En favor del cinismo

Con un grado de radicalidad, si se quiere, menor a la de los “perros” primigéneos, es preciso procurar una cura basada en la indiferencia


Etimológicamente, “cinismo” procede del griego Kynikós, que refiere a algo así como lo propio de los perros. El término ha avanzado a lo largo de los años de tal modo que, en nuestros días, este es empleado como un adjetivo despectivo. Es cínico quien se comporta, a sabiendas de que lo hace, de una forma falsa o desvergonzada. Algo que por otra parte no se encuentra precisamente en las antípodas de las pretensiones de los cínicos griegos originales.

Como actitud filosófica, hace unos 2.400 años Antístenes de Cinosarges o Diógenes de Sinope demostraron un profundo desprecio por los asuntos y convenciones propias de su ciudad (polis) valorando, en su lugar, la capacidad del individuo para autoabastecerse de lo estrictamente necesario para sobrevivir (autárkeia). Así, la senda hacia la felicidad pasa por una radical vuelta a nuestra naturaleza más animal. El animal no humano es el verdadero modelo de conducta. Lejos de confundirse esto con un abandono ciego a los placeres físicos, el cínico practica precisamente el ascetismo propio de quien no tiene otra meta que la autosuficiencia y la libertad.

Con un mayor o menor grado de discrepancia, podremos acordar que el modus vivendi contemporáneo se topa indisolublemente vinculado a la convención (llevado al paroxismo en las redes sociales), la procura del placer inmediato, una dificultad cada vez mayor para asimilar los deseos frustrados o la obsesión por alcanzar una felicidad escurridiza (sea mediante una mejora del estatus económico, un cambio alimentario, la práctica de deporte o la lectura de libros de autoayuda). Pese a ello, en realidad, la cotidianidad está marcada por una rutina diaria que deja poco espacio más allá del binomio producción-consumo.

Por esta razón es preciso que seamos más cínicos. Con un grado de radicalidad, si se quiere, menor a la de los “perros” primigéneos, es preciso procurar una cura basada en la indiferencia. Esta no debe ser confundida con la apathia estoica, a diferencia de la cual el cínico mantiene una actitud anti-intelectualista: la faena intelectual no proporcionará de ningún modo la dicha anhelada. El desinterés cínico es pleno. Prescinde completamente de la convención, pues tanto tiene el parecer ajeno. Prescinde del placer, pues es mera ficción momentánea de bienestar. Prescinde de cualquier deseo no vinculado a la supervivencia, pues supone esclavitud. En suma, prescinde de la obsesión por alcanzar la felicidad, pues este es un ideal que nunca se alcanzará. La felicidad no es algo que se pueda alcanzar. No existe como meta, sino como algo que se puede ir encontrando en el camino. En consecuencia, lo dicho: seamos un poco más cínicos.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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