El retorno de los lugares comunes

“El hombre no estaba preparado para el encierro, y quizá nunca lo estará. La tecnología juega a nuestro favor y nos facilita la vida, pero por más que lo intente, nunca logrará reemplazar a la libertad”


El centro de la ciudad se vio forzado a conocer el peso del silencio. Sus calles jugaron a ser mudas, con tanta fidelidad, que se empezaron a creer el cuento. Muchos lugares pudieron haber muerto de hipotermia ante la ausencia del calor que brindaban los tumultos, pero se vieron obligados a adaptarse y una luz led amarillenta los mantuvo en este, el mundo de los mortales. El rugido de un tren leve e inconstante y el resoplo de unos buses vacíos y grises, se convirtieron en la única sinfonía que deleitaba a estos omnipotentes oyentes. En la cuarentena más larga del mundo, todas esas voces que creíamos que eran iguales al ayer y al mañana, se vieron obligadas a darse una pausa. No hubo entonces vendedores de chontaduros, ni de fritos, ni de gafas y mucho menos dulcecitos. Las esencias cambiaron su norte, y la ciudad inocente, no tiene la conciencia de que no volverá a ser la misma.

En un país en el cual es difícil sentirse conforme, la noticia de una reapertura gradual nos llena de expectativa. La lucha aún no acaba, y todavía falta un buen tiempo para que se vuelvan a ver sonrisas desconocidas y confianza en los abrazos de reencuentros prometidos, pero por lo menos ahora, se tiene la plena libertad de sentir el asfalto en nuestros zapatos gastados y darnos un suspiro. Y si bien es cierto que uno de los sectores que celebra estas nuevas medidas es el de la economía, hay otro un poco más tímido que celebra en una esquina porque ha triunfado, se le ha pensado, y así sea de la manera más indirecta y sutil posible, es un acción a favor de la naturaleza. El hombre no estaba preparado para el encierro, y quizá nunca lo estará. La tecnología juega a nuestro favor y nos facilita la vida, pero por más que lo intente, nunca logrará reemplazar a la libertad. Esta es quizás la razón por la cual la ciudad nunca se cansa de esperar, ella sabe que sentarse en un parque repleto de palomas para ver el sol caer es una experiencia que no puede reemplazarse por la ventana de una página web. Verse de hombros para arriba no es lo suficientemente emocionante como salir a algún bar o restaurante a mirarnos directamente a los ojos, así sea que no podamos amenizar el encuentro con alguna rubia burbujeante y nos toque pedir una limonada que no va importar si está insípida. El amor es aún más puro cuando no se da solo entre mensajes de texto y se tiene la posibilidad de salir a caminar por alguna avenida. La cotidianidad a pasos muy lentos pero seguros, probablemente por pequeños periodos de tiempo, hará vibrar otra vez a estas ciudades color ladrillo.

Cuidar la vida siempre deberá ser una prioridad para la humanidad, pero vivir no es solo evitar la muerte. Tener el cuerpo sano es un regalo, pero como humanos estamos condenados y sabemos que con ese bienestar no basta, necesitamos algo más allá por nuestras capacidades absurdas de razonar y sentir. Tenemos que seguir cuidándonos de una peste silenciosa que nos espera a la vuelta de la esquina, pero parte de ganarle la batalla es también aprender a convivir con ella. Estamos impedidos a darle un golpe fulminante, entonces como dice el refrán, toca hacerse aliado del enemigo. La vida no puede pararse y mucho menos la libertad, este momento tendría que llegar en algún punto, era una inevitable avalancha.

Ahora solo queda darse la mano con el compromiso y la responsabilidad. Las esperanzas, en un hecho histórico, se fueron de vacaciones pero acaban de regresar, y aunque sigamos limitados, va ser bonito todo el proceso de volver a ver a lo intangible apoderarse del escenario que siempre fue suyo. Las risas que produce un niño jugando en una esquina, las partidas de ajedrez en un parque y la ilusión de ver como por fin el mesero se dirige hacia ti con la comida, son emociones que no se pueden comprar o tan siquiera reemplazar. La ciudad siempre fue nuestra y jamás se cansó de esperar. Ahí están pues todos esos lugares comunes a la expectativa de que nos volvamos a encontrar. No sabemos que irá a pasar mañana, pero por ahora, a vivir el presente con responsabilidad.

Sebastián Castro Zapata

Envigadeño de corazón, amante a la poesía y a la literatura. Le tengo miedo a los truenos y llevo una tormenta tatuada en mi brazo derecho. A veces me las doy de poeta y en la actualidad, estudiante de psicología en la Universidad Pontificia Bolivariana.

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