El pueblo va desnudo

Se acerca el final del gobierno de Duque, los balances de su gestión que defendió en múltiples medios de comunicación, ante el congreso y en su última alocución me hizo recordar un cuento que leía frecuentemente en mi infancia. Este era protagonizado por un emperador que no perdía ocasión de despilfarrar dinero en suntuosos trajes. Un día se presentaron ante él dos sastres que prometieron confeccionarle un traje con un material que no era visible para ignorantes e incapaces. Llegado el día de la gala el emperador fue ataviado con el supuesto traje, mientras este lo lucia ante su pueblo un niño entre la muchedumbre se percató de lo obvio y exclamo: “¡Pero si va desnudo!”.

Esta es una historia que parece repetirse en nuestra democracia, aunque de forma inversa, cuyos representantes suelen enfrentar las problemáticas sociales tambaleándose entre la sobre simplificación, el asistencialismo y el mesianismo que no son otra cosa los hilos invisibles con los que dicen tejer un mejor país. En efecto, es el pueblo el que anda desnudo ante la obscena riqueza de unos pocos y en medio de un país agotado por los horrores del conflicto armado, del narcotráfico y de la delincuencia, la corrupción, la desigualdad y otros tantos problemas estructurales aún por resolver.

Duque entrega un país con cifras alarmante en materia de violaciones a los derechos humanos, en su cuatreño asesinaron 957 lideres, lideresas y defensores de derechos humanos y se dieron 313 masacres con 1,192 víctimas. No se puede omitir que la fuerza pública llevo a cabo un bombardeo donde murieron ocho menores en Caquetá, la muerte de civiles en operativo en el putumayo y la decisión de silenciar con una represión brutal durante las múltiples manifestaciones sociales del paro nacional del 2018, 2019, 2020 y 2021 donde los jóvenes fueron los protagonistas y los más golpeados por el hecho de exigir sus derechos fundamentales y garantías mínimas para vivir dignamente.

Su apoyo a la implementación de los acuerdos de paz con la extinta guerrilla de la FARC fue, por decir lo menos, lamentable. Se concentró en algunos puntos que no lo comprometían demasiado y evito a toda costa hacer las reformas necesarias, como la reforma rural integral, la agraria o la política que le brindara a la ciudadanía una participación más activa, para aprovechar el potencial transformador de los acuerdos. No hay que olvidar que durante el primer año de su periodo desgastó su capital político impulsando una serie de objeciones a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). No asistió a la instalación ni a la entrega de la Comisión de la Verdad (CEV). Su política de paz con legalidad deja cerca de 261 firmantes del acuerdo de paz asesinados, sumiendo en la zozobra a sus compañeros y a las comunidades que habían cifrado la esperanza en un futuro mejor en el éxito de la implementación. Tampoco hay claridades sobre el desfalco de más de 500 mil millones de pesos destinados para los proyectos del Acuerdo de Paz donde personas de su gobierno se vieron involucradas.

Otra de sus salidas en falso fue presentar una ambiciosa reforma tributaria en medio de la crisis sanitaria y social desatada por la pandemia del Covid-19. Si bien en el 2021 la economía del país vio crecer el Producto Interno Bruto por encima del 10% este fue efecto del rebote por la caída de 6% del 2020 durante los cierres por la pandemia. Duque deja un país con una inflación del 9,5%, la más alta en 20 años, una deuda pública de 72,82% del PIB, un desempleo del 11% y un índice de pobreza de 39%. Estas cifras tienen el rostro de cerca de 20 millones de colombianos que viven con menos de medio salario mínimo y 6 millones que viven en la pobreza extrema.

En sus cuatro años Duque se dedicó a nombrar sus amigos en los más altos cargos del Estado y en los órganos del control, lo que no permitió que prosperaran las investigaciones contra el presidente saliente y personas de su círculo cercano en el caso de la “ñeñepolítica” y por las declaraciones de la excongresista Merlano que lo señalo de comprar votos. La mermelada se repartió sin escatimar por el congreso donde muchas de las iniciativas de la casa de Nariño eran votadas a pupitrazo limpio y las investigaciones y 10 mociones de censura contra sus ministros eran rápidamente descartadas, dentro de estas últimas se cuenta la citación a Karen Abudinem, entonces ministra de las TIC, por la pérdida de 70 mil millones de un proyecto que buscaba llevar la conectividad a la ruralidad, todo un escándalo si se tienen presente las cifras de deserción escolar que dejo la pandemia por la ausencia de medios tecnológicos para acceder a la educación.

Capítulo aparte es la fallida política exterior de este gobierno que termino por aislarnos de la región. Sus esfuerzos por consolidar un bloque de derechas en Latinoamérica, la vergonzosa incursión del partido de gobierno en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos a favor de Donald Trump, el fracaso del cerco diplomático contra  Nicolas Maduro que termino por agravar la crisis humanitaria en la frontera  con Venezuela y el haber incluido a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo luego de haber sido la sede de los diálogos de paz con la exguerrilla de las FARC y con el ELN demuestra la incapacidad de crear ambientes propicios al diálogo entre distintos y crear agendas compartidas que beneficien a las partes.

La narrativa que ha desarrollado Duque en la víspera de su gobierno es una buena síntesis de su gestión, lleno de arrogancia, cinismo, superficialidad y mentiras, siempre de espaldas a un país que no logro comprender. Salvo el manejo de la pandemia, el estatuto temporal para migrantes y la ejecución de obras de infraestructura heredadas del gobierno Santos, nos deja frente a un presidente que se posesiono con aires de estadista y renovación y se despide abucheado, con una desaprobación del 73% y sin un legado que entregarle al país.

En esta alternancia democrática de la que somos testigos, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez, cuya elección es una bofetada a esta sociedad clasista, racista y misógina, tienen grandes retos en el horizonte y la oportunidad de construir nuevas narrativas de país mucho más pluralistas que nos permitan tener una cultura política que respalde y desarrolle la constitución política 1991. Ha llegado el momento de los nadie, los olvidados, las mujeres, los indígenas, los campesinos, los afrocolombianos y la población diversa, aquellos que no han gozado de las mismas oportunidades que las aplastantes minorías privilegiada, de los que históricamente han querido silenciar y el olvido estatal ha dejado sin nada. De todos aquellos que han resistido desde sus territorios con sus cuerpos para llegar hasta este día, ahora los nadies somos gobierno. Vamos a arropar este pueblo desnudo con dignidad, vamos a construir juntos un país posible para todos.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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