El país de los ciegos

En un territorio donde se ha buscado la paz a toda costa, la justicia por mano propia se vuelve perniciosa y atenta con mantener a la violencia en las primeras planas.

El “por favor, no más. Me ahogo” de Javier Ordóñez nos dejó fríos en la mañana del 9 de septiembre. La noche anterior, el abogado de 46 años fue ‘detenido’ con una pistola taser por dos agentes de la Policía, quienes inmovilizaron con sevicia al hombre hasta que horas después murió en un hospital de Bogotá. No hay legitimidad de Fuerza Pública que excuse el comportamiento asesino y frívolo de los agentes que terminaron con la vida de un ser humano. Y, aunque los puntos de comparación son discutibles, tampoco hay legitimidad en las reacciones que se dieron por el lamentable hecho.

Buses de TransMilenio calcinados, CAIs incendiados, destrucción de fachadas, caos en la ciudad. Aunque nos cueste, literalmente, arreglar el desastre, el destrozo de lo material dista de asemejarse a la pérdida de vidas. Siete muertos y 140 heridos dejaron las manifestaciones del pasado miércoles. Vidas de policías y civiles incluidos. Familia de policías y civiles, destruidas. ¿Se llora una vida más que a la otra? Inadmisible. La rabia y la indignación, no sólo por Javier, sino por más víctimas fatales, e incluso de abuso, a manos de policías en el país, salieron a relucir. Y es necesario. Pero, ¿por qué quieren apagar el fuego con gasolina? En video se ve cómo varias personas se amontonan sobre un policía al azar. En redes aplauden y proponen “muerte al tombo”. ¿Qué los diferencia de los asesinos a los que tanto acusan? Hay miembros de la Institución que han matado sin razón, sin excusa. Pero los que salen con odio a destruir las calles, y a los ‘tombos’, premeditan la muerte. También son repudiables.

Aunque las manifestaciones tienen legitimidad por los hechos que se denuncian, es posible que haya otras fuerzas adicionales. Recordemos que estamos próximos a elecciones presidenciales y las estrategias políticas no descansan. En México, AMLO, antes de llegar al Palacio Nacional, aprovechó cada infortunio del país para incentivar revueltas, ganar simpatía y agarrar fuerza. Logró su cometido. Y en Latinoamérica el panorama es igual. Mindefensa aseguró que se hizo un llamado a las protestas desde redes sociales, y con un tinte político incendiario. Las manifestaciones y la indignación por la indiferencia siempre están, pero no hay que olvidar todas las aristas.

La alcaldesa de Bogotá Claudia López asegura que no es de manzanas podridas sino un problema estructural en la Institución que les permite llegar a estos actos. Y que: “Destruir a Bogotá no va a arreglar la Policía”. López tiene razón. La Institución debe ser reformada. Hay que suprimir la impunidad de la justicia disciplinaria de los uniformados y de eso se encarga la reforma propuesta. También se propone eliminar el uso de armas, letales y no letales, por parte de la Fuerza Pública. Estamos tan cansados de las injusticias que pensar en que esto funcione es tenerle confianza a las instituciones y eso de por sí es irrisorio. Pero con incendiar un CAI y matar a un Policía no se hace nada. Mentira, se hace mucho. Permite la continuidad de un círculo de violencia, odio y rencor que los mismos que salen a la calle dicen repudiar. Todos somos hipócritas. Unos por excusar los actos de la Policía y otros por excusar la violencia contra el policía, para luego decir que la violencia no es el camino. De tanto ‘ojo por ojo’ nos vamos a quedar ciegos.

María Isabel Rodríguez González

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