En fin, la hipocresía

Para direccionar más la analogía y salvar la columna de lo trivial, debo decir que, estoy encontrando la raíz de nuestros problemas. Pensemos: En 2015 Ariadna Gutiérrez se alza con la corona, pero cuando dijimos “tenemos Miss Universo”, tuvo que devolverla; tiempo después el fiscal anticorrupción resultó ser corrupto; la vicepresidenta, en su lucha con el narcotráfico, lo dejó entrar en casa; el presidente, para ayudar a la gente, decretó la hipoteca inversa, y asimismo, en un intento por mejorar su imagen, quedó como un zapato; a quienes elegimos de representantes, no nos representan; el nuevo fiscal designado, no fiscaliza lo que debe; y entre más exigimos, menos tenemos.

Tras unos días de haber comenzado mi cuarentena, la presión por el incesante crecimiento del cabello me hizo decidir algo que, en situaciones normales, nunca hubiese hecho. Advertí varios días a mi madre con que me iba a rapar la cabeza, hasta que un día, en las circunstancias adecuadas, logré el cometido. Había finalmente procedido -con un poco de ayuda-, y en el cuero cabelludo no se observaba ni un solo pelo. Orgulloso del resultado -pues salió mejor de lo esperado-, compartí a algunas personas mi nuevo estilo, entre ellas, mi progenitor.

La primera noche sin cabello fue placentera, y el amanecer era aún mejor, no tenía que preocuparme por estar despeinado. Al revisar los mensajes recibidos, era de notar la respuesta de mi padre:

¡Aclaración preliminar!: Interviene alguien conservador de los ‘valores tradicionales’.

Papá ha enviado una foto: Se veía él, sentado en la sala, posando como para el retrato de la cédula. El pie decía a su tenor: “Esto se llama motilado -haciendo referencia al suyo-, no se vuelva a raspar esa cabeza. -ordenó-

Varios días después de la fecha narrada, me trasladé a la residencia de papá. Hasta ahí todo normal, pues ya mi cabeza estaba nuevamente poblada. Sin embargo, no soy el único al que le crece pelo, es decir, a él también. Fue entonces cuando tuvo que gestar soluciones al problema; la primera era simplemente dirigirse a un estilista, o de manera coloquial, con un peluquero, pero aun así, se correría riesgo por el hecho de no ser posible el distanciamiento; la segunda, comprar una máquina y aprender por métodos empíricos. Al final, compró dicho artefacto, y el mismo día de llegada se aventuró.

Los intentos eran frustrados una y otra vez, pues el ángulo utilizado no lograba cortar nada, así que, desesperado, quitó la guía, y en segundos, las expectativas quedaron desvanecidas; se había trasquilado. Fue entonces cuando pronunció las palabras que me hicieron creer en la justicia divina: “Alejandro, venga arrégleme esto”; obviamente ‘arreglar’ significaba rapar todo -todavía me produce risa-. Como Rubén Blades pregona, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.

Quizá en estos momentos, lo único cierto es que la existencia está llena de contradicciones, paradojas y contrasentidos. Parece que el mundo se rigiera por las leyes de la sicología inversa. Ya me sucedió antes: una vez le dije a una niña, “no estuvimos, no estamos y no vamos a estar”; meses después, estaba enamorado, adivinen de quién. Cuando hablaba acerca de los abogados, despotricaba todo lo posible, ahora, estoy estudiando derecho. Y no sólo a mí: lo prohibido es lo que más se quiere y lo que se tiene no se valora. Las cosas nos salen al revés, mejor dicho, patas arriba.

Para direccionar más la analogía y salvar la columna de lo trivial, debo decir que, estoy encontrando la raíz de nuestros problemas. Pensemos: En 2015 Ariadna Gutiérrez se alza con la corona, pero cuando dijimos “tenemos Miss Universo”, tuvo que devolverla; tiempo después el fiscal anticorrupción resultó ser corrupto; la vicepresidenta, en su lucha con el narcotráfico, lo dejó entrar en casa; el presidente, para ayudar a la gente, decretó la hipoteca inversa, y asimismo, en un intento por mejorar su imagen, quedó como un zapato; a quienes elegimos de representantes, no nos representan; el nuevo fiscal designado, no fiscaliza lo que debe; y entre más exigimos, menos tenemos.

Nunca me ha gustado, como muchos, decir que vivimos en un país de ‘mierda’, porque mi optimismo siempre ha salido triunfante. Pero estoy entendiendo la lógica, una inversa, en donde si digo lo uno pasa lo otro. De tal magnitud, no quiero vivir en Colombia, país de locos y salvajes, que nunca se arreglará, ni saldrá de la miseria; donde seguirán matando líderes sociales, violentando las minorías, robando plata, discriminando, censurando y aprovechándose del prójimo. ¡Este país no tiene salvación, una vergüenza ser locombiano!

Los restos: Apelando a una figura utilizada por Daniel Samper Pizano en sus columnas, las ‘esquirlas’, quisiera servirme del elemento bajo otra denominación, en adelante, ‘los restos’.

  • El proyecto de acto legislativo que se propone la cadena perpetua ha sido aprobado en último debate. Quienes hayan leído la anterior columna (Ver columna anterior) se enterarán de mi posición. Pero siendo fiel al sentido del presente texto, confío y espero, la Corte Constitucional declare exequibilidad; se evitarían muchos problemas.
  • Demasiados fueron seducidos por el espejismo de un día sin IVA. Si bien es cierto que la responsabilidad la tienen inmediatamente quienes salieron, no es menos cierto que, en medio de una pandemia, incentivar a comprar cosas innecesarias solo puede calificarse como desacierto -uno más-.

Silvio Alejandro Sierra Osorio

Soy un joven nacido en Pereira y criado en Santa Rosa de Cabal, Risaralda. En mi formación académica siempre he sido destacado, pero no considero que sea un factor determinante. Por otro lado, en la vida se deben afrontar nuevos retos, y considero, son las sanas ambiciones la que nos llevan lejos. La inversión de mis esfuerzos la quiero dedicar a la construcción de sociedad, pues es evidente la degradación que hoy padece nuestra sociedad.
Además de mi formación profesional en curso, pretendo tener experiencia en diversos campos, y hoy, emprendo una nueva aventura en la cual las letras y el pensamiento serán mis mejores aliados; vamos a ver como nos sale.

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