El triunfo del discurso plástico

Con una votación que ha sorprendido a propios y extraños, la señora Francia Márquez ha dejado claro –con sus más de 700 mil votos– que todavía reina en el país la estrategia de lo que he denominado: el discurso plástico. Este, es un componente fundamental de los populistas para convocar a esa numerosa población que, más allá de las propuestas, buscan desesperadamente lucir como seres “incluyentes”, “sensibles” y “empáticos” en sus círculos o redes sociales.

Sin duda este fenómeno es uno de los más grandes problemas de la democracia colombiana actual, ya que, al perseguir a toda costa ese objetivo –casi parafílico– de mostrar, apoyar y alabar candidatos que cumplen un estereotipo físico-discursivo determinado, le está abriendo una puerta de entrada enorme a tiranos y liberticidas.

Dejando el preámbulo y entrando a la médula del asunto, este discurso plástico posee unas características imprescindibles para obtener el resultado esperado, siendo el primero que…

Si o sí, debe provenir de una minoría

Esta es la característica más importante para que el discurso plástico cobre relevancia. Es que el orador debe pertenecer –por obligación– a la definición biempensante de minoría, la cual, es acorde a lo que la cultura pop vaya señalando en determinados momentos.

Cabe resaltar que no importa si el(la) candidato(a) posee una Toyota Prado TX-L del año blindada, o que viva en un barrio estrato seis –como cierta senadora electa del Pacto Histórico–, lo que importa es que sus rasgos físicos dejen claro y a simple vista que pertenece a dicha minoría de moda.

¿No les parece racista? Para mí lo es sin duda alguna, porque se forma parte de la discriminación de todo aquel que no satisfaga este ítem, destruyendo, por daño colateral, una máxima de la democracia: apoyar siempre al candidato por las propuestas de fondo y obviar las formas o, para el caso, sobre las apariencias.

Pero no se queda ahí, continúa con…

Vale más la representación que las propuestas

Cumplido el requisito físico, la segunda característica del discurso plástico es la unificación de las luchas minoritarias. Y volvemos rápidamente al sendero de lo irónico, porque a la hora de unificar todas esas luchas –y como evidenciaron las pasadas elecciones– ya son todo, menos una minoría; pero eso es lo de menos.

Lo realmente criticable es que se extirpa del debate democrático cuántas, cuáles y cómo son las propuestas que pretende llevar a cabo ese candidato y se injerta a las bravas la innecesaria retahíla de “cuantas luchas representan”, llegando al extremo de durar cinco minutos de reloj alardeando que son la “representación” de los afros, los indígenas, las mujeres, los niños, los ancianos, los animales, los extraterrestres, Cthulhu y Wakanda.

Increíblemente –y para gran decepción– el público, en vez de cuestionar y criticar la falta de sustancia, ovaciona de pie a esos candidatos y les empiezan a promocionar la campaña, ya que satisface ese elefantiásico ego.

En la búsqueda del nunca jamás

Como es insostenible una campaña sin proponer absolutamente nada, la tercera característica del discurso se basa en esas promesas que son virtualmente imposibles ¡pero cuidado! no lo son por sus costos o dificultades jurídico-políticas, sino por el simple y llano hecho de no tener un objetivo real de fondo.

El mejor ejemplo y razón principal del porqué es el único nombre que menciono, es la “reforma agraria feminista” que ha propuesto Francia Márquez (Fuente AQUÍ) de la que me surgen unas cuantas preguntas: ¿Qué consecuencias económico-jurídicas tiene la implementación de esa reforma? ¿Cuál es la proyección de subida de la productividad? ¿Se disminuye la pobreza multidimensional? y de ser así ¿En qué territorios? ¿Cuánto cuesta implementar esa reforma? ¿Cuáles son sus indicadores de medición? ¿Existe piso jurídico para ello? ¿Esa reforma viene acompañada de propuestas para evitar la sistemática violación al derecho a la propiedad privada en el campo?

Evidentemente, tras rebuscar en las declaraciones de la candidata vicepresidencial, no hay respuesta alguna y, seguramente, nunca las habrá. Pero esto no evitó para que fuese la gran revelación de las elecciones, ganándole incluso al vencedor de la consulta de la Centro-Esperanza, Sergio Fajardo.

La falacia del Nirvana

Por último, tenemos a la falacia más usada en política. Este es un error lógico donde se comparan cosas reales con cosas irreales o alternativas idealizadas para sustentar un argumento o un discurso en sí mismo como es el caso.

De ahí el porqué de los nombres rimbombantes de propuestas, como la anteriormente mencionada “reforma agraria feminista”, u otras como “la economía de la vida” o “la reforma tributaria humana” de Petro. Todas comparten esos adjetivos vacíos que apuntan explotar esa emocionalidad del futuro promisorio prometido, mismo que durará en llegar lo equivalente que dura el icopor en desintegrarse.

El sanear a la democracia de esta gran contaminación no será un trabajo fácil y mucho menos corto, porque cada vez que el discurso plástico resuene en las tarimas, anida en las personas –incautas o no– una falsa esperanza empacada que, como las papitas fritas, es más aire y paquete que contenido.

Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Carlos Noriega

Barranquillero. Administrador de empresas con varios años de experiencia en formulación y ejecución de proyectos productivos de capital privado, público y mixto. Director ejecutivo (CEO) y miembro fundador del medio digital liberal/libertario El Bastión y de la Corporación PrimaEvo.

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