En busca de mi ciudad: Los procesos de transformación urbanística, la apropiación de la ciudad y la negación de las otredades

“En la ciudad confluyen multitud de actores, credos e infamias, los cuales, entrelazándose entre sí, forman ese complejo y aterrador vasto mundo de infinitos colapsando que es la ciudad”

Sinfonía de ciudad a modo de introducción:
“Es maravilloso el modo con que una pequeña ciudad mantiene el dominio de sí misma y de todas sus unidades constitutivas. Si uno cualquiera de sus hombres (…) actúa y se conduce dentro de las normas prestablecidas (…) no enloquece ni pone en peligro la estabilidad y la paz espiritual de la cuidada, entonces tal unidad puede desaparecer sin que vuelva a oírse nada de ella. Pero en cuanto un hombre se aparta un poco de los camino tradicionales, los nervios de toda la comunidad se estremecen”
Jhon Steinbeck

En la ciudad confluyen multitud de actores, credos e infamias, los cuales, entrelazándose entre sí, forman ese complejo y aterrador vasto mundo de infinitos colapsando que es la ciudad. Actores desde el transeúnte casual que marcha al trabajo, deslizándose por los recovecos de las callejuelas que suspiran historia, hasta el que allí habita en un infierno dantesco de miasmas de bazuco que dan cuenta de la podredumbre de los sistemas morales de aquellos que hablan desde un pulpito sobre la descomposición social, y los cuales no logran que su altruismo desinteresado se vea relejado en los indicadores; las señoras que tiene su trabajo y sustento en espacios marginales donde las putas fumando sus largos cigarros le hacen caras a la santidad puritana de la fachada de tufo clerical de esta ciudad -como el caso del Parque de las Brujas-. A finales del siglo XIX, por los alrededores del Parque Berrío, había muchas chicherías. A ellas acudían los pobres a emborracharse y a liarse con alguna puta vieja, trajinada, devaluada. De esas identidades y de sus prácticas, las cuales hacen parte de la idiosincrasia de este pueblo, ya no queda nada. Los procesos urbanísticos que se han llevado a cabo consiguen devaluar el interés y el respeto por estos espacios, tanto como su obsolencia para las nuevas dinámicas de la ciudad.

En esta medida mi preocupación pasa por develar como la gentrificación en sí misma, puede bien ser un proceso de expansión y mejoramiento urbanístico, pero a su vez, se presta para hacer de ella una herramienta que priva de cualquier apropiación o participación a esas ciudadanías marginales, tanto como la trasformación de su propia condición marginal, al concebirse que pueden atentar contra la fachada innovadora de la ciudad. Ya sea porque eran sitios donde imperaba el desaseo -nos cuenta Liderman Vásquez- o porque los ricos de la ciudad eran instados a apropiarse de esos sitios y construir lujos y modernos edificios.

La preocupación pasa también porque, en la medida en que sean expulsadas estas ciudadanías, es necesario lograr que estas sean capaces de restablecer por si mismos su condición al posibilitarse las medidas necesarias –tanto jurídicas, como políticas y técnicas- para que estas ciudanías negadas y con ello los individuos denizen , puedan volver a reintegrarse en la vida política y social, pero también volver a llenar los parques y espacios públicos de vida. Así pues, se busca el confrontar las características de estas ciudadanías frente a los procesos urbanísticos llevados a cabo en la ciudad. Abordaremos a Marchall para entender los procesos de la ciudadanía, y a Harvey para entender el conflicto existente entre toda tentativa de resignificar los espacios públicos y los conflictos con los habitantes que allí moran; también algunos insumos del Periódico Alternativo Universo Centro, por su amplia labor de crónica sobre lo que fue, es y será, el centro de Medellín como patrimonio de la ciudad y referente inamovible de su historia.

