Futuro laboral y académico del/la estudiante de Filosofía (y demás estudios “vocacionales”)

Al poco tiempo de tomar la decisión de estudiar una carrera universitaria como la de Filosofía, prácticamente todo el mundo se habrá habituado a escuchar el mantra de que, ciertamente, con esa carrera no conseguirá ningún empleo.


Al poco tiempo de tomar la decisión de estudiar una carrera universitaria como la de Filosofía, prácticamente todo el mundo se habrá habituado a escuchar el mantra de que, ciertamente, con esa carrera no conseguirá ningún empleo. Hace años se hizo viral un vídeo de un programa de televisión al que una madre había llevado a su hijo para pedirle que no estudiara Filosofía, el cual resulta muy ilustrativo del sentir parental general a este respecto. Incluso, al margen de opiniones familiares y de amistades, es un lugar común encontrar noticias en los medios de comunicación donde se insiste en la idea de que lo mejor es estudiar carreras con salidas laborales y “utilidad social”. Por supuesto, dejando de lado completamente la posibilidad de que la educación, más allá de ser un proceso para convertir a los individuos en piezas del engranaje socio-laboral, consista en la formación intelectual y moral de las personas. No obstante, este es un tema aparte. El fin de este texto es realizar algunas reflexiones acerca del futuro de los estudiantes de filosofía en concreto, y en general de todos aquellos que deciden realizar estudios “vocacionales”. Debido a mi propia experiencia, estas están enmarcadas en el contexto español, pero me atrevería a decir que podrían resultar de algún interés tanto para el colombiano como para muchos otros.

Aunque sea cierto que, siempre y cuando se dispongan de los recursos necesarios, uno pueda abandonar o combinar los estudios universitarios de Filosofía, un consejo que daría a cualquiera que se lo plantee, es que tenga por cierto que quiere realizarlos. Un nutrido número de personas que comienzan estudios universitarios lo hacen sin ningún tipo de vocación o gusto personal. Más bien, estos están orientados por consejos familiares o, simplemente, se dejan llevar por una suerte de intuición cuasi aleatoria. En muchos casos esta estrategia puede salir bien y, con el tiempo, se puede adquirir un gusto por un área de conocimiento que, en principio, no llamaba demasiado la atención. Con todo, para las personas que se encuentren en esta situación, recomendaría ante todo que se pregunten con franqueza si van a comenzar a estudiar algo que realmente les gusta. Para ello, resulta una buena idea ojear distintos planes de estudio, realizar algunas lecturas previas adecuadas al nivel de formación (de otro modo, al no comprender nada, uno puede frustrarse) y buscar alguna información general al respecto. No se trata de obsesionarse con ello, sino de estar mínimamente seguros de que se va a hacer algo por un deseo propio.

Lo anterior nos lleva al siguiente punto de relevancia. Una vez que se estudia una carrera que despierta escaso interés en el mercado laboral, resulta de extrema importancia, además de aprovecharla para la formación personal, intentar lograr la mayor nota media posible. A pesar de que no sea del todo elegante decirlo, la afirmación de que la nota de la carrera es irrelevante es a todas luces falsa. Aunque sea cuestionable que las personas con mejores cualificaciones sean más aptas, téngase en mente que la nota media es prácticamente el único criterio que permite diferenciar académicamente a un estudiante de otro. Y así, es la nota la que distingue a los expedientes que obtendrán un premio extraordinario al final de la carrera de los que no. Un premio que es de utilidad no solo a modo de maquillaje curricular, o por la cuantía económica que pueda conllevar, sino para otras cuestiones como, por lo menos en el caso español, para el acceso al cuerpo de profesores de enseñanza media. Dicho esto, el estudiante es quien debe establecer el equilibrio que crea conveniente entre el tiempo dedicado al estudio y el dedicado al ocio universitario y juvenil. Algo semejante sucede con quien, por carencia de apoyo económico, necesite trabajar a la par que estudia. Aunque desgraciadamente no suceda, el sistema educativo debería propiciar que quien se encuentre en esta situación pueda estudiar lo que quiera sin necesidad de trabajar en aras de la igualdad de oportunidades.

