Y cuando se trata de una cuestión de clases, se trata siempre de una cuestión de lucha de clases.

No basta con que puedan aplastar a alguien. Cada vez que realizan un castigo es una operación pedagógica. En España no pueden matar a 47 millones (ni siquiera Franco, que era un asesino king size cumplió su promesa de fusilar a media España), pero basta con golpear selectivamente a algunos objetivos para que los millones de ciudadanos aprendan a ser obedientes. Los mercenarios de los medios de comunicación, como los nuevos capataces de los campos de concentración, suministran la dosis diaria de latigazos. Son los judíos que intentan hacer la vida imposible a otros judíos. Les gasearán, como recompensa,  unos meses más tardes. Son tan humanos como nauseabundos, siempre tan amables con los Comandantes del campo y brutales incluso con sus hijos, en los que no dudan en vengar sus fracasos.

Si los chimpancés enseñan a sus crías a usar un palo para capturar hormigas, los poderosos enseñan los resortes del poder. La sutileza lo es todo. Igual no tienes que aplicar el poder en su forma más violenta. A menudo basta la amenaza.

Los poderosos de la novela El mar de octubre viven cerca, casi ahí al lado, son nuestros vecinos, tienen costumbres más caras, pero puedes encontrártelos en la ciudad (bueno, en verdad tampoco viven en tu mismo barrio, pero terminas cruzándotelos). No parecen diferentes, sus deseos son similares, les angustia lo mismo y tienen familia como cualquiera. Son tan iguales que necesitan cagar en tronos de oro. Se diferencian de cualquiera de nosotros en algo común en los poderosos: no se ponen límites. El principal límite tiene que ver con la vida y la muerte. La gente de a pie nunca piensa en la opcion de hacer desaparecer a una persona con la que tiene un problema. Es una inteligencia de especie. Si todos hiciéramos eso, entraríamos en una espiral donde desapareceríamos. Hasta en el salvaje oeste se respetaban las reglas de la vida incluso para matar. Solo en los escenarios postapocalípticos hay una guerra civil permanente. Los poderosos están en estado de excepción permanente. Pueden quitar la vida a los demás sin remordimientos ni dificultades. Lucha de clases descarnada. Porque los ricos se han quitado los tapones de la decencia.

Los valores son para los demás. Para que obedezcan. Para que no alteren el orden. Hacen falta muchos para mantener el bienestar de unos pocos.

Los cadáveres, en Los favoritos de Midas y en El mar de octubre terminan regresando a la orilla. Pero da lo mismo. ¿Quién vigila a los vigilantes? Los poderosos no lo serían tanto si policías, jueces, periodistas afloraran sus comportamientos asociales. El poder se respeta sobre todo cuando no se ve. Porque cuando se ve, muestra también sus fisuras. Y su ostentación prepara la resistencia. A veces puede haber castigos arbitrarios para generar terror, pero eso no es útil salvo en poblaciones estables. Es mejor la sutileza. Clausurar un mundo alternativo.

Los poderosos lo son porque tienen en nómina a periodistas, policías, jueces y también a los que, en cualquier caso, pueden construir verdades, detener, torturar, matar y juzgar (¿En última instancia, a quién beneficiaba la policía política del PP? ¿quién se beneficia, mantiene en las tertulias y financia a «periodistas» como Inda, que miente invariablemente, que no ha pagado la pensión a sus hijos o que está acusados de acoso a menores?). La sociedad necesita a jueces, policías y periodistas para mantener la ficción democrática.  Pero nadie resiste tres escopetazos de cincuenta mil dólares.

Las buenas novelas negras desvelan la verdad de un mundo que se comporta de manera diferente a como marcan sus valores. Los valores son para los demás. Para que obedezcan. Para que no alteren el orden. Hacen falta muchos para mantener el bienestar de unos pocos. Decía Adam Smith en La riqueza de las naciones:

«Donde quiera que haya una gran propiedad, hay una gran inequidad. Por cada hombre rico deben existir al menos cinco pobres, y la abundancia de unos pocos supone la indigencia de muchos. La opulencia de los ricos suscita la indignación de los pobres, que se guían por los deseos, y se incitan por la envidia, para invadir sus posesiones. Es sólo bajo la protección de la magistratura civil que quien posee la propiedad, que se adquiere por el trabajo de muchos años, o por medio de generaciones sucesivas, puede dormir en paz«.

Las dos obras dejan un mensaje claro (sin spoiler): si no eres un hijo de puta no eres poderoso. Pero incluso los poderosos necesitan de gente corriente para poder ser poderosos.

Hoy, detrás de cada rico hay en nuestras sociedades centenares de miles de pobres. En España, detrás de cada rico hay 400.000 pobres. Los dispositivos ideológicos para frenar tanta desigualdad deben estar bien engrasados. El poder no puede dejar al azar la construcción de conciencia. Controla todos los dispositivos de poder, y si hay algún fleco, recurren a soluciones drásticas. En Los favoritos de Midas la gente está en la calle protestando contra un sistema que, seguramente, no conoce en profundidad, pero cuyos efectos sufre. En El mar de octubre, el poder se sirve de «pueblo» dispuesto a vivir un poco mejor de las migajas que caigan de la mesa de los poderosos. En las dos obras, el poder nunca puede serlo sin servidores.

Las dos obras dejan un mensaje claro (sin spoiler): si no eres un hijo de puta no eres poderoso. Pero incluso los poderosos necesitan de gente corriente para poder ser poderosos.

Juan Carlos Monedero

Es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Hizo sus estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Actualmente es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid (con dos tramos de investigación -sexenios- reconocidos).

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