Gentrificación, espacio público y Ciudadanía:

“Partiendo de que todos los hombres eran libres y, en teoría, capaces de disfrutar de derechos, se fue enriqueciendo el conjunto de derechos de que podían disfrutar. Pero estos derechos no entraron en conflicto con las desigualdades de la sociedad capitalista; eran, por el contrario, necesarios para el mantenimiento de esa forma particular de desigualdad” (Marshall, 1949)

Iniciando el siglo pasado las carestías de los elementos indispensables para el desarrollo vital y sustancial del hombre estaban llevando a varios Estados hacia lo que parecía un periodo de resección –hablando de Estado Unidos y su gran crisis económica que hizo danzar a los malditos- y el problema de las guerras en Europa. Se toparon de frente los dirigentes y los intelectuales con la barahúnda de desposeídos y miserables que inundaba las calles, los aficionados al doctor bazuco, de bailar merengues entre presentativos y agujas junto a pipas huérfanas, hombres mutilados incapaces de cualquier relación ética con otros individuos o partes formantes del conjunto social, ciudades colapsando -como Nueva York a finales de la década de los 70’s-. Estas ciudadanías no contempladas por el proyecto ilustrado y por lo tanto dentro del modelo formal de sujetos y ciudadanos que crea (la ciudadanía nacional) – las libertades civiles fueron expandiéndose y adaptándose paulatinamente a las necesidades y exigencias de la base social- no contenían un corpus juris que especificara con total claridad las funciones del Estado respecto al trato a darles, “en este sentido, no existía ningún principio de igualdad de los ciudadanos con el que contraponer el principio de desigualdad de clases” (Marshall, 1949), y por consiguiente, mucho menos sobre los mecanismos de elección y participación – que son alma de la dimensión política del ciudadano-.

Como bien decía anteriormente, la situación social y la ciudadanía que forma, aunque el concepto puede estar fuera de contexto – al ser este el fruto de un proceso de intelección adaptado a las realidades perceptibles de la contemporaneidad- se encontraban considerablemente hiper-degradadas –esto incluye en sí mismo a la ciudadanía y sus prácticas- lo que quiera decir que las condiciones de la estructura del poder para hacer frente a estas nuevas exigencias, lograban ponerse en vilo ante practicas ciudadanas no contempladas, pese a la búsqueda de un “justo y apropiado amplio margen de desigualdad cuantitativa o económica” (Marshall, 1949). Invitaba esta condición a la reestructuración de ciertas zonas de la ciudad que se consideraban estaban en una situación crítica de degradación del tejido social. La pregunta de Marshall entonces por la ciudadanía transversalmente involucra la pregunta por las condiciones que imposibilitan la reducción de la “desigualdad cuantitativa” -económica- para que pudiera darse como desenvolvimiento natural una reducción de la “desigualdad cualitativa” -política-, en una ciudad que no reconoce como ciudadanos a ciertas identidades y grupos poblaciones, pese a que el presupuesto era generar:

“Cada vez más una independencia y un respeto hacia sí mismos, y, con ello, un respeto cortés hacia los demás; están aceptando cada vez más los deberes privados y públicos de un ciudadano; constantemente se hace mayor su comprensión de la verdad de que son hombres y no maquinaria de producción. Se están convirtiendo en caballeros”. (Marshall, 1949)

Es por ello que la óptica de Marshall se presta también para analizar el fenómeno de los habitantes de calle y los habitantes en calle -siendo estas las modalidades de ciudadanía no concebidas- tanto como los procesos de remodelación urbanística. Desposeídos de su condición política las ciudadanías marginales, al igual que la relevancia en las administraciones de la ciudad por los espacios que la forman en su historia, se dan las condiciones propicias para que ambos padezcan un brusco tratamiento desde la línea de gubernamental – el modo de intervención publica- que evidencia no solo la gentrificación, sino que, a su vez, el desconocimiento desde las estructuras del poder sobre la situación de desigualdad cuantitativa que sumía gran parte de la ciudad en una hiper-degradación de constante crecimiento.

“Podemos avanzar un paso más y decir que cuando todas las personas demandan poder disfrutar de estas condiciones, exigen que se les invite a compartir el patrimonio social, lo que a su vez significa que piden que se les acepte como miembros de pleno derecho de la sociedad, esto es, como ciudadanos”.

