Hasta que la muerte los separe

La cadena perpetua, como la hemos determinado la mayoría de los ciudadanos en algún momento, es hoy, y de nuevo, objeto de debate en el capitolio nacional. Específicamente, son los llamados ‘violadores de niños’ quienes tendrían que enfrentar la posibilidad de pasar el resto de sus vidas tras rejas.

Políticos, medios y personas tienen que ver en la discusión; la indignación social crece, el rechazo es notorio, el odio es recalcitrante, los comentarios son viscerales, las conversaciones ardientes, y la sanción social es más que evidente. Sin embargo, como es de mi gusto proponer, considero que, todo el mundo, es decir, desde el ignorante que debería dejar de serlo en función de este tipo de difusiones, hasta el ilustrado, tiene que subrayar una serie de consideraciones objetivas en el tema. En aras de lo anterior, quiero hacer una exposición sencilla y sin muchos tecnicismos.

Como diría un ‘padre’ en misa, cada uno dentro de su corazón, piense cómo sería pasar toda la vida en una cárcel. Algunos imaginarían categóricamente un plano ideal en donde se evitan las preocupaciones por alimentación, arriendo, o trabajo, ¡vaya lugar perfecto! Otros -yo, por ejemplo-, consideran que encontrarse recluso, es algo agobiante, difícil, y dentro de nuestro sistema penitenciario, nefasto; verbo y gracia, el hacinamiento, la falta de condiciones sanitarias, la violencia, etc. Curiosamente y por lo general, los mismos que dicen que quienes viven en la cárcel viven bueno, son los defensores de la cadena perpetua.

Ahora sí comenzando, es importante diferenciar el acceso carnal violento (violación), del acceso carnal abusivo (‘violación’ a un menor de 14), y los actos sexuales abusivos (lo que se le haga a un niño que no sea violarlo en sentido estricto). En el primer caso, la violación, implica el choque de fuerzas de dos sujetos en donde uno se impone sobre el otro finalmente; en el segundo y tercero, se asume que todo acto sexual con un niño (un menor de 14) es delito, en virtud de la incapacidad que tiene para decidir sobre su vida sexual -cosa de entrada debatible-. Entonces, debemos discernir diferencias entre un violador de niños y un simple violador, siendo el primero, a quien se le dirige el panfleto.

En términos generales, las penas para los delitos sexuales contra menores llegan hasta los 30 años; es decir, las personas de 40 años o mayores, estarían casi condenadas a perpetuidad basándonos en las expectativas de vida; mejor dicho, hasta que la muerte los separe de prisión, o en su símbolo más representativo, de las esposas. También es justo decir, que la pena máxima en Colombia son 60 años, no obstante y sin perjuicio de lo anterior, ese premio mayor pocas veces se otorga, posiblemente porque los delitos más graves son los menos comunes. De cualquier forma, nos enteramos que, las penas en nuestro país son realmente altas, ¿habrá algún sentido en aumentarlas?

Descartes dice, “los sentidos nos engañan”; hoy, el más común de los sentidos, el sentido común, podría indicarnos que la pena tiene solo dos fines: castigar al criminal (retribución) y advertir a los que piensan serlo (prevención general). Y aunque es cierto, también existen otros objetivos tales como: hacerle saber al sujeto de su error para disuadirlo de volver a delinquir (prevención especial), y reincorporarlo a la sociedad (resocialización). Decir que, con aumentar una pena el bandido no actuará por temor, es una falacia, porque incluso pensándolo dos veces -si tiene tiempo-, la motivación brindada por las falencias en la administración de justicia, o mejor dicho, por la impunidad, le facilitará la decisión: ‘Si no me cogen, no hay pena, y eso es muy probable’.