Terminada la carrera se abre un abanico de posibilidades de entre las cuales distinguiré cinco. Para aquellas personas que realmente estén interesadas en continuar formándose, y que hayan demostrado por su esfuerzo que pueden tener futuro en este camino, está la opción de realizar estudios de doctorado. En principio, la posesión del título de doctor/doctora tiene como meta laboral el acceso a algún centro de investigación, fundamentalmente alguna universidad, para combinar horas de docencia con la investigación. Esta senda, con todo, puede llegar a ser ardua. Llevar a buen puerto una buena tesis exige un enorme sacrificio a nivel personal por el tiempo y trabajo que será necesario invertir (mucho más si no se dispone de una beca predoctoral, para lo cual es esencial la nota media referida más atrás). Una vez terminada esta, nada obliga a que el flamante doctor o doctora acceda inmediatamente a un puesto como profesor universitario. Especialmente en carreras como la de filosofía, con una plantilla de profesores más reducida que otras con un mayor número de estudiantes, como medicina o derecho. Lo que suele suceder es que, o bien esta persona decida intentar acceder al mercado laboral abandonando la investigación y realizando alguna de las cuatro opciones que siguen, o bien prosiga sus estudios posdoctorales hasta, con el paso de los años y de rellenar el currículo, pueda optar a una plaza universitaria.

Una segunda opción para quien termina la carrera es la que ha hecho un servidor. Por ello, por supuesto, quien lee esto debe tener presente que mi presentación de estas opciones no es en ningún caso imparcial. Esta consiste en intentar acceder a la docencia de filosofía en la enseñanza media. Desde luego, este acceso no es sencillo y la competencia es apabullante. Al igual que el doctorado, esta opción requiere de esfuerzo y de ciertos sacrificios. Sin embargo, a diferencia de aquel, el esfuerzo puede tener una recompensa laboral más inmediata en el tiempo. Entre las virtudes de este camino, se encuentra no sólo el hecho de conseguir un trabajo vinculado con la vocación personal, sino en la posibilidad de realizar un doctorado a tiempo parcial con la comodidad que ofrece la seguridad laboral.

Tercera opción. Aprovechando (o no) algo de lo aprendido durante la carrera, no son escasas las personas que deciden hacerse autónomas. Dependiendo del tipo de negocio, un inconveniente puede ser la pérdida de contacto (al menos en el plano laboral) con la filosofía. Algo que para alguien con interés y formación en esta disciplina puede ser un problema. A partir de aquí cada uno dependerá de su creatividad y, en cierta medida, de la suerte para poder tener un buen futuro económico.

Para quien pueda permitírselo, una posibilidad habitual es complementar la carrera ya concluida con otra formación, no necesariamente universitaria. Quien pueda disfrutar de esta opción tiene la oportunidad de conseguir una formación académica complementaria con la filosófica, algo que es muy interesante. Por otra parte, una vez lograda la formación intelectual anhelada, ahora puede realizar unos estudios menos atractivos a nivel personal, pero que le aporten una mayor accesibilidad al mercado laboral.

Última. Hastiado por el estudio, o simplemente huérfano de la posibilidad de realizar alguna de las otras opciones, el antiguo estudiante puede iniciar directamente la búsqueda de trabajo. Además de para la docencia, la carrera de filosofía habilita para la gestión cultural, el trabajo en museos, editoriales, etc. Si bien este “nicho laboral” no es muy abundante, con suerte puede propiciar una buena salida laboral. Al igual que sucede con muchas personas que terminan carreras como administración de empresas, economía o, por ejemplo, ciencias políticas, el “filósofo/a” puede intentar acceder a puestos de trabajo que, a priori, no son para ellos. Nunca se sabe. En cualquier caso, en esta búsqueda de empleo más aleatoria, el estudiante de filosofía debe asumir que lo tendrá más crudo que otros graduados o licenciados.

La conclusión sobre la que me gustaría incidir es que el mantra nombrado en el primer párrafo, de sobra conocido, acorde al cual la filosofía condena al paro laboral es en cierto sentido cierto, pero también falso. Cierto en la medida en que, no nos engañemos, la demanda de filósofos/as en el mercado privado es escasa. Mas también cabe señalar que es falso. Aquellas personas que aprecien lo que estudian y que se esfuercen, obtendrán resultados positivos. Muchas de las afirmaciones hechas deberían ser matizadas, y no me gustaría que estas palabras fuesen confundidas con un panfleto de autoayuda o de índole emprendedora, pero la idea general es que, quien no tema al esfuerzo y de verdad guste de la filosofía, no sólo obtendrá una formación intelectual privilegiada respecto al resto de estudios, sino la posibilidad de tener un futuro laboral no tan incierto como lo pintan.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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