La definición de ciudadanía de Marshall es entonces un ideal superior de la ética, parecida al polites en la antigua Grecia, la cual involucra, la necesidad de una ciudad optima y moderna, pero también de un ciudadano definido y, aunque en la antigua Grecia, en el Cinosargo más precisamente -o extramuros- se juntaran los no reconocidos por la condición de ciudadanía a congraciarse en sus aquelarres e inmundicias, en ninguno de las dos acepciones y la fundamentación filosófica que le corresponde, se reconoce a estos personajes tan propios del folklore local. Pero dejemos que Marshall nos de su definición:

“Porque los derechos civiles estaban diseñados para que hicieran uso de ellos personas razonables e inteligentes, que habían aprendido a leer y escribir. La educación es un prerrequisito necesario para la libertad civil.”

Pero los derechos civiles no contemplan – en su fundamentación clásica- el disfrute de la ciudad por parte de estas ciudanías negadas, es más, era preciso, como un imperativo categórico, la reducción de los espacios que frecuentaban para el posterior proceso de modernización de la ciudad, puesto que allí no se rastreaba luminosidad o progreso, tampoco destrezas intelectuales en los que allí tenían su morada. Esa educación que aminorara el peso excesivo sobre los obreros, gamines, valijas y rateros, iba de la mano de la reducción de la misma desigualdad cuantitativa, por lo que, para Marshall, un ciudadano es ante todo un caballero, pero para hacer de si un caballero debe poder uno educarse, caso impensable ante la privación de esas mínimas condiciones indispensables para la formación propia que padecen los que han sido exiliados de sus cuadras y ollas para dar paso al advenimiento de la mole de concreto sin huellas o herencia. Tenemos entones una ciudad que se ha resignificado a sí misma en sus procesos urbanísticos creando una imagen que le es favorable, pero la cual no ha tenido en consideración, como un compromiso acuciante, la obligación de formar ciudadanos, más que dotándoles de la condición de derecho que ya les es propia por ley, capacitados para ejercer de hecho las responsabilidades que le competen.

Pero voy a centrarme en el habitante de calle, las repercusiones de la gentrificación sobre este y las características de los procesos urbanísticos desde este enfoque de intervención pública. Veo en la gentrificación en sí misma un proceso de expansión y mejoramiento urbanístico, sin embargo, pese al poco pese político de las ciudanías marginales y la necesidad de suprimirlas, no deja de ser un instrumento eficaz que priva de cualquier apropiación, participación o disfrute en los espacios públicos, tanto como en su definición, construcción y funcionamiento en la totalidad ciudad.

En Marshall encontramos los presupuestos teóricos para reducir las desigualdades cuantitativas (económicas), permitiendo así la reducción concomitante de las desigualdades cualitativas (políticas) para hacer del hombre – para el caso de la ciudad los gamines – “un caballero”. Pero se ha evidenciado en la patologización que se ha llevado desde el discurso oficial y los sesgos semánticos, tanto como en el crecimiento exponencial del concreto en las urbes globalizadas, en qué medida se ha hecho imposible alcanzar la “dignificación del modelo de desigualdades”, que es, afín de cuentas, quien atomiza el emprendimiento y el crecimiento social. Esto puede deberse a las condiciones vertiginosas y denigrantes que han hecho del individuo un usuario de los derechos, tanto como del disfrute y apropiación de la ciudad. Este debe pagar por el uso y el disfrute de ellos ante los entes privados que los proveen (¿y si el habitante de calle no tiene como costearlos?), por lo tanto, un potencial cliente -quien no emprende y ostenta un sueldo no tiene un móvil fijo y por ello no tiene acceso a los servicios básicos- debe ante todo ser emprendedor y generar recursos para ser considerado como un igual y tratado con dignidad. Segundo, sus libertades cualitativas – en términos políticos- se ven fuertemente coaptadas e imposibilitada su acción efectiva.