La prisión perpetua presentada en la Cámara de Representantes, tiene una figura que intenta permitir la resocialización (uno de los fines de la pena); dicha figura se traduce en la posibilidad de revisar la condena una vez hayan pasado 25 años, en orden de determinar si el convicto ha adelantado su proceso de reinserción a la sociedad. La revisión de la pena, para el proyecto, es lo que ha logrado conquistar varios debates en el congreso, impulsado además por el argumento de que los índices de reincidencia son altos para estos delitos, y por ende, la mejor manera de evitarlo es el calabozo eterno. Sin embargo, tal criterio nos presenta un problema, a decir, que es imposible predecir con certeza cuándo un criminal volverá a delinquir, y aun existiendo sistemas de predicción de riesgo de reincidencia como el denominado modelo SVR-20, la incertidumbre o el miedo del mentado riesgo, privarían efectivamente de la libertad a alguien, por siempre y sin justa razón.

Una condena de tal índole no sirve para proteger a los niños, aunando que, del total de los casos, hay demasiados que ni siquiera son denunciados, y que no se evita el delito endureciendo la pena sino aumentando la infalibilidad. Se hace evidente la politización de la problemática, cuando esta es utilizada para exacerbar las pasiones y sensibilidades del pueblo -o para ganar votos, como quiera llamársele-; pero en realidad, lo necesario es hacer un examen riguroso y comprensivo que no invierta vanamente los esfuerzos, perdiendo así tiempo, dinero y fuerzas. Y aunque lo digo yo, creo que también lo había expresado un tal marqués de Beccaria: “Es mejor evitar delitos que castigarlos. He aquí el fin principal de toda buena legislación, que es el arte de conducir los hombres al punto mayor de felicidad o al menor de infelicidad posible (…)”.

La violación de un niño es repulsiva -creo coincidir con todos-, y su protección es absolutamente primordial, más aun, cuando un niño violado es un posible violador; pero no solo eso, el abuso físico, los déficits de socialización y de escolaridad, las familias represivas, los padres agresivos y alcohólicos y pedófilos -muy comunes, por cierto-, son circunstancias previas que profundamente penetran en el inconsciente de una persona para marcar su destino. Una infancia sufrida, es el peor de los inicios.

La atención debe centrarse en dos actores principales: las víctimas y los victimarios. Los primeros deben ser asistidos por una atención médica y psicológica para buscar la reparación del daño. A los segundos, negarles otra oportunidad es mostrar el lado más oscuro de nuestra llamada humanidad; y se les niega cuando no se estudia su situación, cuando se ignora su historia de vida, lo que ha conducido a cometer el injusto, sus problemas, dificultades, anhelos frustrados, la falta de una familia, amor o simplemente el rechazo de la sociedad. No se refuta la responsabilidad que tienen, se refuta la falta de acciones para reincorporarlos por medio de acompañamientos multidisciplinares. En otras palabras, juzgar a una persona es muy fácil cuando existe inobservancia de las fallas estructurales de nuestra sociedad, y la consecuente culpabilidad que tenemos por omitir hacer cambios.

Con todo ello, podríamos suponer que la cadena perpetua y la exclusión casi total de los malhechores, sería la solución al problema. Mientras tanto afuera, los niños con una infancia difícil, serán muy próximamente los nuevos condenados; así, sucesivamente, en un bucle sin aparente final.

CONCLUSIÓN: Si a mis dientes les da caries, puedo pensar en dos soluciones, sacar las piezas afectadas, o empezarme a cepillar bien. Además, como dijo Cesare Bonesana, no habría dicho nada, si fuese necesario decirlo todo.

Silvio Alejandro Sierra Osorio

Soy un joven nacido en Pereira y criado en Santa Rosa de Cabal, Risaralda. En mi formación académica siempre he sido destacado, pero no considero que sea un factor determinante. Por otro lado, en la vida se deben afrontar nuevos retos, y considero, son las sanas ambiciones la que nos llevan lejos. La inversión de mis esfuerzos la quiero dedicar a la construcción de sociedad, pues es evidente la degradación que hoy padece nuestra sociedad.
Además de mi formación profesional en curso, pretendo tener experiencia en diversos campos, y hoy, emprendo una nueva aventura en la cual las letras y el pensamiento serán mis mejores aliados; vamos a ver como nos sale.

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