En este caso la gentrificación –revalorización de ciertos espacios para sustituirlos por algo útil al bien público (?) – que es aplicada a aquellos espacios frecuentados por modalidades de la ciudadanía que atentan contra los interés que se persiguen por la necesidad de vender una imagen pública –incrementados por casos como la topofobia- hacen que el proceso de gentrificación no pase entonces solo por la reconstrucción de espacios públicos merced a la revalorización para poder acceder a esa dinámica económica interactiva (globalización), sino que a su vez, impone un trato diferenciado desde el gobierno, que en el caso de los habitantes de calle, al expulsárseles, al declarárseles interdictos, privar de su autonomía para moverse y actuar, se violenta la posibilidad de que estos incidan en las dinámicas de la ciudad y en la trasformación de su propia condición en aras de la consecución del mismo ideal ficticio de ciudad.

“Sus derechos civiles le daban el derecho a hacerlo, y la reforma electoral le capacitaba para hacerlo cada vez en mayor medida” (Marshall, 1949), es decir, la capacidad real de estos para intervenir, entonces, en las relaciones de poder son inexistentes, magras y defectuosas, aunque como hombres sea titulares de derechos producto de la labor de conquista de los procesos de revuelta social, están eximidos, en gran medida, de cualquier participación sobre la ruta a llevar a cabo para la ciudad, pese a conocerla en sus extramuros y por debajo de la falda, haber tactado su cuerpo muerto y leproso.

La gentrificación en sí misma, aunque bien es un proceso líquido ligado a los modelos de urbanización -que en el caso de Medellín es el modelo Barcelona- como un devenir natural a las necesidades de expansión económica –turismo, movilidad del flujo económico- y de optimización del espacio, no deja de ser para un instrumento ideal para que desde el gobierno se les expulse y prive de sus libertades, ya que los gobiernos no ven más que escoria pululante. Consiguiendo así que esta forma de intervención pública se convierta en una medida que blinda la injerencia en el poder de estas ciudadanías que han sido despojadas hasta de su derecho de habitar los espacios, haciendo, por lo mismo, un ideal utópico la reducción cualitativa de la desigualdad.

Siendo el estatus social la condición donde se evidencia todo aquello relacionado con la producción de bienes, los medios de que se disponen, ¿en cuál podría enmarcarse a los vaga-mundos para que el Estado pueda comunicarse con los variopintos focos de prácticas ciudadanas e identidades que exigen y nacen en su matriz?

Esto hace que pueda llegar a ser “razonable pensar que la influencia de la ciudadanía en la clase social debe adoptar la forma de un conflicto entre principios opuestos” (Marshall, 1949), aceptando “esa desigualdad cuantitativa” y teniendo en cuenta que la condición civil del ciudadano imposibilita cualquier sujeción política arbitraria (al poder), los habitantes de calle privados de esta, ¿cómo pueden evitar trasto arbitrarios y medidas inhumanas? (se les lleva a centros de tratamiento en contra de su libertad) y aunque “la igualdad implícita en el concepto de ciudadanía, aun limitada en su contenido, minó la desigualdad del sistema de clases, que era, en principio, una desigualdad total” (Marshall, 1949), ¿no es esta una concepción de una ciudanía fragmentada?, tanto la formal –jurídica- como la efectiva –política y social-. Pues si bien los privilegios tanto jurídicos como políticos ligados al carácter patrimonial del poder han sido extirpados del seno de la comunidad política -siendo esto el fruto trascendente de los procesos por la consolidación de una estructura de poder incluyente y desconcentradas sus excesivas potestades,- la condición política de la ciudadanía, que es la que trasforma y modela la estructura del poder e incide en los procesos de trasformación urbanística, ¿no sigue estando alienada -en la medida en que esos pesos “excesivos” desfiguran y niegan cualquier inclinación a apreciar- ,por lo tanto a juzgar bien?

Por lo tanto, el Estado al suprimir cualquier trato formal con esta modalidad de ciudadanía erradica con total descaro la posibilidad de estos hombres para salir de su condición y les condena a los extramuros, al desconocer el motivo por el que tiene allí su hábitat, ya sea por libre albedrío o por el déficit monstruoso en cuanto a las condiciones para la dignificación de la vida misma, las cuales, en muchas ocasiones les obliga a lanzarse a las calles. Esta deferencia para con esta problemática y el trato que se ha escogido desde la institucionalidad, niega cualquier posibilidad de estos para generar en esa “regla pactada” que se da dentro de cualquier régimen político, por los parámetros ordinarios antes descriptos, la posibilidad de la consecución de una mejora de su condición a partir del reconocimiento del Estado y su acción efectiva. Es así como, por encima de los discursos favorables o detractores y teniendo en cuenta que los gamines y chirretes han sido desplazados hacia zonas donde los turistas no llegan pues no llegan las rutas seguras de la ciudad Metro -como el caso de los campos de concentración de los habitantes de calle en los bajos del puente de la Estación Prado hasta hospital, o los costados del rio Aburra, donde se hacinan empezando desde la plaza de toros la Macarena, hasta la Plaza minorista donde se reúne millares- se sepulta la ciudad que un día les fue propia, la ciudad que caminaron, reemplazándola por una ciudad ideal erigida al redor de una línea de Metro o tranvía. Mas no se limita solo a la definición de determinado modelo de ciudad, busca, igualmente, la conformación de determinado tipo de ciudadanía, una que acoja sus símbolos y represente las practicas que le son propias (como el caso de la Cultura Metro); y no solo es eso, prescribe taxativas formas de interacción entre los individuos que conforman el público. Pero más allá de las lujosas iluminaciones y los modernos medios de transporte -implementados sin un evidente estudio y acosta inclusive de los beneficios sociales que debe generar un proyecto de intervención pública- hostigan retorciéndose en las sombras, afeándola, los verdaderos hombres de esta ciudad con su barahúnda grotesca; aquellos que de noche silenciosos arrastran sus cajas de fósforos para jugarse la dosis detrás del bonito edificio del museo de Antioquia; los travestis y putas que con su propia calle y el domino total de esta -véase el caso de Barbacoas y Tejelo- siguen ejerciendo el dominio de una ciudad subterránea que en alteridad a la “Antioquia la más educada” y “Medellín para todos”, persevera como las bases inamovibles de esta ciudad. Floreciendo como el faro de los desesperados y pábulo de nostalgia para los tangueros que vieron morir sus Bares y Chicherías para dar lugar a una ciudad sin alma. La cual niega al flaneur -el paseante, el callejero como le llamaba Baudelaire- la posibilidad de conocerse en la medida en que camina y encuentra los despojos de su ciudad. Para algunos de estos seres es desastroso, ya que, caso personal, el “encuentro con el Centro de Medellín fue el descubrimiento de las ruinas” de lo que alguna vez fue. Tal parece que ese pueblo que hoy es ciudad, ha resistido en la mente de profusos curiosos que aun esculcan en las callejas del centro atisbos de esa luminiscencia corrosiva.

“la obligación de mejorarse y civilizarse es, por lo tanto, una obligación social, y no meramente personal, porque la salud social de una sociedad depende de la civilización de sus miembros” (Marshall, 1949)

Bibliografía

Harvey, D. (2012). Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudada a la revolucion urbana. Madrid, España: Ediciones Akal.
Marshall, T. H. (1949). Ciudania y clase social . Cambridge: Reis.
Harvey, D. (2007). Espacios del Capital. Hacia una cartografía critica, Madrid. Akal.

Thompson. John. (1998). Los medios y la Modernidad. Una teoría de los Medios de Comunicación. Cap. 4. La transformación de la visibilidad.
Jorge Ramírez Giraldo. Bajar al Centro. Periódico Alternativo Universo Centro. Edición 83 de febrero de 2017.
Juan Guillermo Valderrama. El doctor Bazuco. Periódico alternativo Universo Centro. Edición 88 de julio de 2017.

Liderman Vásquez. Chicherías, putas, baños públicos y bastardos. Periódico Alternativo Universo Centro. Edición del 17 de octubre de 2010.

Simón Posada Tamayo. Lovaina, merengues y preservativos. Periódico Alternativo Universo Centro. Edición 66 de junio de 2015

Pascual Gaviria. Los bajos del Parque. Periódico Alternativo Universo Centro. Edición 64 de abril de 2015

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Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.